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(Des)madre naturaleza

(Des)madre naturaleza

Fresas por Navidad y sandías en Semana Santa. El campo vive una primavera psicológica. Las altas temperaturas engañan a los almendros, ya brotados, y al cereal, que amaga con espigar. Hasta las golondrinas ya están aquí

icíar ochoade olano

Domingo, 7 de febrero 2016, 12:28

En Tarragona arrancan espárragos estos días, cuando lo suyo es hacerlo en mayo; en Castilla y León, los rosales amagan con reventar en capullos y los campos de cereal, con espigar; en Huelva, comen fresas desde Nochebuena; en Almería, los invernaderos podrían tener lista la primera remesa de melones y sandías para su consumo en Semana Santa y en prácticamente toda España, los almendros lucen pletóricos en flor. La ausencia de un invierno con todos los sacramentos en forma de lluvias, heladas y nieves, y su reemplazo por un purgatorio estacional de temperaturas que oscilan entre los 10 y los 25 grados en gran parte de la península, tiene engañada a la madre naturaleza, que experimenta una especie de primavera psicológica. Árboles y plantas se comportan como si el calendario transitara por finales de marzo y celebran con brotes prematuros un renacimiento de pega. Todo un desmadre que tiene despistados a chefs y a consumidores, y angustiados a los productores.

Esta alteración del ciclo biológico de la flora, inédita hasta ahora para muchos agricultores, no tendría tan arrugado al sector si no fuera porque este veranillo postnavideño se encadena con el año más seco del planeta desde que se efectúan estos registros y, a su vez, con un 2014 también rácano en precipitaciones. Más madera para un campo ajado y enfermo de sed crónica, como el de Murcia. Allí, donde la gravedad de la sequía obligó el pasado septiembre a desempolvar, vía decreto, los pozos de emergencia y donde la subsistencia de 100.000 familias depende de lo que ocurra en sus extensiones de hortalizas y frutales, asisten con impotencia a la germinación irrefrenable de la primera fruta, que llaman extratemprana, con seis semanas de anticipación sobre el inicio de su temporada. «Hay especies, como las de hueso, que necesitan acumular un determinado número de horas de frío, por encima de cero grados y por debajo de siete, para que echen una flor de buena calidad, esta sea fecundada y dé frutos. Esa hibernación debe ser de unas 500 horas en total para que haya un buen cuaje. Pero este año no está ocurriendo nada de eso. Por las noches, el termómetro apenas baja de los diez grados y está afectando a los melocotones y las nectarinas». Como a las ciruelas y las cerezas extremeñas.

Miguel Padilla se lamenta por boca de cientos de compañeros, a los que representa en calidad de presidente de la delegación murciana de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). La novedad de este fenómeno le impide vaticinar la fecha de maduración del producto y menos aún la calidad final de esas frutas, pero ni lo uno ni lo otro le altera el sueño. Lo que de verdad le desvela son las posibilidades exiguas de que algo de eso suceda. «Tarde o temprano, vendrá una helada. Y si es agresiva, se llevará por delante esa cosecha. Así de crudo». La muerte en puertas de la vida. Con media España en flor y expuesta sin escudo a los antojos impetuosos de la meteorología, a las mujeres y los hombres del campo solo les queda untar la espera en resignación. La misma receta que están empleando para capear el derrumbe de los precios del brócoli, la coliflor y la lechuga, después de que el calor haya acelerado el mecanismo de la producción como nunca antes, hasta saturar los campos y el mercado. «Plantamos cada quince días para que no coincidan las recolecciones. Pero, desde diciembre, las producciones se solapan porque se están adelantando de dos a tres semanas, lo que ha hundido los precios. El coste del kilo de brócoli está a 0,40 euros. Pues apenas se llega a pagar a 0,14. Una ruina».

Si el invierno únicamente hubiera esquivado a España, los agricultores nacionales podrían haber amortiguado las pérdidas con las exportaciones. Pero en Marruecos, Israel y Turquía sus competidores directos, los cultivos alardean de una fertilidad prodigiosa, espoleada por un sol omnipresente, y Centroeuropa, Holanda y Reino Unido algunos de los compradores principales han decidido aprovechar la ola de calor para surfearla cosechando sus propias plantas de brócoli «y no nos están haciendo pedidos». Incapaces de colocar un producto con una fecha de caducidad de apenas una semana, se ven abocados a destruir el excedente.

