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SUSANA ZAMORA
Jueves, 3 de enero 2019, 01:09
Aún con el bocado en la boca, los alumnos más rezagados empiezan a abandonar apresuradamente el salón donde a diario se sirve un desayuno buffet. Van con la hora justa para llegar a clase y la impuntualidad aquí es intolerable. El tiempo se les ha echado encima. A ellos, pero sobre todo a los compañeros que durante esta semana tienen servicio de cocina y les toca recoger todas las mesas.
Son casi las nueve de la mañana en Les Roches Marbella, una escuela privada de alta dirección hotelera, que nació en Suiza en 1954, pero que abrió un segundo campus en 1995 en este municipio malagueño, referencia internacional del turismo de lujo. El trasiego es frenético y el ruido ambiente, estentóreo. Mister Djeebet está a punto de aparecer. La tensión se masca en el ambiente. Su adustez es máxima y la disciplina que imparte este profesor de origen británico, casi militar. Tiene asumido su papel de «malo de la película», pero también lleva a gala ser uno de los profesores más respetados y queridos por antiguos alumnos, con los que mantiene una afectuosa relación.
Se hace el silencio, que se torna sepulcral con su presencia. Cada día, este coordinador de clases prácticas pasa revista a casi 200 alumnos, a los que examina meticulosamente de arriba abajo; de la cabeza, donde el cabello no puede alcanzar el cuello de la camisa, a los pies, que deben lucir unos zapatos relucientes. Ni piercings, ni tatuajes, ni uñas largas ni pintadas, ni maquillaje excesivo. Hassan Djeebet da ejemplo a sus discípulos y luce impecable un traje de chaqueta oscuro, camisa blanca y una discreta pajarita.
Un primer grupo de estudiantes desfila frente a él con paso firme, sonrisa en la cara y, en apariencia, impecablemente vestidos... Pero nada escapa al ojo de este instructor que ordena a varios de ellos que se desprendan de sus chaquetas para comprobar que también las mangas están perfectamente planchadas. Dos de ellos son amonestados por lucir doble raya y les insta a que no vuelva a repetirse. Continúa pasando lista: «Alejandro, Pedro, Elena, Karina...». «Yes, sir», contestan sin vacilar, porque retrasarse apenas unos segundos les cuesta una sanción y les resta puntos. En total, tienen seis; con cuatro se llama a los padres y se les advierte de que sus hijos van por mal camino.
En el campus marbellí de Les Roches (tiene otros dos en Suiza y en Shanghai) se respira refinamiento y su exclusividad recuerda a esos internados elitistas en entornos casi paradisiacos para niños de papá. En sus instalaciones, elegantes y acogedoras, se forman como directores de hoteles y restaurantes herederos de dinastías extranjeras, aristócratas, ejecutivos de grandes compañías, hijos de ministros y apellidos famosos.
Actualmente, el 30 % de los alumnos estudia con una beca y algunos gracias a que sus padres se hipotecaron para financiar el grado universitario de Dirección Hotelera Global, de tres años y medio y un coste total de 120.000 euros. El ingreso exige tener los 18 años cumplidos, haber acabado la educación secundaria, acreditar un alto nivel de inglés (Toefl con una puntuación mínima de 525 puntos) y demostrar una sobrada motivación durante la entrevista personal.
Pero ni una abultada cuenta corriente ni un apellido ilustre libran a estos jóvenes adinerados, acostumbrados al buen vivir, de hacer camas, cocinar, limpiar suelos, fregar platos o sacar la basura. Todos, sin excepción, durante el primer semestre se turnan por departamentos para realizar cada una de las tareas propias de un hotel y de acuerdo a unos estándares rigurosos. La mayoría llega sin haber frito un huevo o haber cogido una plancha en su vida.
Alfonso de Borbón tuvo que aprender rápido. A sus 19 años, lo hizo con ayuda de su madre antes de entrar en la escuela, hace unos meses. Sin embargo, a lo que no se acostumbra es a los maratonianos horarios que tiene algunos días, cuando se pone frente a los fogones a las seis y media de la mañana y su jornada acaba a las diez de la noche. Ha aprendido a trabajar en equipo, a coordinarse con sus compañeros para sacar los platos a punto y simultáneamente para todos los comensales, a apilarlos de tres en tres en su brazo para retirarlos de la mesa y, sobre todo, a entender los retrasos y todo el esfuerzo que hay detrás de un servicio. «Parece fácil, pero servir en un restaurante es muy duro», asegura este estudiante que elude hablar de su parentesco con la Familia Real. «Aquí soy un alumno más», zanja.
