zigor aldama
Miércoles, 28 de septiembre 2016, 00:12
La joven Li tiene 24 años, ha nacido en China y no cree en Dios. En ninguna de sus versiones. Sin embargo, mira una y otra vez la fotografía que le muestra este periodista y no ve nada raro mucho menos condenable en la imagen de una mujer musulmana que se baña ataviada con un burkini en una playa de Túnez. No obstante, sí que le parece una aberración la segunda instantánea, en la que unos policías franceses exigen a otra mujer que profesa el islam que se desvista para dejar a la vista su rostro y su cabello. Conocer que varias localidades galas pretendían prohibir el uso de esta prenda le resulta chocante. «Siempre creí que Francia, y Europa en general, era un lugar en el que se respetaban las libertades individuales, y que cada uno podía vestir como quisiera. No entiendo que se impida llevar algo que no molesta a nadie y que, sin embargo, sí se permita el top-less. Parece el mundo al revés».
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Como muchos otros chinos, Li no asocia el burkini a la opresión de la mujer. Es más, tarda apenas unos segundos en trazar un paralelismo con otra prenda que gana adeptos en China con cada verano que pasa: el facekini. Se trata de una especie de pasamontañas fabricado en tela de traje de baño ideado para evitar que a los bañistas chinos les dé el sol en la playa. Sí, el gigante asiático es tierra de contradicciones y, aunque la afición por darse un chapuzón va en aumento de forma proporcional a las aglomeraciones en aquellas zonas del litoral que no estén excesivamente contaminados, el canon de belleza no ha cambiado desde hace siglos: lo bello es la tez blanca, cenicienta incluso. Lo saben bien los fabricantes de productos cosméticos, que comercializan todo tipo de ungüentos para blanquear la piel.
Ideados contra las medusas
En este contexto, el facekini nació hace doce años en la ciudad costera de Qingdao, una de esas privilegiadas urbes en las que sus ciudadanos pueden extender la toalla sobre la arena y disfrutar de un baño en aguas relativamente limpias. Su creadora fue Zhang Shifan, una mujer que regentaba una tienda de bañadores junto a la playa. «Entre nuestros productos más vendidos había ropa protectora para ir al agua sin temor a las medusas, pero hubo unos amigos que, a pesar de vestirla, se vieron gravemente afectados en la cara y el cuello por el efecto de estos animales. Así que diseñé una máscara protectora de nylon a juego con la ropa», explica.
La sorpresa llegó cuando descubrió que la mayoría de sus clientes, sobre todo ellas, no adquirían la prenda para evitar picaduras sino para combatir los rayos del sol. Haciendo gala del característico espíritu emprendedor de la población china, Zhang vio rápidamente un filón empresarial: «Se me ocurrió explotar ese uso con una segunda generación en la que utilicé colores diferentes, más alegres», recuerda. Ahora, el facekini ha evolucionado y cuenta con diferentes colecciones: desde la más básica, fabricada en colores planos, hasta la que incluye todo tipo de dibujos, incluidos los de las histriónicas máscaras de la ópera china.
De esta forma, poco a poco las playas de China se van llenando de extraños seres a los que sólo se les ven los ojos, la boca y las manos. Algunas mujeres hacen como que toman el sol en la playa completamente tapadas, o se bañan ataviadas como si la temperatura del agua estuviese cerca del punto de congelación. Lógicamente, su vestimenta es elección propia y no guarda relación alguna con ningún tipo de creencia religiosa. Pero, después de darle unas vueltas, Li se pregunta si «al final el canon de belleza no termina siendo una imposición social como puede ser la de quienes utilizan el burkini».
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Libertad de credo... relativa
La polémica, sin duda, está servida en Europa. En China, no. En teoría, el régimen comunista oficialmente ateo respeta la libertad de credo y no impone ningún código de vestimenta, aunque la desnudez femenina está vetada. Los hombres sí que pueden lucir el torso, y vaya si lo hacen en verano, cuando se arremangan la camiseta por encima de la generalmente generosa barriga. No obstante, Pekín ha lanzado una campaña contra aquellos símbolos religiosos que considera excesivamente ostentosos. Ahí, por ejemplo, se incluyen las cruces de iglesias cristianas, una religión que vive un inesperado e importante auge en el país.
Por su parte, la población musulmana, que suma más de 20 millones de habitantes y predomina en las provincias y regiones del oeste del territorio en Xinjiang son mayoría, también tiene libertad para vestir a su antojo, aunque son habituales las denuncias de diferentes grupos por las injerencias de las autoridades en asuntos como el ayuno obligatorio durante el ramadán. En cualquier caso, la relativa falta de influencia y de inmigración extranjeras ha evitado que velos integrales como el burka o el niqab se abran paso en China. La única razón para taparse es el sol.
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