borja olaizola
Miércoles, 7 de septiembre 2016, 00:32
Es Andrés Iniesta (Fuentealbilla, 1984) una de las contadas figuras públicas que son capaces de generar buen rollo incluso entre sus más feroces adversarios deportivos. En una sociedad polarizada que se está revelando incapaz de alumbrar los consensos más elementales, el futbolista manchego es una rara avis, la excepción que confirma la consolidación del cainismo en la escena pública nacional. No es por ello extraño que haya quien postule que recaiga sobre él alguna suerte de figura protectora, algo así como bien de interés cultural o especie en peligro de extinción, para preservar la memoria de todo lo que representa: humildad, talento, capacidad de trabajo, solidaridad, espíritu de sacrificio...
Publicidad
Del Iniesta futbolista se saben muchas cosas: que su precocidad con el balón le condujo a La Masía con apenas 12 años, que ha conquistado un sinfín de títulos con el Barça y la Selección, que su gol ante Holanda en la final del Mundial de 2010 hizo de él un símbolo, que sus compañeros le idolatran, que es el espejo en el que se miran todos los que tienen aspiraciones de ser profesionales del fútbol... Su exposición a los focos en lo personal es mucho más limitada y no tiene nada que ver con el despliegue que realizan algunos de sus colegas en las redes sociales. Que se sepa, su vida más allá del fútbol está monopolizada por su familia está casado con la decoradora Anna Ortiz, con la que tiene dos hijos y la bodega de vino que puso en marcha en su tierra natal.
El siempre discreto Gusiluz, apodo que le adjudicó el programa de humor de la televisión catalana Crackovia recuperando la figura de un pálido muñeco de apariencia inofensiva que ayudaba a dormir a los niños, acaba de desvelar algunos de los capítulos menos conocidos de su existencia en una autobiografía que puede encontrarse desde ayer en las librerías. El libro, escrito por los periodistas Marcos López y Ramón Besa, se titula La jugada de mi vida y deja entrever aspectos inéditos de su personalidad. Una lectura apresurada revela algo que suele ser bastante común entre quienes han triunfado en cualquier faceta profesional: que el peaje por el éxito tiene un precio bastante más elevado de lo que se suele sospechar.
La factura por la gloria futbolística venidera le llegó muy pronto. Iniesta habla así de sus primeros días en La Masía, donde aterrizó cuando era un niño que apenas había cumplido los 12 años: «Parece absurdo, pero es cierto, el peor día de mi vida lo he pasado en La Masía. Así lo sentí entonces, así lo siento ahora, con tanta intensidad como si no hubiera pasado el tiempo. Tuve una sensación de abandono, de pérdida, como si me hubiesen arrancado algo de dentro, en lo más profundo de mí. Fue un momento durísimo. Yo quería estar allí, sabía que era lo mejor para mi futuro, por supuesto. Pero pasé un trago muy amargo, tuve que separarme de mi familia, no verlos todos los días, no sentirlos cerca... Es muy duro».
El futbolista no fue el único que las pasó canutas en aquella etapa. A su padre, José Antonio, se lo llevaban los demonios cuando veía sufrir de esa manera a su pequeño. «Creía que me iba a morir, me faltaba el aire en la habitación, era insufrible», se sincera en el libro. «Me dio un ataque de ansiedad. Llegué a hacer la maleta para volvernos al pueblo. No podía abandonar a mi chiquillo. Si no hubiera sido por su madre... Yo me lo habría llevado al pueblo, pero ella tenía más capacidad de sacrificio. Mari siempre me decía: Si se va y no triunfa, lo habré perdido seis o siete años. Si se va y triunfa, también lo habré perdido seis o siete años. O sea, yo siempre pierdo».
Publicidad
«Vi el abismo»
El libro repasa también otros episodios oscuros de su trayectoria, especialmente cuando atravesó una crisis de salud que se agudizó con el fallecimiento de su amigo Dani Jarque, jugador del Espanyol. «A partir de ahí, empezó mi caída libre hacia un lugar desconocido. Vi el abismo. Y fue entonces cuando le dije al doctor: No puedo más». En la obra abundan los testimonios de sus compañeros. No podía faltar el de Messi, con el que compartió años de formación en La Masía: «Nos parecemos en lo de hablar poco, él suele estar en un rincón del vestuario y yo en el otro. Nos cruzamos, nos reconocemos, nos juntamos. Con una mirada ya sabemos. No hace falta decir nada más. En el campo me gusta tenerlo cerca, sobre todo si el partido se pone raro, duro, áspero. Entonces le digo: Acércate, vente, ponte a mi lado. Agarra al equipo, lo maneja, me busca, me la da. Es una persona modesta y como jugador es mágico, todo lo que hace con la pelota es increíble».
No faltan tampoco evocaciones de los muchos momentos épicos que ha vivido en su dilatada carrera profesional. El más recordado es sin duda el gol que valió el primer Campeonato del Mundo de España en la final contra Holanda, aunque también otro contra el Chelsea que le dio al Barcelona el pase a la final de la Champions en 2009, que ha pasado a la historia como el Iniestazo: «¿Que si pensé en cómo darle? ¡Qué va! Ahí no hay tiempo para pensar. Si piensas, no haces nada».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.