![«No podría ver los restos de Lorca. No podría ver su cráneo con un agujero»](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201905/04/media/cortadas/137420870--624x367.jpg)
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CÉSAR COCA
Sábado, 4 de mayo 2019, 15:33
Seis de la tarde de un día de gozosa primavera. Ian Gibson está sentado a una mesa en un café de la plaza de Lavapiés, centro neurálgico del barrio más multicultural de Madrid y quizá de España. Hay mucho ruido, risas de jóvenes que aún ... no han tenido tiempo de dejar de ser felices y gritos de jugadores de cartas que van ya por el tercer o cuarto carajillo y el enésimo tute. «Me encanta la democracia de los bares», dice el hispanista que más ha hecho por recuperar la figura de Federico García Lorca y por toda la generación de escritores y artistas rota por la Guerra Civil. «Es muy difícil que algo así pase en un pub inglés. Sin los bares, España no sería España. Tomas una copa y una tapa y es genial. Adoro la falta de esnobismo que aquí encuentro». La conversación transcurre con calma, salpicada de anécdotas que va relatando con un castellano al que solo le queda la influencia del inglés en el acento. Cuenta Gibson que su mujer y sus hijos son ingleses, él posee pasaporte español -pero no irlandés-, cuando tiene pesadillas sueña en francés y sus nietos le llaman 'abuelo'. Y que, con 80 años recién cumplidos, empieza una etapa, «la última», y tiene «sed de lectura».
- Estoy recién salido de una cueva. He escrito catorce horas diarias durante dos meses para entregar el libro en fecha (se refiere a 'Los últimos caminos de Antonio Machado') y estoy muy cansado. En este tiempo he estado levantándome a las cinco de la mañana.
- Ese no será su horario de vida normal.
- No, pero siempre me levanto pronto, en torno a las seis. Tomo un té, hago algunos ejercicios y hasta la hora de comer trabajo, con una pausa de media hora que aprovecho para dar un paseo. Luego hago un poco de yoga, algo de siesta, organizo papeles... A mí no me gustan las tardes, me producen depresión. Recupero el tono al anochecer, pero ya no puedo escribir.
- ¿Le queda tiempo para tener aficiones?
- Cuando escribo, madrugo tanto que queda excluida la vida nocturna. Ahora estoy empezando a ir a la ópera, que me queda cerca de casa. Veo poco la TV. Y el pasado 15 de junio empecé un diario sobre la situación política en España, algo que creo que demuestra mi obsesión por lo que está pasando.
- Creo que alguna vez ha dicho que es el más madrileño del barrio.
- No sé si lo he dicho así exactamente, pero es cierto que me siento en casa. Adoro la falta de esnobismo de este país. Y tengo la teoría de que los irlandeses son españoles. O que España es como Irlanda pero con sol, o Irlanda una España con bruma.
- Usted nació en el seno de una familia metodista. Eso sería una rareza en la ultracatólica Irlanda.
- Mis padres, que tenían antepasados británicos, eran protestantes, bastante puritanos, de la rama metodista, en efecto. Éramos una mínima minoría. Las iglesias metodistas son pequeñas, sin imágenes, todo es muy rígido, sin liturgia. Mi salvación respecto de todo eso fue la literatura.
- Pero sus padres le enviaron a un internado mixto. En esos años...
- Como era muy rebelde me enviaron a un internado de los cuáqueros, que ahora son los más progresistas de Irlanda. El suyo es un cristianismo práctico, que mira al prójimo. Ir allí me salvó la vida: estábamos en el campo, andábamos en bici y yo pensaba que el primer amor sería para toda la vida.
- ¿Y fue así?
- No. Duró tres años, pero siempre la he recordado pese a que apenas la he visto luego.
- ¿Qué relación hay entre las aves y el hecho de que estudiara español?
- Estaba en el Trinity College de Dublín haciendo la carrera de Literatura Francesa y tenía que estudiar un segundo idioma. Las opciones eran italiano y español. Alguien me dijo que en Doñana había decenas de miles de aves y eso fue decisivo. La razón es que casi nací ornitólogo. Mi padre me llevaba a unas marismas al sur de Dublín donde había miles de ánsares y para mí aquello era mágico. Así que lo de Doñana me empujó, pero había otros factores que me conducían hacia el español.