Sin embargo, el objetivo en esta escuela no es aprender a cocinar o saber limpiar habitaciones. «Es aprender a supervisar el trabajo de quien lo hace y el tiempo que implica, para así gestionar bien esos recursos », aclara Rocío Montero, profesora del departamento de Alojamiento. Para ello, la escuela recrea un resort de lujo, con cuatro tipos de restaurantes, una habitación y una recepción donde sus 752 alumnos de 82 nacionalidades desarrollan sus primeras prácticas. Con ellas se curten en el oficio, aprenden disciplina, a cumplir a rajatabla unas normas y, sobre todo, humildad.
El mono de trabajo los iguala y si alguno llega con aires de grandeza le bajan los humos de inmediato. «En determinados países, una persona con poder y con dinero puede llegar a hacer lo que quiera, cuando se le antoje y casi sin límites, y hay alumnos que vienen con esa sensación de que si desean algo, lo tienen. Pero aquí esa conducta es inadmisible. Si alguien trata de imponer su voluntad haciendo valer su poder o nivel económico, la sanción es inmediata. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se acaban dando cuenta por ellos mismos de que esa actitud prepotente, que tan bien les funciona en su país, aquí no solo no es válida, sino que los aísla del grupo», explica Carlos Díez de la Lastra, director general de Les Roches Marbella.
Hace gala de una exquisita discreción, pero admite que ha tenido que lidiar con más de una situación comprometida. En su día a día soporta todo tipo de presiones, incluida la amenaza de algún abogado para que el hijo de su representada no tuviera que compartir habitación. Sin embargo, vivir en la residencia es parte esencial de su modelo educativo y se evalúa igual que otras asignaturas más académicas, como contabilidad, márketing digital, economía o gestión financiera. «En la convivencia siempre hay conflicto y desde que llegan queremos que estén expuestos a esos roces para que aprendan a resolverlos», expone Mano Soler, director del servicio de Atención al Estudiante.
Pero la juventud de los alumnos, su falta de experiencia o las diferencias culturales levantan a veces muros infranqueables entre las dos camas de una misma habitación. Y ahí es cuando interviene Sandra Becerra, psicóloga a la que los jóvenes acuden con problemas tan triviales como el uso de un champú sin permiso previo, pero también con otros de más calado. «Algunos se preguntan qué hacen aquí. Sus padres quieren que continúen con el negocio familiar sin contar con su opinión. Tuvimos un alumno que reconocía el gran esfuerzo que habían hecho para pagarle sus estudios en Les Roches, pero me confesaba que su verdadera vocación era ser piloto», recuerda la experta.
Todos los semestres expulsan a cinco o seis alumnos por distintas razones. «No nos tiembla el pulso», recalca Díez de la Lastra. Aleatoriamente, levantan a los alumnos de madrugada para someterlos a controles de alcohol y drogas, y aunque los positivos son «excepcionales» pueden suponer una falta muy grave. Hay otros que no se adaptan y su frustración aflora en forma de rebeldía. «En una ocasión, suspendimos un semestre a un alumno por sus problemas disciplinarios y el padre, un importante empresario sirio, nos solicitó una reunión informativa. Pensamos que nos recriminaría la decisión y acabó rogándonos entre lágrimas que lo readmitiésemos porque había comprobado que era el único sitio que había conseguido cambiar a su hijo», relata Soler.
Todos los alumnos tienen la posibilidad de hacer un semestre en los otros dos campus que tiene Les Roches, aunque para algunos la «pequeña ONU» que encuentran en Marbella es suficiente.
El 95% del alumnado recibe suculentas ofertas de trabajo antes de su graduación. Cientos de empresas recalan en el campus para reclutar a sus futuros directivos. Y no solo del sector hotelero y turístico. Apple, Qatar Airways, Louis Vuitton... «Son marcas que venden experiencias y que necesitan profesionales formados en habilidades sociales, capaces de empatizar y ponerse al nivel del cliente para que quede satisfecho», explica Soler. Abunda en esta idea el director general de Les Roches, para quien un alto nivel socioeconómico no siempre garantiza una buena educación. «Está bien aspirar a ser director de hotel, pero el alumno no puede olvidar que está para servir al cliente. Esa posición de humildad, de entender que estás sirviendo para que la otra persona sea feliz es la clave de nuestro modelo», apostilla Díez de la Lastra. Esa idea imprime carácter en quienes asimilaron la 'way of life' (forma de vida) de Les Roches. Tras su paso por esta escuela, Sara González dirige en Benalmádena (Málaga) el Vincci Aleysa, un hotel de cinco estrellas, en donde ha puesto en práctica todas las habilidades que le enseñaron y en donde nunca olvida que para ser un buen director de hotel hay que ser, ante todo, «una buena persona».
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