Giorgio Napolitano, en la puerta de su casa de Roma.

El mejor rey de la República

Giorgio Napolitano ha sido el único político que ha repetido como presidente de Italia. Su segundo mandato le llegó a los 87 años y su mano izquierda le valió el reconocimiento internacional

darío menor

Sábado, 3 de septiembre 2016, 23:42

Durante febrero, marzo y abril de 2013 Roma vivió la época de las «tres sedes vacantes»: en el Vaticano, en el Palacio Chigi (la casa del primer ministro) y en el Quirinal (la colina donde se levanta el palacio del presidente de la República). La primera de ellas la protagonizó Benedicto XVI con su renuncia al pontificado, propiciando así la elección de Francisco como nuevo Papa. Luego vino el resultado endiablado de las elecciones generales, que abrieron dos meses de negociaciones imposibles entre los partidos hasta que por fin pudo armarse un Gobierno de coalición liderado por Enrico Letta.

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La última de las «sedes vacantes» parecía la más complicada de ocupar: el entonces presidente de la República, Giorgio Napolitano, acababa los siete años de su mandato y si el Parlamento no era capaz de ponerse de acuerdo para elegir a un primer ministro, más difícil parecía aún que algún candidato consiguiera los apoyos suficientes para convertirse en el nuevo jefe del Estado. Italia vivía en aquellas semanas una tormenta perfecta. El doble vacío de poder también metía el miedo en el cuerpo al resto de Europa, que se temía una nueva crisis financiera derivada de la inestabilidad.

Sólo una sombra

  • La Cosa Nostra. El único punto oscuro de Giorgio Napolitano fue su implicación, hace dos años, en el proceso de Palermo, que juzga las supuestas negociaciones de los 90 entre el Estado y la Cosa Nostra para poner fin a los atentados a cambio de mejorar las condiciones carcelarias de los capos

  • Interrogado. El escándalo le salpicó porque su antiguo asesor jurídico, Loris DAmbrosio, le envió una carta en la que le decía que se había sentido «como escudo de acuerdos que no pueden decirse». El presidente fue interrogado y aseguró que no sabía nada del asunto.

Haciéndose cargo de la situación y pese a que tenía vivos deseos de retirarse a sus 87 años, Napolitano cedió ante las peticiones que le llegaban tanto desde dentro como desde fuera del país y accedió a seguir en el puesto durante un breve período, hasta que «la situación del país y de las instituciones me lo sugieran y si las fuerzas me lo consienten», dijo en el Parlamento tras jurar de nuevo el cargo. Se convertía así en el único jefe de Estado italiano que repetía en el puesto y, de paso, se encargaba de resolver el atasco en la jefatura del Gobierno al terminar de cocinar la alianza entre partidos que aupó al poder a Letta.

Al otro lado del río Tíber, desde el Vaticano, contemplaba la actitud de Napolitano un recién elegido Jorge Mario Bergoglio, que tres años después comentaría en una entrevista con el Corriere della Sera cuánto le conmovió el «gesto heroico» del hoy nonagenario senador vitalicio italiano. «Cuando aceptó por segunda vez asumir un cargo de ese peso a esa edad y aunque fuera por un periodo limitado, le llamé y le dije que era un gesto de heroicidad patriótica», confesó Francisco. De hecho, el Pontífice lo incluyó entre los «tres grandes olvidados de la Italia de hoy», junto a la alcaldesa de Lampedusa, Giusy Nicolini, símbolo de la acogida a los inmigrantes, y a Emma Bonino, la veterana política radical e histórica defensora de los derechos civiles. La «bendición» de Bergoglio y el hecho de que lo incluyera entre las figuras contemporáneas relevantes del país, significó para el dos veces jefe de Estado un brillante e irónico broche a su vida política activa. Completaba así su viaje desde sus orígenes en el Partido Comunista Italiano (PCI), el más poderoso a este lado del Telón de Acero durante la Guerra Fría.

La confianza de Europa

Napolitano representa un excelso ejemplo de la capacidad italiana para evolucionar y adaptarse a los tiempos sin encastillarse en posturas inmóviles ni trazar líneas rojas. Pasó de aplaudir la intervención soviética en Hungría en 1956 a liderar el ala de «derechas» del PCI, consiguiendo que su formación entrara en lo que vino a llamarse como «eurocomunismo» y renunciara a la revolución. El propio Napolitano explica su recorrido en su autobiografía, titulada precisamente Del Partido Comunista Italiano al socialismo europeo. El libro concluye acordándose de todos aquellos con los que combatió «buenas batallas» y sostuvo «causas equivocadas». «He intentado poco a poco corregir errores y explorar nuevos caminos», se sinceró.

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Napolitano se ganó el apodo de Rey Giorgio en las cancillerías europeas tanto por sus modos mayestáticos como por su capacidad para poner y quitar gobiernos. El Ejecutivo de Letta fue en buena parte una creación suya, como también pasó con el gabinete anterior, formado por técnicos y liderado por Mario Monti. Durante los peores momentos de la crisis económica y ante el riesgo de que Italia tuviera que ser intervenida, Napolitano, con el respaldo de los otros líderes europeos, maniobró para conseguir que Silvio Berlusconi abandonara el poder en noviembre de 2011 y dejara paso al equipo de Monti.

Con aquella jugada, el anciano presidente intentó que su país recuperara la confianza en los mercados internacionales y dejara de ser el quebradero de cabeza de la UE. Lo consiguió entonces y volvió a tener éxito en la siguiente crisis política de 2013, justificando así que diarios como el británico The Guardian lo calificaran como una de las «más grandes figuras políticas» de Europa.

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