- ¿Cuáles?
- La relación entre Irlanda y España a cuenta de la enemistad con los ingleses, las leyendas sobre Irlanda y Galicia... y sobre todo que en 1955 había en el Trinity un departamento muy bueno de Español. Mi maestro dio un curso sobre Rubén Darío y así entré en la literatura en español.
- Vino a España por primera vez con 19 años. ¿Qué recuerda de aquel viaje?
- Me alojaron en la calle Altamirano, cerca de la casa de Luis Rosales. En el piso vivían una viuda y su hijo y yo intuía por sus silencios que ocultaban algo. No sabía casi nada de la Guerra Civil pero fui dándome cuenta de que España era una dictadura y vi por primera vez policías brutales.
- ¿Cómo era Madrid entonces, cómo percibió la ciudad?
- Una ciudad gris, con un miedo muy palpable. Un día me llevaron a Pozuelo y, no recuerdo por qué, entré en el cementerio. Allí vi una placa con una lista de nombres de muertos en la guerra. Al regresar a Dublín fui enterándome de cosas. Entonces yo era inseguro, quería ser alguien en la vida y estudiaba demasiado por pura ansiedad.
Fue profesor en Belfast y Londres. Cuando llegó a la capital británica, en 1969, la ciudad había vivido un cambio de dimensiones gigantescas. «Hasta los sesenta, Inglaterra era casi victoriana. Había una represión tremenda y, de pronto, casi de la noche a la mañana, hubo una explosión y llegaron la minifalda, los hippies, los Beatles, el amor libre. Yo muchas de esas cosas no las viví y lo lamento. Me había casado en 1963. Éramos demasiado jóvenes». Lo dice con una sonrisa pícara.
- Su primer viaje a España con afán investigador fue en 1965 y hasta se hizo unas tarjetas de visita falsas para poder acceder a algunos lugares sin levantar sospechas.
- Logré que en Belfast me dieran un año libre para hacer la tesis y me vine. El país había mejorado algo pero seguía habiendo mucho miedo a la Policía secreta y a hablar con extranjeros, así que estaba obligado a ir con cautela. Por ejemplo, era casi imposible conseguir ningún documento de nada. Todo era muy coral, voces que te decían cosas en largas conversaciones con copas hasta las tantas, y cada noche cambiaban la versión.
- A falta de documentos, ¿grababa las conversaciones?
- Llevaba una grabadora que ocultaba entre los papeles y chirriaba un poco, así que para que la persona con la que estaba no se diera cuenta yo tenía que hablar... Era consciente de que necesitaba pruebas del tipo que fuera.
- ¿Cuáles fueron las entrevistas que nunca podrá olvidar?
- Las que más me impactaron fueron las que mantuve con Ramón Ruiz Alonso, que fue quien hizo la denuncia que finalmente llevó a Lorca a la muerte. Otros habían intentado hablar con él sin conseguirlo. Yo me colé en su despacho.
- ¿Y qué hizo luego?
- Me hice pasar por alguien que apenas sabía nada de lo que había pasado. En total, estuve cuatro veces con él. Después de cada encuentro, enviaba la cinta por correo. En la última de las cuatro reuniones se dio cuenta de que le había grabado. Fue una escena muy violenta. Luego también conseguí hablar con gente muy importante, y no pocas veces falló la grabadora...
- Dígame con quiénes tuvo algunas de esas entrevistas.
- La grabadora falló con Gil Robles y con Vicente Aleixandre. Estaba con él en su casa de la calle Wellingtonia, se acabó la cinta y en realidad no me había contado nada sobre Federico. No sabía que le estaba grabando, así que no podía dar la vuelta a la casete. Luego me dijo cosas escalofriantes... y no las tengo grabadas. Sí conseguí, en cambio, buenos registros con Dionisio Ridruejo, con quien tuve una conversación fascinante, y con Laín Entralgo.
- ¿Cuántas veces tuvo que escuchar que, siendo extranjero, por qué se metía en estos temas?