El Raf, de oferta

Idéntica dinámica tienen que aplicar en Almería, la provincia que junto a Murcia conforma la llamada huerta continental, el fecundo vergel que sostiene a España en la primera posición del ranking mundial de los países proveedores de productos hortofrutícolas frescos. «Con este calor, la maduración de los productos va tan rápido que la recolección de tomate, pepino, berenjena y calabacín supera en un 40 o 50% a la de otros años por estas fechas», certifica Andrés Góngora, secretario general del mismo sindicato agrario en esa provincia. Semejante superávit ha propiciado que, por ejemplo, el codiciado Raf se exhiba allí con el cartel de oferta. «El de primerísima calidad no supera los 0,70 euros el kilo», da fe el agricultor. «Entre el veto ruso y la saturación de las conserveras, no hay salida para tanta verdura». Tanto es así que después de llenar los almacenes de tiendas, supermercados y ganaderías, y las despensas de los comedores sociales, un millón de kilos de pepino y tomate van directamente a la basura cada día.

El despiste de las aves

  • La reflexión

  • «El pensamiento humano siempre se ha consolado con la idea de que uno puede equivocarse, pero la naturaleza no, porque sabe cómo, cuándo y con quién hacer las cosas. Pero ahora vemos cómo al equivocarse el clima, se equivoca todo lo demás», expone el naturalista Joaquín Araujo desde el bosque extremeño en el que vive desde hace 38 años.

  • Cortejo precoz

  • El conservacionista ha comprobado cómo el trepador azul, el carbonero, el herrero, el verdecillo o los arrendajos han iniciado, con un mes y medio de antelación, la reproducción. «Es un desastre porque el frío y la falta de insectos matará a las crías», anticipa.

  • Migración alterada

  • Araujo da fe de que las golondrinas ya han llegado a Extremadura y Andalucía. Sin embargo, las alteraciones térmicas «nos han hecho perder a decenas de millones de pájaros hibernantes, como la curruca capirotada».

  • La perdiz nival, en la diana

  • En verano son pardas y moteadas, y en invierno, blancas. La ausencia de nieve coloca a este especie en el disparadero.

  • 50

  • años. «Imagine que en ese plazo de tiempo hubiera un proceso por el que la Humanidad quedara mermada a la mitad. Pues eso es lo que ha sucedido en los último cincuenta años con el mundo animal. El cambio climático es un acelerador eficaz de la supervivencia. La consecuencia global es que cada vez hay menos vida en este planeta. Es un drama de proporciones cósmicas», advierte Araujo.

La campaña se complica también para la fruta de verano. Los primeros melones y sandías prendieron hace poco más de un mes y «al ritmo que llevan, podrían estar listos para marzo, cuando lo habitual es cortar los más tempranos a mediados de abril. No he visto antes nada igual», jura Góngora. Pendiente de un ansiado desplome nocturno del mercurio que refresque las plantas sin quemarlas y de la visita de unas cuantas borrascas que hidraten a fondo la tierra está también Enrique López Serrano, un malagueño que mima siete hectáreas de mangos, mandarinas y, sobre todo, aguacates, que este año apenas le han proporcionado un 10% de producción «por estos vaivenes del tiempo, que hacen que todo vaya a destiempo». Así, «si antes un árbol me daba 50 kilos, ahora tengo que recorrer 200 para recoger 10 kilos». En FresHuelva, la asociación sectorial que aglutina al 95% de los productores y comercializadores de fresas de esa provincia, no levantan la cabeza del campo desde antes de Nochebuena, cuando empezaron a asomar entre las hojas los primeros corazones rojos, un fenómeno que no recordaban los más viejos. asta el final de la temporada, allá por junio, esperan recoger 300.000 toneladas. Trabajan sin cuartel. Por si el cielo de repente se enoja.

La inquietud ante lo que depare el resto de una estación invernal sin katiuskas ni bufanda encuentra réplicas en Extremadura, Valencia y también en la parte norte del litoral Mediterráneo. En teoría, bastante húmeda, aunque en la práctica, Cataluña lleva contados más de sesenta días sin recoger una sola gota de agua, lo que ha desajustado los ritmos de los manzanos, cuyos frutos maduran, pero no así las pieles, que no lograrán el color óptimo que buscan los consumidores. Otras variedades simplemente no saldrán. A diferencia de lo que ocurre en Girona, «las nieblas nos están salvando en Lleida», señala con indisimulado alivio David Borda, productor de fruta dulce en la zona y responsable sindical. Los campos de cereal llevan allí otros derroteros menos halagüeños. «Si no llueve en los próximos diez días, la afectación será ya del 15%», asegura el sector. Así de drástico.

