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Sesudos investigadores españoles acaban de publicar un estudio cuya conclusión es tan sólida desde el punto de vista científico como chocante para el común de los ciudadanos. Si una parte importante de los españoles prescindiéramos de nuestras tradicionales vacaciones de agosto y concentráramos los días ... de asueto estival en la segunda quincena de julio, sostienen, ayudaríamos a frenar el cambio climático y reduciríamos parte de los daños a la salud que provoca el cada vez más acelerado calentamiento global.
El objetivo de sus autores, la Plataforma de Clima y Servicios Climáticos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es aportar estrategias y soluciones novedosas para frenar el calentamiento del planeta y mitigar sus efectos en la población. Una de las líneas de trabajo de estos expertos en atmósfera y clima se basa en la certeza verificada de que recortar la actividad laboral en los días de mayor temperatura del año tiene efectos directos en la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero -los principales acelerantes del cambio climático- y en la rebaja de los daños que provoca debido a las caídas de la actividad industrial y el tráfico urbano.
Así, demuestran que lo climáticamente inteligente y responsable sería promover que los españoles cambiasen cada vez más el hábito de concentrar la mayor parte de sus vacaciones en la segunda quincena de agosto y se decantasen por el período más tórrido del año, las segundas dos semanas de julio.
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Álvaro Soto
El artículo de los investigadores del Instituto de Geociencias y de la Universidad Complutense de Madrid certifican que esa caída pronunciada de la actividad productiva coincidiendo con las olas de calor recorta la demanda de electricidad por el menor uso de aire acondicionado en fábricas, talleres y oficinas, aumenta la productividad de laboral -muy mermada por las altas temperaturas- y evita alertas sanitarias y muertes por episodios de alta concentración de ozono gracias al desplome de los atascos. El ozono, que causa la muerte a unos 1.800 españoles al año y agrava las dolencias de decenas de miles, es un contaminante generado en las capas bajas de la atmósfera por el efecto combinado de las fuertes radiaciones solares -por lo que va a más con el aumento de las olas de calor- y la acumulación de los gases de combustión de los escapes.
El resultado concreto de trasladar las vacaciones estivales de una quincena a otra rebajaría en un 25% la pérdida de productividad atribuible a las altas temperaturas y reduciría en un 3% la demanda eléctrica y en aproximadamente un 4% las concentraciones de ozono troposférico. Los beneficios del cambio de hábito serían, además, mayores cada año que pase, según su simulación técnica.
José Manuel Garrido-Pérez, primer firmante del estudio, destaca que «las medidas de adaptación al cambio climático suelen requerir fuertes inversiones en infraestructuras, pero ciertos cambios de hábitos (como el propuesto) también podrían contribuir a reducir la vulnerabilidad» del planeta y sus habitantes. «Algunas de las consecuencias que provocan las altas temperaturas como el aumento de la demanda de electricidad, la productividad laboral poco eficiente y los efectos sobre la salud vinculados a la contaminación atmosférica podrían paliarse parcialmente si se alinearan las más altas temperaturas con la reducción de la actividad industrial durante las vacaciones», asegura.
De hecho, siguiendo la misma línea científica y lógica, el equipo de investigadores propone otras tres alternativas beneficiosas para el planeta y los españoles en el aprovechamiento de las vacaciones que pueden sustituir o complementar, aunque con menos beneficios, a la propuesta principal.
La primera sería distribuir las vacaciones a lo largo de todo el verano, para tratar de abarcar cuantos más días de altas temperaturas con baja actividad laboral. Una segunda propuesta es la reducción de jornada durante todo el período estival. A poder ser con la implantación en estos meses de la semana laboral de cuatro días. La consideran una actuación «muy eficaz» por la reducción del consumo de energía y del tráfico rodado que provocaría.
Una tercera opción, que además permitiría mantener las populares vacaciones de agosto sin alteraciones, sería acortar los periodos de libranza en invierno y ampliar los de verano. Esta estrategia, según los científicos, «mitigaría los efectos del calentamiento global puesto que los veranos son cada vez más largos y calurosos mientras que los inviernos son cada vez más cortos y suaves».
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