- No todo el mundo sabía lo que estaba haciendo. Tenía mil embustes sobre mi tesis. Lo de por qué un extranjero se mete en esto lo oí por primera vez cuando el libro estuvo ya publicado. Lo de si no te gusta esto vete a tu mierda de país lo he leído más veces a gente como Alfonso Ussía. Y hay comentarios del estilo en las redes sociales. La gente usa un disfraz para insultar.
- ¿Por qué durante décadas hemos necesitado que vengan de fuera, sobre todo de las islas Británicas, a contar nuestra Historia?
- Porque durante ese tiempo hubo mucho miedo. Fue una larga dictadura en la que ni siquiera se podía llorar en público por los muertos. Por eso es una indignidad decir ahora que solo se los busca en las cunetas cuando hay una subvención. Por suerte había hispanistas que publicaban en el extranjero. Ahí están Jackson, Thomas, Brenan, Payne y otros, mientras aquí se promocionaba a Ricardo de la Cierva.
- Si un día aparecen los restos de Lorca, ¿qué sentirá? ¿Lo celebrará de algún modo o simplemente cerrará una etapa de su vida?
- Sentiré un inmenso alivio. Y lo mismo por este país. Lo volveré a sentir cuando saquen la momia de Franco del Valle de los Caídos.
- Imagine que le avisan de que van a levantar la tierra en un lugar en el que hay grandes posibilidades de que aparezcan sus restos, ¿iría a verlo?
- No creo, aunque luego seguramente me sentiría como un cobarde. Pero no podría verlo, no podría ver su cráneo con un agujero. Me pasaría como a él mismo con la sangre de Ignacio Sánchez Mejías en el ruedo.
- ¿Habría vendido su alma al diablo por estar en la Residencia de Estudiantes en aquellas reuniones con Lorca, Dalí, Bacarisse, Buñuel, Pepín Bello y tantos otros?
- No daría todo cuanto tengo porque hay cosas sagradas, pero sí casi todo. De todas formas, tuve largas conversaciones con Pepín Bello, quien más conocía aquel mundo irrepetible. Vivió aquello como nadie y gracias a él sabemos tantas cosas. Era tan generoso que con sus relatos, a los que tengo que añadir los que hicieron para mí Alberti, Bergamín y algunos más, tengo la sensación de haber vivido esas reuniones. Eran todos grandes narradores. Los supervivientes del 27 hablaban y allí estaba el irlandés, escuchando todo y bebiendo whisky.
- De usted dijo Francisco Umbral que era el hispanista más listo y más golfo. No le preguntaré por lo de listo, pero sí por lo de golfo. ¿A tanto llegaba?
- Exageraba. La verdad es que no sé muy bien por qué lo decía. Nos conocíamos pero tampoco demasiado y no llegamos a ser amigos. Supongo que a su manera me apreciaba y veía que yo no era el típico hispanista serio.
- ¿Tiene alguna relación con esos 'hispanistas serios'?
- Muy poca con todos ellos, con la excepción de Paul Preston, que es amigo. Hace unos días, me pararon por la calle para preguntarme si era Hugh Thomas. Les dije que en cualquier caso sería su fantasma, porque murió un par de años atrás. Me ha sucedido más veces. En una ocasión le pregunté al propio Thomas si a él le confundían conmigo. Ya sabe, él era un aristócrata inglés. Me miró muy serio y me dijo que no.
- ¿Se quedará a vivir en España o volverá a Dublín en algún momento?
- ¿A vivir a Dublín? Nunca. Me moriría de depresión. Es cierto que el país se ha modernizado muchísimo y ha dado la espalda a la Iglesia después de haber descubierto que algunos obispos habían tenido amantes, pero volver... ¿ a qué? No conozco prácticamente a nadie, y ¿dónde viviría? Si fuese millonario, quizá pasara allí unas semanas al año. Aunque, pensándolo bien, si tuviese esa posibilidad preferiría estar en un apartamento en el Barrio Latino de París.
- Siempre París.
- Desde que fui a los 17 años a un curso de verano en Tours y en una conferencia sobre música sufrí una especie de revelación al ver que de pronto entendía todo lo que decían, estoy atrapado por Francia. Aquello fue un milagro y mi sueño empezó a ser París. Porque claro, ves el Barrio Latino, las chicas y el Sena, y si encima has leído a Baudelaire, cómo no vas a querer estar allí.
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