

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
carlos benito
Lunes, 11 de julio 2016, 02:48
Una mano se acerca al rostro sonriente de Ronald Reagan y le arranca un buen trozo de piel, alrededor del ojo izquierdo: queda así al descubierto que el presidente no es en realidad una persona, sino un reptil alienígena como los de la serie V, aquellos que disfrazaban sus escamas y sus malas intenciones bajo una engañosa capa de humanidad. La imagen, acompañada por la leyenda Todos contra el visitante, ilustraba uno de los carteles más llamativos que recibieron a Reagan en su viaje a España de 1985, la última visita de Estado de un líder de EE UU a nuestro país. En plena controversia sobre la permanencia en la OTAN, aquella escala en Madrid desencadenó un lío tremendo, en el que algunos políticos del PSOE entonces en el Gobierno ejercieron de entusiastas fogoneros: hubo manifestaciones, caceroladas, apagones de luz e incontables declaraciones de hostilidad, en una reacción masiva que la televisión pública documentó con detalle. Eso sí, al cowboy Reagan todo aquello le trajo sin cuidado: «Pocas personas hay en el mundo más acostumbradas que yo a las manifestaciones», comentó.
Un momento delicado
Ronald Reagan visitó España en mayo de 1985. Nuestro país había entrado en la OTAN a principios de 1982 y meses después ganó las elecciones el PSOE, opuesto a la permanencia en la alianza. Pero, en 1984, Felipe González cambió de postura, lo que disparó la movilización popular y el antiamericanismo.
A la reserva
Las organizaciones contrarias a la OTAN convocaron manifestaciones en todas las provincias españolas contra la visita del presidente de Estados Unidos, con eslóganes como Reagan lo que Reagan, OTAN no, bases fuera o Indios al poder, yanquis a la reserva.
Y, en cambio, ahora mismo tenemos a Barack Obama entre nosotros y las protestas parecen una rareza. Las hay, por supuesto, como la concentración del jueves en Sevilla, pero la inmensa mayoría de la población contempla al huésped yanqui con indiferencia o con la despolitizada curiosidad reservada a las celebrities. Tampoco es que salgamos a las calles cantando aquella tonada inolvidable de Bienvenido, Mister Marshall («Americanos, vienen a españa gordos y sanos. / Viva el tronío de ese gran pueblo con poderío. / Olé Virginia y Michigán / y viva Texas que no está mal»), pero parece obvio que el sentimiento antiamericano, arraigado en nuestro país desde hace tantísimo tiempo, está hoy muy atenuado. Lo reflejan los estudios: en la última encuesta sobre el tema que realizó el Pew Research Center, hace dos años, la opinión favorable a EE UU alcanzó entre los españoles el nivel más elevado de este siglo. El 65% manifestaba tener una imagen positiva del país norteamericano, frente al 38% de 2003 o el mísero 23% de 2006, equivalente al que se registra ahora mismo en Palestina o Pakistán.
El antiamericanismo español es casi una tradición que echa raíces en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, el enfrentamiento bélico que privó a nuestro país de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El periodista William Chislett recuerda en uno de sus trabajos la corrida de toros que se celebró en Madrid para recaudar fondos de cara al conflicto. A la hora de dedicar una faena, el matador Guerrita dijo: «No quisiera más que se me volviera un yanqui el toro». Y su compañero de cartel, el guipuzcoano Mazzantini, no se quedó atrás: «¡Que el importe íntegro de esta corrida se destine a dinamita para hacer saltar en mil pedazos a ese país de aventureros!», deseó. Ya entonces se creó una imagen caricaturesca y grosera de los estadounidenses que no se ha revisado gran cosa en el siglo y pico transcurrido. En el Desastre del 98 nació el que podríamos llamar el antiamericanismo conservador, de derechas, mientras que el de izquierdas se vería alimentado por el respaldo que Franco recibió de Washington: el compromiso con la libertad sucumbió entonces frente a los intereses geoestratégicos, igual que sucedería más tarde con las juntas militares latinoamericanas.
