![Los forzudos de Lopetegui](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201607/31/media/cortadas/101352919-k7PB-U20191109009028C-490x578@Ideal.jpg)
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borja olaizola
Domingo, 31 de julio 2016, 23:59
Forzudos que levantan piedras de 170 kilos como si fuesen bombonas de butano, ermitas milagrosas que acaban de raíz con las pesadillas si se reza un credo con la cabeza metida bajo el altar, cuerdas que se vuelven serpientes en el escudo municipal... En Asteasu, pueblo en el que nació el Premio Nacional de Literatura Bernardo Atxaga, la realidad se funde con la fantasía de forma natural y los relatos saltan de un territorio a otro sin artificios. Por esa frontera en la que convergen ambos mundos camina la historia de los Lopetegui, la estirpe a la que pertenece el nuevo seleccionador de La Roja, Julen, que nació hace casi medio siglo en esta pequeña población de 1.500 vecinos, en el corazón de Gipuzkoa.
Los Lopetegui forman parte de una de esas dinastías de campeones que cada cierto tiempo monopolizan una especialidad del deporte rural vasco. El padre de Julen, José Antonio, se crió en un caserío de Azpeitia y no tardó en destacar en el levantamiento de piedra, siguiendo los pasos de su hermano Luis. Los dos adaptaron como nombre de guerra el del caserío familiar, Agerreondo: Luis, el mayor, se llamó Agerre I y José Antonio, Agerre II. La fortaleza de los Lopetegui adquirió pronto tintes legendarios. Además de superar casi siempre a sus rivales, establecieron un buen número de récords, algunos de los cuales siguen todavía vigentes.
Los hermanos eran conscientes de su reputación. El caserío en el que residían en compañía de sus padres y sus hermanos había pasado a ser conocido por sus convecinos como indaretxe, es decir, la casa de la fuerza. El poderío físico gozaba de un prestigio extraordinario en aquella sociedad aún ingenua, que apenas había traspasado el umbral de la revolución industrial. El levantamiento de moles de piedra, inamovibles para el común de los mortales, tiene algo de comunión con el Universo, de reencuentro con las corrientes telúricas que nos conectan con la naturaleza. El silencio sepulcral con el que los espectadores asisten a las maniobras del harrijaso-tzaile antes de enfrentarse a la piedra habla de esa fascinación primitiva que siempre ha ejercido la fuerza bruta.
Cuenta Bernardo Atxaga en la revista Erlea que los ocho hermanos varones de la familia Lopetegui idearon un plan singular para que su fama atravesara fronteras: participarían juntos en un festival de deporte rural en San Sebastián para exhibir su poderío físico. Hasta habían calculado el promedio del peso de las piedras que cada uno iba a levantar: 188 kilos. La exhibición los hubiese consagrado como el clan de forzudos por excelencia si se hubiese llevado adelante, pero las mujeres de algunos de ellos se negaron en redondo y no tuvieron más remedio que dar marcha atrás. El aplazamiento dejó claro que incluso los más fuertes están sometidos al orden natural de las cosas.
Agerre I y Agerre II sentaron las bases del levantamiento de piedra moderno. Sustituyeron los atracones que solían darse los harrijasotzailes por una dieta menos copiosa y más variada, a la vez que aplicaron un plan de ejercicios sistemáticos para conservar su privilegiada condición física. El padre de Julen llegó a entrenarse en alguna ocasión con los jugadores de la Real Sociedad mientras preparaba un campeonato, y todavía hay quien recuerda que los futbolistas eran incapaces de seguir el ritmo que marcaba el harrijasotzaile en las carreras.
Con la muerte de Agerre I en 1969, su hermano se consolidó como la principal referencia del levantamiento de piedras. Las autoridades deportivas del franquismo andaban por aquel entonces a la busca de un hombre capaz de hacer reverdecer los laureles de Paulino Uzcudun, el boxeador vasco que llegó a alcanzar el campeonato de Europa de los pesos pesados después de haber dado sus primeros pasos en el deporte rural. José Antonio Lopetegui cumplía con todos los requisitos para encarnar el papel con garantías de éxito: además de poseer un físico portentoso, había demostrado que era capaz de someterse a una férrea disciplina para lograr los objetivos deportivos que se marcaba.
El visto bueno de Franco
El promotor de boxeo Miguel Almanzor fue el encargado de transmitir al levantador de piedra un plan que tenía el visto bueno del mismísimo Franco. Le paseó por los cuadriláteros y le hizo asistir a varias veladas mientras deslizaba en sus oídos comentarios sobre el futuro que tenía por delante si cambiaba las piedras por los guantes. «Te entrenaremos para ser un campeón de los pesos pesados, saldrás en los periódicos y ganarás mucho dinero», le decía una y otra vez. Las promesas, sin embargo, no convencieron al harrijasotzaile, que para entonces ya se había casado y se había mudado a la casa familiar de su mujer en Asteasu. Agerre IIrechazó el plan mientras el promotor, decepcionado, volvía sus ojos hacia otro levantador con hechuras de purasangre que no se lo pensó dos veces cuando tuvo delante la oferta. Ese fue el punto de partida de la vertiginosa carrera pugilística de José Manuel Ibar, más conocido por el nombre del caserío de su familia, Urtain.
Lopetegui tenía sólidos argumentos para desoír los cantos de sirena que le hicieron llegar los poderes de la época. Su mujer le había dado sus primeros hijos y una ocupación que apenas le dejaba tiempo para las piedras: la taberna que ocupaba la planta baja de la casa familiar. El local pasó a ser un asador que bautizó con su sobrenombre, Agerre, mientras la prole iba en aumento. Los primeros recuerdos del actual seleccionador de España están asociados a la sidrería y, sobre todo, a las brasas donde asaban enormes chuletones y prodigiosos besugos. «Desde muy pequeños echábamos una mano a los padres, los chicos a cargo de la parrilla y nuestras hermanas atendiendo las mesas», evoca José Antonio, el hermano mayor de Julen.
Como no podía ser menos, siguieron la tradición familiar y desde muy pequeños empezaron a trastear con pelotas de frontón, balones e incluso con las piedras que su padre guardaba en casa para las exhibiciones. Dotados de la privilegiada herencia genética de los Lopetegui, Joxean y Julen se convirtieron en dos tiarrones que no tardaron en despuntar en todas las actividades deportivas en las que tomaban parte. El primero terminó encauzando sus excepcionales aptitudes físicas en el frontón. Bajo el nombre de Agerre, Joxean Lopetegui fue durante dos décadas una de las figuras destacadas del remonte, cuyo campeonato individual llegó a ganar en 1986. «Ahora que llevo ya mucho tiempo retirado puedo confesar algo que nunca he llegado a decirle: Julen jugaba mejor que yo al frontón», sonríe.
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