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Las valientes mujeres que asaltan el cielo

Las valientes mujeres que asaltan el cielo

Un grupo de cholitas bolivianas sorprende a medio mundo al hollar cuatro seismiles en traje regional. Debajo esconden la ropa térmica y los crampones. No tienen techo

julia fernández

Lunes, 9 de mayo 2016, 03:09

En lo alto del Illimani, el aire frío corta como un cuchillo los labios. Pero no hay dolor insoportable para el que ha llegado hasta allí. A 6.462 metros sobre el nivel del mar, la visión que se tiene de la tierra es sobrecogedora. Esta montaña es la segunda de más altura de la Cordillera Real de los Andes bolivianos y cada año miles de montañeros tratan de llegar a su cima. Desde ella, se domina el espléndido altiplano donde se asienta la capital del país, La Paz, con el lago Titicaca al fondo. La belleza, dicen, corta la respiración más que la falta de oxígeno.

En las faldas de la Cordillera Real, se acumulan las tiendas de campaña de los turistas que esperan la ventana del buen tiempo para iniciar la ascensión. Y como en el campo base del Everest, conforman un poblado caótico donde se hablan todos los idiomas del mundo. Entre esas casas de lona encontramos a una docena de mujeres sorprendentes. Visten al modo tradicional, con jerséis ceñidos, pañuelos de lana estampada para cubrirse la espalda y largas faldas de colores con enaguas troqueladas. Pero debajo del vuelo de las mismas no llevan zapatos de cuero, sino pesadas botas de montaña con Gore-Tex. Son las cholitas escaladoras.

Hace dos años, Lidia Huaylas, de 48 años, le preguntó a su marido, Eulalio González, qué sentía al escalar una montaña. Cada día le veía acompañar a grupos de extranjeros en su ascensión mientras se quedaba en el campamento cocinando y recibiendo a otras colegas que ejercen de porteadoras. Cuando esos turistas descendían, lo hacían aún extasiados. Eulalio no encontró palabras para explicar a su mujer la emoción que embarga a quien holla una cima, así que ella se decidió a probar. Hay cosas que es necesario vivir. Reclutó a una decena de mujeres de entre 42 y 50 años con las que conformó un particular equipo de montaña y se echaron a la aventura. Hace dos semanas conquistaron el Illimani. «Fue como estar en el cielo», acierta a definir Cecilia Llusko Alani, una de las amigas de Lidia.

Quince grados bajo cero

Las cholitas escaladoras llevan ya cinco cimas a sus espaldas. También han colocado su bandera en lo alto del Acotango, del Parinacota, del Pomarapi y del Huayna Potosí, que muchas conocen bien porque viven en su base y trabajan como guías turísticas. Todos estos picos tienen más de 6.000 metros de altura. Verlas en acción es todo un espectáculo: colgadas de la roca con sus trajes regionales parecen mariposas a punto de echar a volar. Pero bajo esas telas gruesas que ellas mismas tejen y cosen, se ocultan prendas térmicas que les permiten sobrevivir a temperaturas tan desapacibles como quince grados bajo cero, que fue la que se encontraron en el tramo final de la ascensión al Illimani. Solo se despojan de sus faldas cuando se enfrenta a tramos especialmente peligrosos: «Si pisas la punta de la pollera, te puedes caer».

Cuidan el moderno material de escalada que utilizan como sus vidas. Y no es para menos: por lo que cuesta, que para ellas es un potosí, y por la dificultad de encontrarlo en su talla. A Domitila Alana Llusco, de 42 años, 15 escalando, le costó Dios y ayuda localizar botas de su número: «Mis pies son tan pequeños...». Aunque eso nunca frenó sus aspiraciones. El grupo sueña ahora con subir los otros tres seismiles que les quedan en la Cordillera Real andina y, después, con preparar su conquista del Aconcagua (9.691 metros), la cima más alta del mundo fuera de Asia. «Es difícil, pero se puede», sentencia Lidia. No hay cielo que resista el asalto de las aimaras. Ya lo escribió Julio Verne: «No existe obstáculo imposible sino voluntades fuertes y débiles».

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