![Turistas que van a la caza del dragón](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201904/08/media/cortadas/136422861--624x348.jpg)
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SUSANA ZAMORA
Miércoles, 10 de abril 2019, 08:11
No echan fuego por la boca ni son criaturas aladas como sus hermanos mitológicos. Pero la envergadura de sus escamosos cuerpos, de tres metros de largo y hasta 160 kilos de peso, los convierte en seres excepcionales. Estos monstruos del siglo XXI son auténticos dragones y solo se localizan en un lugar del mundo: en la isla indonesia de Komodo. Descienden directamente de los lagartos gigantes que habitaron Australia hace 900.000 años. No se conoce un reptil igual sobre la faz de la Tierra.
En su evolución han sobrevivido a glaciaciones, a aumentos del nivel del mar, a innumerables terremotos en una zona especialmente vulnerable a los movimientos sísmicos, a tsunamis... Han sabido defenderse de los depredadores; solo uno se les resiste: el hombre. Es su principal amenaza desde hace años. Su falta de escrúpulos y su codicia por ganar dinero a toda costa han obligado a las autoridades indonesias a tomar cartas en el asunto y a poner freno al perverso tráfico que existe con estos animales.
La decisión ha sido contundente: el cierre de la isla de Komodo. Será temporal (al menos un año) hasta que consigan recuperar el número de ejemplares, pero a partir de enero de 2020 ningún turista podrá poner un pie en esta isla. Están dispuestos a acabar con el contrabando y los robos de estos animales para su venta en el extranjero, donde son muy apreciados por sus supuestas propiedades medicinales. Una semana antes de que se decidiese el cierre, nueve hombres fueron detenidos por robar 41 ejemplares para ser vendidos por 30.000 euros cada uno. Fue la gota que colmó el vaso.
A comienzos del siglo pasado, era habitual que los cazadores apresaran a estos reptiles para comerciar con ellos en zoológicos y con coleccionistas privados. Los perseguían como trofeos o los mataban para quedarse con sus pieles hasta que estos animales fueron incluidos en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, donde están catalogados como «vulnerables». Desde ese momento su comercio está prohibido por la Convención Internacional sobre Comercio con Especies en Peligro. Estas medidas de conservación lograron estabilizar la población de dragones, pero la llegada de turistas dio al traste con las previsiones de repoblación de las autoridades.
El Parque Nacional de Komodo, que consta de tres islas (Komodo, Rinca y Padar) y tiene una extensión total de 1.810 kilómetros cuadrados, fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1986. Este reconocimiento sirvió para que las autoridades llevaran al día el registro de ejemplares, pero también provocó que los turistas se sintieran cada vez más atraídos por la naturaleza salvaje de estos lagartos. En 2018, pasaron por sus instalaciones 10.250 visitantes mensuales. Sin duda, era una fuente de ingresos demasiado valiosa para desdeñarla, pero entrañaba unos riesgos que con el tiempo han acabado pasando factura.
La población de dragones se ha reducido hasta los 5.700 ejemplares actuales, pero solo 500 de ellos son hembras en edad de procrear. Según Crawford Allan, experto en tráfico de especies salvajes, en el robo de estos lagartos «está involucrado el crimen organizado, pero también la corrupción de los funcionarios». Para Allan, la venta de los animales puede tener un impacto enorme sobre su población, sobre todo si se venden las hembras reproductoras. «Si la demanda aumenta para uso medicinal, puede llevar a su rápida extinción».
La mayoría de estos reptiles son vendidos en mercados asiáticos a compradores de alto poder adquisitivo que tienen fe en sus supuestos poderes curativos. Su sangre, llena de compuestos antimicrobianos, está considerada como un potencial antibiótico para los humanos. Sin embargo, la solución a los robos no parece estar en el cierre de Komodo. «El crimen organizado encontrará la manera de entrar y su dificultad para obtenerlos solo aumentará su demanda y disparará los precios», advierte el experto.
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