«Es cierto que el antiamericanismo español está en horas bajas, y yo lo atribuyo a la enorme popularidad de Barack Obama, que nosotros hemos documentado en nuestros barómetros explica Charles Powell, director del Real Instituto Elcano y autor de El amigo americano. Con la Guerra de Irak se alcanzó un punto álgido, que se detectaba también en la mala valoración del presidente Bush: la opinión de los españoles sobre Estados Unidos está muy vinculada a lo que piensan sobre cada presidente, y a Obama se le percibe con simpatía. ¿Por qué? Porque es multilateralista, es decir, ha manifestado siempre respeto por Naciones Unidas y el Derecho internacional; por su discurso sobre el Islam, más sofisticado que el de otros presidentes, y por cosas puntuales como los derechos de los homosexuales, una cuestión a la que los españoles son muy sensibles». De cara a convencer a los menos favorables, Obama partía con la ventaja de pertenecer a una minoría oprimida, a lo que se sumaba una historia familiar que permitía singularizarlo dentro del conjunto falsamente homogéneo de los americanos.
Oposición general
España fue el país europeo donde se registró un mayor rechazo a la invasión de Irak según las encuestas, alrededor del 90% de la población se oponía. El 15 de febrero, miles de personas salieron a las calles a manifestarse contra la intervención armada.
Un hombre impopular
George W. Bush se convirtió en uno de los políticos extranjeros peor valorados por los españoles. Según los datos del Pew Research Center, la valoración negativa se extendía a EE UU en su conjunto en 2006, solo el 23% de los españoles tenía una opinión favorable de EE UU. Desde que Obama está en el poder, esa proporción no ha bajado ningún año del 58%.
Clichés y estereotipos
Ahora bien, los estudiosos de este asunto señalan otra vertiente, que se puede vincular con aquellos desplantes que algunos socialistas de los 80 se complacían en hacer a Reagan. «La moderación de las expresiones antiamericanas en España no depende tanto de quién gobierne en Estados Unidos como de quién gobierne en nuestro país sostiene Julio Ponce, profesor del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla. Si el Gobierno español de turno no mueve mucho las aguas y no despierta los sentimientos antiamericanos, estos pueden permanecer durmientes durante mucho tiempo. Si, por el contrario, se revisa la agenda en temas como el papel de España en la OTAN o nuestras relaciones con Israel, existe el riesgo de despertarlos». El experto destaca la condición transversal del rechazo a EE UU entre los españoles: existen antiamericanos de izquierdas y de derechas, los hay viejos, maduros y también jóvenes, sin importar que después pasen buena parte de su tiempo consumiendo televisión estadounidense, comunicándose a través de redes sociales con sede en California o comparando las marcas más genuinas de vaqueros. «Todos tienen en común el desconocimiento de una realidad que no conocen más que a través de los medios. Son antiamericanismos simplistas, llenos de clichés y estereotipos», lamenta Ponce.
En la médula de este rechazo siempre ha latido una incómoda contradicción: el desprecio generalizado por un país entero va acompañado a menudo de la devoción por sus productos culturales. Hoy, lo estadounidense parece más presente que nunca en nuestro entorno, desde Apple y Google hasta Juego de tronos o esas camisetas de las barras y estrellas que llenan los expositores. Pero, aun así, nuestro concepto del país norteamericano sigue siendo superficial y está marcado por los tópicos: «La idea que tenéis viene de las películas y las series, como es natural. Una cosa que no se suele entender, por ejemplo, es la diversidad de personas y culturas dentro de Estados Unidos: somos un país de inmigrantes y, al final, hay mucha más convivencia que conflicto», puntualiza elautor y bloguero Daniel Welsch, un nativo de Phoenix (Arizona) que lleva doce años afincado en Madrid. ¿Él ha sufrido en alguna ocasión el famoso sentimiento antiamericano? «Solo un par de veces he tenido a españoles de izquierdas que me culpaban de la situación en Oriente Medio o algo así, pero un amigo me dice que, en los 80, habría sido impensable sentarse a comer con un americano: él mismo tenía la camiseta de Yankee Go Home. Obama ha mejorado mucho la imagen de EE UU en el extranjero, porque es difícil que no te caiga bien, todo lo contrario que Bush. Ahora veremos quién es el próximo presidente y cómo afecta a la imagen del país».
Porque, si Donald Trump se instala en la Casa Blanca, parece seguro que el antiamericanismo repuntará con bríos renovados. «Sin duda, sin duda asiente Charles Powell. América es mucho más, pero también es verdad que su propio sistema electoral hace que la opinión pública internacional gire en torno a las personalidades de sus presidentes, aunque esa fluctuación radical sea un poco alarmante». La serie V ya no está de moda, así que a lo mejor nos perdemos a Trump como comandante de los lagartos, pero siempre habrá alguna otra serie americana de la que echar mano.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Favoritos de los suscriptores
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.