ANTONIO PANIAGUA
Martes, 14 de marzo 2017, 01:38
Para que se haga la luz en nuestro país es necesaria una cantidad ingente de cable, en concreto, 43.000 kilómetros, lo que equivale a tres veces y media el diámetro del globo terráqueo. Cables aéreos, subterráneos y submarinos son las venas visibles y ocultas de una tupida malla. Red Eléctrica España (REE), la compañía operadora del sistema y propietaria de la infraestructura del transporte, tiene instaladas por toda la geografía nacional 78.593 torres de alta tensión para sostener esos cables, una tela de araña que garantiza la continuidad y seguridad del suministro. La base de operaciones del sistema se llama Centro de Control Eléctrico (Cecoel), un espacio tapizado de paneles luminosos que radiografían las intimidades del sistema. Con un ojo puesto en el ordenador y otro en las múltiples pantallas, los técnicos no pierden de vista ni un dato, ni una gráfica. Se van turnando, trabajan 24 horas al día durante 365 días al año. En caso de que algún elemento fallara, el sistema lo detectaría y se actuaría de forma automática e instantánea.
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La energía es huidiza y escapa al almacenamiento a gran escala. Por esta razón, en cada instante ha de producirse la cantidad de electricidad exacta que se demanda, lista siempre para llegar en el momento preciso en que el consumidor pulsa el interruptor de la luz. La receta que asegura que todo vaya sobre ruedas es bien sencilla. Para evitar disgustos es necesario un permanente equilibrio entre generación y consumo de electricidad. Así, Red Eléctrica prevé el consumo que va a demandarse a lo largo del día en el conjunto del país. A partir de este cálculo, las centrales eléctricas diseñan sus programas de producción. «Si hubiera un desajuste sufriríamos incidentes graves, reproducibles en Europa», asegura Juan Bola, jefe de departamento del Cecoel.
Varios tipos de circunstancias pueden originar una caída brusca de la demanda de electricidad. Huelgas generales y olas de frío o de calor son situaciones ante las que los operadores de REE deben permanecer vigilantes. Ellos velan por que los intercambios internacionales de electricidad, las necesidades de transporte, la tensión y, especialmente, la frecuencia estén en los parámetros adecuados.
En un parque empresarial de Alcobendas (Madrid) se afinca el cerebro que coordina todo un denso engranaje, una masa gris telemática que se encarga de cumplir la misión encomendada a REE: garantizar que la energía que se genera en las centrales llegue en las mejores condiciones a las empresas distribuidoras y de comercialización.
Cuando se entra al Cecoel surge la sensación de 'déjà vu', de experiencia ya vivida. Las inmensas cristaleras y las hechuras de pecera evocan los escenarios de las películas de ciencia ficción. Es un espacio aséptico, ajeno a las miradas indiscretas. No obstante, es posible observar lo que ocurre en las tripas de esta prodigiosa sala de máquinas, pero siempre a través de cristales transparentes. Porque acceder al interior del centro de control es una tarea difícil. La seguridad se cuida al máximo. Por su carácter estratégico, el sistema eléctrico ha de estar blindado contra sabotajes y prevenido frente a ataques a centros neurálgicos como hospitales, centros docentes o instalaciones industriales. De ahí que se impida el acceso de entrometidos.
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A la una de la tarde, media docena de empleados están parapetados detrás de hileras de ordenadores. Observan las pantallas y toman notas. Y presidiendo la escena, un enorme panel luminoso en el que están representadas las unidades de generación conectadas a la red en la Península Ibérica. En este mapa del sistema eléctrico están remarcadas las principales 'autopistas' de la red de transporte de energía, un tejido apretado y provisto de 5.428 subestaciones. Todo un entramado capilar del que se enorgullecen los dirigentes de REE.
Si saltan las alarmas, sólo cabe tomar decisiones de dos tipos: aumentar o reducir la generación de energía, o como alternativa, disminuir el consumo. El jefe de turno, que actúa de máximo responsable, está acompañado de un técnico que vigila la producción de energía y otro que se ocupa del transporte. En caso de que aconteciera un apagón, este equipo y sus ayudantes (alrededor de ocho operadores) se comunicarían con los centros de control de las eléctricas para que se incrementara la producción con el fin de recuperar el suministro.
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Seguridad nacional
En una pantalla de proporciones más reducidas se puede observar en tiempo real la cantidad de energía que se está consumiendo en todo el país. El Cecoel está conectado a otra sala de control, cuyo emplazamiento los responsables de REE se cuidan de desvelar por una cuestión de seguridad nacional. «Si el Cecoel de Alcobendas tuviera un problema y dejara de funcionar, el otro centro asumiría el control en pocos minutos», subraya Juan Bola. En caso de emergencia entraría en funcionamiento un tercero.
El cerebro informático y de telecomunicaciones del Cecoel es muy sofisticado, de suerte que es capaz de supervisar en tiempo real 100.000 datos cada doce segundos. Pocas cosas escapan a este 'Gran Hermano'. Lo que no quita para que los ingenieros (más de mil) no pierdan de vista la evolución de tres curvas de distinto color. Una amarilla indica la demanda real; una verde dibuja la previsión de demanda y una línea roja escalonada muestra la producción programada por las unidades de generación. La demanda real refleja el valor instantáneo de la petición de energía eléctrica, lo que se consume de verdad en cada momento. Y la línea de previsión se elabora con los indicadores de consumo en periodos precedentes, afinados con una serie de factores como la climatología y la actividad económica. Se tienen en cuenta cosas tan aparentemente irrelevantes como la emisión de un partido de fútbol. Si el consumo de agua se dispara en el descanso cuando los espectadores aprovechan para, por ejemplo, ir al baño, eso influye también en el consumo eléctrico.
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Gracias a sus ordenadores, los técnicos abren y cierran líneas, inyectan potencia a los generadores y adecuan los transformadores que reciben la energía. Es necesario modular la tensión para que las redes locales de distribución de las compañías eléctricas la conduzcan hasta los hogares y demás centros de consumo.
Por ahora España se ha librado de sufrir un apagón a gran escala como el que dejó a oscuras a millones de italianos en 2003. Sin embargo, no hay que bajar la guardia, porque el peligro puede venir de fuera, dado que los sistemas europeos están interconectados. En 2006, un problema en Alemania ocasionó una desconexión en cascada de la demanda en toda Europa, que quedó dividida en dos. A raíz del susto, los observadores del Cecoel no apartan la mirada de los avisos de alerta del mapa de Europa.
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A toda la ingente cantidad de datos se suman los que proceden del funcionamiento de las renovables. España fue pionera en dotarse de un centro para gestionar la generación de estas energías limpias. El Centro de Control de Energías Renovables (Cecre) está integrado en el Cecoel. Calcula la cantidad de energía renovable que se puede incorporar al sistema eléctrico de manera segura.
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