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Es decir, aquellas personas que tengan especial predilección por chupar las cabezas de los crustáceos mencionados, deberán pensárselo dos veces si no quieren ingerir cadmio. Este elemento es un metal que está muy presente en la fauna marina y que, por la acción del hombre sobre el entorno, ha aumentado su presencia. Si bien el organismo humano apenas lo filtra, sí puede llegar a ser peligroso con el tiempo.

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No en vano, el cadmio es capaz de permanecer en el hígado o en el riñón entre 10 y 30 años. Siendo peor que se aloje en el riñón ya que puede desencadenar insuficiencia renal o patologías asociadas. Además, el cadmio también puede acabar provocando desmineralización de los huesos de diferentes formas y a largo plazo es capaz de favorecer la aparición de cáncer.

Aunque el cadmio está presente en todo el crustáceo, los niveles más elevados del mismo se encuentran en su cáscara y en la cabeza. Y es que estos animales marinos tienen el aparato digestivo en la cabeza y es ahí donde se aloja este metal principalmente. Por todo ello, desde la AECOSAN recomiendan «limitar su ingesta» y recuerdan que «los consumidores deben ser conscientes de que el consumo de estas partes de los crustáceos puede conducir a una exposición inaceptable de cadmio».