borja olaizola
Martes, 26 de julio 2016, 00:32
Tan entretenidos solemos estar en la búsqueda de lo extraordinario que muchas veces somos incapaces de apreciar el valor de lo cotidiano, aunque lo tengamos delante de nuestras narices. El malogrado John Lennon ya decía que la vida es lo que pasa mientras uno está ocupado haciendo planes y la reflexión viene al pelo al contemplar las flores que visten de gala, durante estas fechas, los campos de la región italiana de Umbria. ¿Una rara especie de orquídea traída del lejano Oriente? ¿Algún bulbo experimental diseñado en un laboratorio holandés especializado en ingeniería genética vegetal? Nos cuesta aceptar que lo que recubre de azul la campiña italiana son sencillas lentejas en plena floración, salpicadas por las pinceladas de fuego de las aún más humildes amapolas.
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Escribía Ramón Gómez de la Serna que las lentejas son «los centimillos de la alimentación». Cenicienta gris en la feria de las vanidades gastronómicas, la socorrida legumbre es rehén de su modestia en un escaparate que solo premia propuestas cada vez más extravagantes e insólitas. Sus hermosas flores azules son una llamada a la cordura y, a la vez, una reivindicación de los placeres más sencillos.
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