JAVIER GUILLENEA
Lunes, 29 de abril 2019, 07:57
Tanto esfuerzo para nada. Albania fue en sus viejos tiempos, allá por los años 60 del siglo pasado, todo un bastión contra el capitalismo, una auténtica fortaleza que se regía con el lema 'Todo el pueblo, soldado'. Allí no se libraba nadie de recibir entrenamiento ... militar; ninguna mano sobraría cuando llegara el momento de repeler al invasor. El país del bloque comunista dirigido por Enver Hoxha era un inmenso queso de gruyere agujereado por 750.000 búnkeres de cemento. Un Estado con apenas tres millones de habitantes contaba con 110.000 soldados y 250.000 reservistas, cuatro submarinos, 1.500 vehículos militares, centenares de miles de kalashnikov y unos 200 aviones de combate. Daba igual que la economía fuera un desastre y la libertad, inexistente; lo primero es lo primero y ante todo la Patria. Las masas populares estaban preparadas para defenderla con el mismísimo Hoxha a la cabeza, que es lo que hacen siempre los líderes supremos, o eso es al menos lo que se ve en los cuadros del realismo socialista. Albania era inexpugnable, que se fuera preparando quien quisiera entrar sin permiso.
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El plan era perfecto, salvo por el pequeño detalle de que nadie quiso entrar, ni siquiera llamando a la puerta. Pasaron los años y por allí no aparecía el odiado enemigo, lo que ya es mala idea después de todos los preparativos que se habían hecho para recibirlo. Albania era como esos castillos que fortifican sus almenas para resistir un ataque que nunca llega porque el ejército rival ha pasado de largo. Humillante ya es, desde luego.
Pasó el tiempo, murió Hoxha, en 1992 cambió el régimen y los preparativos para la gran defensa patriótica también murieron, de puro aburrimiento. Aunque no todos. En el noreste de Albania se mantuvo en funcionamiento la base aérea de Gjadër, una imponente infraestructura de diseño chino construida entre 1964 y 1974. En esta instalación los hangares están excavados en el corazón de una montaña a cuyos pies se construyó la pista de aterrizaje. Cuando los aviones se posaban, entraban por un extremo del búnker y para despegar salían por el otro lado. Los túneles, de 600 metros de longitud, estaban protegidos por grandes puertas blindadas.
Los primeros años de la vida de la base fueron plácidos porque tampoco es que hubiera mucho que hacer, salvo despegar y aterrizar, pero a principios de los noventa aquello se animó. En 1994 la CIA alquiló la base para realizar misiones espía en la antigua Yugoslavia, entre abril de 1995 y 1996 EE UU la utilizó durante la guerra de los Balcanes y en 1997 la base, por fin, fue atacada. «¿Lo veis? Os lo advertí», debió de gritar Enver Hoxha desde su tumba.
Aunque a destiempo, el gran momento de la defensa parecía haber llegado, solo que los invasores no vinieron de fuera, sino de dentro, de la propia Albania. Durante la serie de levantamientos armados que casi llevan al país a la guerra civil, una muchedumbre atacó las instalaciones, destrozó la torre de control y trató de entrar en el búnker. Fue ahí donde el diseño chino mostró su poderío porque, por mucho que lo intentaron, los asaltantes no pudieron abrir las puertas blindadas. Tres años después, Gjadër quedó abandonada, aunque no vacía.
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Chinos y soviéticos
La antaño orgullosa y comunista base es hoy una especie de mercadillo vintage con el que el Gobierno albanés quiere hacer negocio. Su interior guarda medio centenar de aviones de los días gloriosos que, pese al paso de los años y algunas acciones vandálicas, se mantienen en un buen estado de conservación. Tras las puertas blindadas que han frenado el deterioro de la edad, se abre una cápsula del tiempo con los restos polvorientos de la Guerra Fría. Hay camiones soviéticos, ametralladoras antiaéreas, motores de repuesto y, sobre todo, cazas Shenyang y Chengdu -unas copias de los MIG soviéticos que Albania compró a China-, y verdaderos MIG que se remontan a la época de la guerra de Vietnam. Es un tesoro para coleccionistas y museos porque hoy quedan en pie muy pocos aviones de este tipo.
Desde 2016, las autoridades albanesas han mantenido contactos con cualquiera que se muestre dispuesto a comprar uno de los aparatos y agite un fajo de billetes con la mano. Ya hay una larga lista de espera, de la que forman parte escuelas de vuelo, museos del aire y entusiastas de la aviación, entre ellos un empresario francés al que se le ha antojado poner un caza en su jardín. No es que sea un final muy digno para un avión construido para aplastar al capitalismo, pero el dinero es el que manda.
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Es lo que queda de aquellos viejos tiempos, los restos aún en pie aunque ya inservibles de una maquinaria que fue poderosa pero no llevó a ninguna parte. Los temibles reactores, los baluartes de la Patria, los que volaron bajo en los desfiles militares, se venden hoy al mejor postor en un país que hace diez años entró en la OTAN.
Cuando la ley de la oferta y la demanda empaquete los aviones y los conduzca a su destino de parque temático, en los túneles de Gjadër quedarán los fantasmas. En la vieja base aérea, al resguardo de la montaña, un conjunto vacío de dormitorios, oficinas y hasta una cafetería duermen el sueño de los vencidos sin batalla. En una de las salas, un letrero aún cuelga en la pared: «¡Atención! Coloque los documentos en sus archivos y envíelos a la oficina administrativa secreta antes de salir del lugar de trabajo». No es difícil imaginar cuál pudo ser el postrero mensaje secreto. Quizá algo así como 'el último que cierre la puerta'.
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