
MIKEL FONSECA
Jueves, 15 de junio 2017, 01:49
Alcanzar el cielo es una empresa en la que se han embarcado grandes arquitectos desde los tiempos bíblicos. Muchas torres se han alzado y muchas han caído, pero algunas se han quedado a medio camino, eternamente inclinadas.
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La más conocida de esta categoría es, sin duda, la torre de Pisa, a pesar de no ser ni la más inclinada, ni la más alta, ni la más antigua. De hecho, ni siquiera es la única construcción que ha perdido la verticalidad en esta ciudad italiana, a pesar de protagonizar infinitud de fotografías de turistas intentando sujetarla. La región de la Toscana donde se asienta -malamente- su estructura se caracteriza por la naturaleza pantanosa de su suelo, motivo por el que tanto la famosa Torre del Duomo como los campanario de las iglesias de San Nicola y San Michele degli Scalzi parecen a punto de caer.
La fama de la torre inclinada de Pisa es tal que no solo las tiendas de souvenirs venden réplicas del edificio. A principios del siglo XX, en Nilles, Illinois, el empresario Robert Ilg decoró su fábrica siderúrgica con una copia a escala milimétrica de la famosa torre, que hoy se ha convertido en un icono de esta ciudad en pleno cinturón de óxido americano.
Para la ciudad de Pisa es, por supuesto, prioritario mantener la torre en esta condición de perpetua inclinación, teniendo en cuenta sus beneficios como reclamo turístico. Para detener su caída pero no rectificarla, la torre permaneció en obras durante más de una década, desde 1990 hasta 2001. El merecedor de los aplausos fue Michele Jamiolkowski, profesor emérito de Ingeniería Estructural de la Universidad de Turín, quien lideró un comité internacional para la salvaguarda del monumento.
Las modernas técnicas arquitectónicas han permitido evitar el desplome del edificio sin dañarlo, pero en otros tiempos se recurría a técnicas más rudimentarias. Las también famosas torres de Bolonia fueron equilibradas quitando y poniendo plantas en su estructura como si del juego de 'jenga' se tratase; la torre inacabada de Oldehove se intentó compensar mediante contrapesos.
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En el caso de Pisa, la idea para evitar el hundimiento, que previamente fue experimentada en una recreación, consistió en desplazar 70 toneladas de tierra del suelo mientras la torre se mantenía sujeta con un contrapeso colosal. El invento, que costó 26 millones de euros, garantizará el futuro de la torre los próximos dos siglos. Prueba de la confianza que genera es que ha sido reabierta al público, previo pago de los 18 euros de la entrada.
Condenadas a caer
No todos los intentos por mantener erguidas estas curiosas construcciones han sido fructíferos. En más de una ocasión se ha tenido que recurrir a la solución más drástica: derribarlas. Buen ejemplo de ello es -o fue- la Torre Nueva de Zaragoza, cuya inclinación legendaria fue inmortalizada por artistas como David Roberts, Gustave Doré y Edward Hawke Locker.
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Construida en 1504 con clara inspiración mudéjar, y a pesar de haber jugado un papel clave para controlar los movimientos de las tropas francesas durante el cerco al que se vio sometida la ciudad en la Guerra de la Independencia, el gobierno municipal decretó su demolición en 1892, al ver que los intentos por detener su caída eran infructuosos. Los hermanos Gascón de Gotor tildaron la destrucción de 'turricidio', y hoy lo único que queda de este emblemático edificio es una escultura conmemorativa.
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