ICÍAR OCHOA DE OLANO
Miércoles, 24 de mayo 2017, 02:25
Cuna de la vieja civilización que ha engendrado buena parte de la cultura occidental que conocemos, amo y señor de la mitad de los monumentos del mundo en toda la Historia antigua, Egipto se queda en los huesos para mostrar al mundo, prácticamente cada mes, recovecos inéditos de su mastodóntico e insondable esqueleto. El país de Osiris, Nefertiti o Tutankamon saca provecho al fascinante legado de sus antepasados para hacer frente a la hambruna insoportable de visitantes que padece desde que, hace seis años, la primavera árabe precipitó el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak sin que las esperanzas de libertad y progreso del pueblo cristalizaran. El reguero de ataques terroristas de los últimos tiempos ha terminado por sumergir al país en un brumoso invierno social y económico.
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El turismo, su industria más desarrollada -un 11,4% del PIB en 2015- agoniza. Después de batir su mejor récord en 2010, cuando dio la bienvenida a 14,7 millones de extranjeros deseosos de adentrarse Nilo arriba, en el primer semestre del año pasado apenas contabilizó 2,4 millones, lo que supuso una caída del 51% con respecto al mismo periodo del ejercicio anterior, revelan los últimos datos difundidos por la agencia oficial egipcia de estadísticas (CAPMAS). El avión de Egyptair que los yihadistas abatieron en mayo pasado, cuando volaba desde Sharm El Sheikh, su balneario en el Mar Rojo, a San Petersburgo con 224 personas a bordo, precipitó el desplome, después de que Rusia impusiera el veto a los vuelos con salida o llegada a la república árabe, al que se sumarían el Reino Unido y Alemania, y que hoy sigue vigente.
Belleza, misterio e I+D
El declive de la actividad turística, una de las principales causas de su sequía de divisas, ha obligado al Gobierno a aceptar un préstamo de 11.000 millones de euros del FMI y a poner en marcha un plan de austeridad para tratar de atajar la hemorragia financiera. Lejos de tirar la toalla, Mohamed Yehia Rashed, titular de la cartera de Turismo desde hace catorce meses, intensifica la seguridad en las zonas más calientes del país, al tiempo que azuza al Ministerio de Antigüedades a que haga sonar la campana cada vez que sus ancestros regresan del más allá en alguna de las más de doscientas misiones arqueológicas internacionales abiertas en algún rincón de la esquina nororiental de África. Airear los tesoros escondidos bajo la arena caliente del Sahara y las fértiles orillas de su río sagrado es su mejor campaña publicitaria para tentar a los turistas con promesas de un viaje en el tiempo de 4.000 años hasta la gloriosa era faraónica.
El ministro Rashed se ha marcado el techo de 10 millones de visitantes a saludar antes de la próxima Nochevieja y sabe que, para ello, debe agitar el cetro de Keops y reavivar el hechizo de una civilización que aúna como pocas belleza, misterio y modernidad. La ciencia todavía se pregunta cómo fue posible que crearan la Esfinge de Guiza, la mayor escultura de un solo bloque de piedra del mundo hasta bien entrado el siglo XX; y se maravilla de que alumbraran el sistema decimal, fueran los primeros en aplicar una energía no animal a la locomoción con la navegación a vela, se metieran a cirujanos o se convirtieran en el primer productor de grano del planeta con un sistema de regadío capaz de fertilizar las mismísimas dunas.
Pero, por encima de su sorprendente departamento de I+D, la magia del Antiguo Egipto, en palabras del afamado egiptólogo francés Christian Jacq, es «la victoria sobre la muerte». Justo ahí, al otro lado de la orilla, es donde escarban para resucitarlos equipos de investigadores procedentes de Cracovia, Hawai, Kyoto, México, Sydney o Tenerife. En total, 211 expediciones de veinticuatro países y cinco continentes, diseminadas, la mayoría, a lo largo y ancho de la cuenca del Nilo; desde Alejandría a Asuán, según el recuento efectuado por la egiptóloga portuguesa de la Universidad de Munich Paula Veiga, y que actualizó por última vez el pasado 22 de abril.
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De las casi treinta misiones que tiene allí Alemania -es el tercer país con mayor presencia, solo por detrás de Estados Unidos (37) y Francia (34)-, la liderada por Dietrich Raue protagonizó hace poco más de dos meses uno de los hallazgos más difundidos por el tamaño y la espectacularidad de las piezas rescatadas. Se trataba de restos del torso y la cabeza de un coloso de más de ocho metros de altura extraídos del subsuelo de Matariya, un populoso barrio de El Cairo. Si bien en un principio las autoridades gubernamentales se apresuraron a atribuirlos a Ramsés II, estudios posteriores apuntan a Psamético I, un faraón con bastante menos glamour y seiscientos años posterior al Julio César del Antiguo Egipto. Una inscripción encontrada en la escultura desmembrada, en la que se lee Nebaa, un alias del discreto rey de la dinastía 26, ha desinflado un poco el globo del descubrimiento.
Aun así, el efecto estimulante de las imágenes distribuidas es indiscutible. Abren de par en par las puertas del apetito por el exotismo polvoriento de la corte de Cleopatra, los jeroglíficos y las momias. Como las ocho de hace 3.000 años que otra expedición, en este caso egipcia, rescató hace tres semanas en los alrededores de Luxor. El enterramiento, que al parecer pertenecía a un noble de la zona, contenía además una decena de preciosos sarcófagos. Sus fotografías han dado la vuelta a mundo. «La aparición de nuevas reliquias del Antiguo Egipto es una importante promoción de nuestro país. Reaviva el interés de los viajeros extranjeros por conocernos», admite a este periódico Tarek Sirag, primer secretario de la Embajada egipcia en España. «Ojalá podamos seguir anunciando descubrimientos importantes que alimenten su curiosidad», agrega. Todo apunta a que sí. El Gobierno egipcio, que ha reanudado las misiones autóctonas que interrumpió por falta de fondos tras la revolución (hoy tiene ya en marcha siete), calcula que solo se han exhumado el 30% de las riquezas subterráneas del país.
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Escasa oferta formativa
Los expedicionarios españoles tampoco se quedan atrás. Los ocho equipos con autorización para seguir arañando sus respectivos yacimientos -cinco en Luxor, uno en Asuán, otro en El Fayum (a 130 kilómetros al sur de El Cairo) y otro en Minya, (a 250 kilómetros en esa misma dirección de la capital)- llevan varias campañas sucesivas encadenando sorprendentes hallazgos que impresionan a las grandes potencias arqueológicas. Ellos lo atribuyen a que «estamos en racha». Sin embargo, detrás de esos golpes de fortuna otros distinguen el «buen hacer» de los directores de esas misiones, «todos ellos egiptólogos formados en el extranjero y que se han consolidado en España a base de mucho esfuerzo y de vencer muchas resistencias». «Hoy, los jóvenes españoles que desean ser egiptólogos lo tienen más fácil».
El profesor agregado de Egiptología del Departamento de Ciencias de la Antigüedad y de la Edad Media de la Universidad Autónoma de Barcelona Josep Cervelló habla con conocimiento de causa. No en vano, dirige el único máster oficial en Egiptología que se imparte en el mundo hispánico. Articulado en dos años lectivos, se empezó a ofertar el curso 2009-10. Desde entonces, cerca de un centenar de estudiantes han participado en las cuatro ediciones que lleva organizadas. El próximo septiembre, arrancará la quinta. Mientras se prepara una nueva camada de Indianas, charlamos con la mitad de los veteranos.
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