Los ganaderos también sufren los caprichos de un invierno de boquilla. Sin lluvias, no hay pastos nutritivos con los que alimentar a los animales. Solo queda recurrir al pienso compuesto, lo que acaba alterando el sabor de la carne. «Es algo así como comer un menú precocinado. Mientras que, por ejemplo, la rubia gallega, engordada con el mejor alimento natural, sabe a campo, a forraje tirando a maíz, y es melosa, con un punto dulce, la vaca cebada a pienso sabe a cerdo, sin matices», zanja Aladino Juan, responsable de Cárnicas Lyo junto a su hermano, con quien reza para que el proceso de desertización de la península no alcance al norte de Portugal, Galicia y Asturias, donde se crían las cotizadas reses bovinas que suministran a los mejores restaurantes del mundo.

Insectos y roedores

Según los expertos, hasta el sabor y el color del vino se ven afectados por este tiempo alocado. «Cada vez hay más días cálidos al año y con mayores temperaturas, lo que acelera la maduración alcohólica y los vinos adquieren muchos grados, pero poco color y poco sabor», explica Robert Savé, del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias de la Generalitat de Cataluña.

En el grupo La Rioja Alta S.A., donde cuatro bodegas de tres denominaciones de origen diferentes producen en total 3,5 millones de kilos, niegan haber detectado afección alguna en el bouquet de sus caldos. Sin embargo, su responsable de la sección Agrícola, Roberto Frías, se confiesa «aterrorizado con la velocidad con la que se está dejando notar el cambio climático». Al igual que en la Ribera del Duero, las Rías Baixas y La Rioja, la brotación va «muy adelantada, pero sin que haya habido ese frío tan necesario para bajar la temperatura del suelo y propiciar unas yemas fuertes». Por eso, también se temen lo peor. Una de dos: que en primavera los termómetros caigan por debajo del cero «y arruinen todo» o que la ausencia de ese frío esté alimentando ya enfermedades y plagas.

El temor a que ejércitos de insectos o roedores invadan los cultivos se ha extendido en el sector en las últimas semanas con la misma velocidad con la que el gusano del alambre se ha llevado por delante cosechas enteras en Extremadura o Castilla y León, donde también saben de la extrema voracidad del topillo campesino. O de la procesionaria del pino, «que ya está criando por ahí», atestigua Aurelio González, cabeza visible de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA). «Prohibida la quema del rastrojos, si no hiela van a ser un problema importante», augura. Pero si hiela, también. No en vano, rosales y almendros exhiben preñez en tiempos de poda e incluso el cereal «ahueca el zurrón. Quiere espigar. Después de nacidos, el trigo y la cebada necesitan que hiele. Así tiran más para abajo que para arriba, las raíces profundizan hasta zonas húmedas y las plantas se hacen fuertes. Si no, la cosecha será mala seguro. Pero tiene que helar ahora, en enero. Si cae más tarde, la fulminará». Todo un rompecabezas para el sector.

Lluvia y frío, por ese orden, clama el olivar. Y lo tienen cuantificado. «O en los próximos dos meses se pone a llover a razón de 100 litros por metro cuadrado en febrero y otros tantos en marzo, lo que permitiría rescatar las yemas, o la cosecha será inexistente», diagnostica sin anestesia Juan Luis Ávila, aceitunero de Jaén, la provincia que alumbra el 50% del aceite de oliva español.

Frío y agua, por ese orden, implora por su parte Marisa Guerrero para la cuarta campaña de su plantación de arándanos, en una parcela de hectárea y media de superficie en la localidad vizcaína de Sestao. Con estos «calores inauditos», los pequeños arbustos han estallado en pequeños brotes blancos, que encierran entre siete u ocho frutos cada uno. «Cuando la floración se anticipa, la maduración es más tardía, con lo que se prolonga el tiempo en el que están expuestos a una helada, que se llevará por delante el 20% de la producción».

La mar tampoco se escapa al influjo de este estío invernal. En Gijón, sus venerados oricios se han hecho esperar más que nunca a causa de un Cantábrico menos frío que de costumbre para estas fechas.

Visto desde el espacio exterior, este desmadre de la naturaleza resulta aún más turbador. Si hace tres décadas, por cada grado de más la salida de las hojas se anticipaba cuatro o cinco días, ahora, y pese al calentamiento del planeta, solo se adelanta dos o tres. Eso es lo que concluyen los satélites sobre un campo que, alertan, empieza a dar muestras serias de agotamiento.

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