PASCUAL PEREA
Martes, 22 de enero 2019, 01:07
El pasado otoño, un empresario libanés que utiliza el seudónimo de Jamil recibió una carta que llamó su atención. El remitente, un sirio que se identificaba como Abdullah al-Suri, aseguraba haberle conocido en el pasado y le proponía un negocio muy apetitoso. Según relataba, ... tiempo atrás, haciendo excavaciones en las ruinas arqueológicas de Palmira, arrasada por el Estado Islámico, había encontrado una vasija que contenía 2.500 monedas de oro de la época victoriana. Huyendo de la guerra, el tal Abdullah consiguió salir de su país con su hermana y su madre, con las que se había asentado en la ciudad turca de Sanliurfa, en una zona de la Anatolia sudoriental próxima a la frontera siria. Y, desesperado por su dramática situación de refugiado, le proponía venderle el tesoro por una cantidad muy inferior a su valor real.
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Jamil, que, como buen libanés, tenía buen olfato para detectar una oportunidad de negocio, decidió investigar en profundidad para cerciorarse de que no estaba siendo víctima de una versión actualizada del timo de la estampita. Pidió a Abdullah fotos de las monedas, y éste se las envió por correo electrónico. Efectivamente, se trataba de las famosas y muy cotizadas guineas de oro, piezas equivalentes a la libra esterlina acuñadas en 1889 en oro de 24 kilates, con la efigie de la reina Victoria en el anverso y un San Jorge ecuestre matando al dragón en el reverso.
Aún receloso, le exigió que le hiciera llegar algunas monedas para comprobar que no intentaba colarle una falsificación. Cuando las recibió, las llevó a examinar por un perito, que garantizó su autenticidad y le tasó en más de 700.000 dólares el valor en el mercado del tesoro de Abdullah. La sangre fenicia que corría por las venas de Jamil comenzó a circular más deprisa. Aquello prometía.
Jamil y Abdullah, que para entonces ya se comunicaban por teléfono, pasaron a discutir el precio de las 2.500 monedas. Tras el preceptivo regateo, quedó fijado en 20.000 dólares. Una ganga. Cerrado el trato, ambos acordaron reunirse en un hotel de Sanliurfa. Inmediatamente, Jamil reservó tres billetes de avión para Estambul; dos libaneses de confianza le escoltarían, en previsión de que aquello fuera una trampa. A las nueve de la mañana del jueves 25 de octubre aterrizaron en el aeropuerto de Atatürk, y a las tres de la tarde despegaban de nuevo rumbo a Sanliurfa. A la mañana siguiente, tal como habían acordado, Jamil llamó a Abdullah para confirmarle la cita. Y, de acuerdo con el plan previsto, el sirio le dijo que se presentaría delante de su hotel con el tesoro, le dejaría examinarlo y, si el libanés estaba conforme, éste bajaría el dinero de su habitación para completar la transacción.
Fue entonces cuando las cosas comenzaron a torcerse. Jamil, que había sido militar en el Ejército libanés y participado en misiones de inteligencia, comenzó a sospechar que aquello era una celada al descubrir que Abdullah no estaba solo, sino que había otros cuatro hombres situados a ambos lados de la calzada. Al acercarse, le extrañó aún más comprobar que el rostro de Abdullah, al que reconoció por su voz, no se correspondía con las imágenes que le había enviado. El sirio le dijo que, por motivos de seguridad, finalmente no había llevado el botín, y le invitó a ir con él al lugar donde lo escondía. Cada vez más escamado, Jamal decidió retirarse prudentemente a su habitación, donde le esperaban sus dos guardaespaldas con el dinero.
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Jamal y sus acompañantes decidieron olvidarse del negocio y partir inmediatamente rumbo a Estambul. Pero, cuando iban a salir del hotel, comprobaron que en el exterior les esperaban los cuatro hombres de Abdullah. Cada vez más asustado, el libanés acudió al servicio de seguridad del establecimiento para contratar un transporte con escolta hasta el aeropuerto. Finalmente, sin las monedas pero incólumes y con su dinero, consigueron regresar a Estambul.
Allí le esperaban más sorpresas desagradables. Cuando llegaron a la metrópoli turca, Jamil descubrió en el Whatsapp de su teléfono varias grabaciones amenazantes de Abdullah, que le acusaba de pertenecer a una organización terrorista. Sus dos acompañantes libaneses consiguieron las últimas plazas del vuelo del domingo por la mañana de regreso a Beirut. Jamil, que no pudo reservar billete por estar el pasaje completo, decidió alojarse en un hotel de la calle Istilal. Su sorpresa fue mayúscula cuando varios policías irrumpieron en su habitación y le pidieron que abriera la caja fuerte, donde guardaba los 20.000 dólares. Aunque su inglés es muy deficiente, no tuvo dificultad en traducir, entre las imprecaciones que le chapurrearon, la palabra «terrorista». Cuando llegó un intérprete, supo que Abdullah había dado el soplo a la Policía otomana de que era un peligroso miembro de una célula yihadista. Finalmente, después de un largo interrogatorio y de la mediación de la Embajada libanesa, pudo regresar a su país. Sin cargos y a salvo, pero escarmentado.
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Con todo, Jamil puede sentirse afortunado. Las autoridades libanesas conocen casos más dramáticos, en los que ciudadanos de varios países árabes -particularmente del Golfo Pérsico- que viajaron a Turquía empujados por la codicia de enriquecerse a costa de un pobre refugiado han sido secuestrados y obligados a pagar un rescate tras ser tentados con engaños similares. Según las fuentes consultadas, varios europeos, entre ellos al menos tres españoles, habrían sido inducidos a participar en el negocio.
Borrar la historia
La terrible guerra que asola Siria desde hace ocho años ha permitido asentarse en la frontera siria-otomana a una poderosa mafia que saca pingües beneficios de la extorsión, el tráfico de refugiados y el mercado negro de antigüedades. Y es que el expolio de Palmira y otras joyas arqueológicas ha vaciado la región de tesoros de valor incalculable, que acaban en las trastiendas de anticuarios sin escrúpulos de Europa, Estados Unidos, Rusia, China y los países del Golfo Pérsico. Algunas de estas redes de contrabandistas operan en su propio beneficio; otras lo hacen para financiar al ejército yihadista.
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Siria descansa sobre el yacimiento de Historia Antigua más rico del mundo y el Estado Islámico supo convertir el tráfico de reliquias milenarias en una de sus principales fuentes de financiación. En otras ocasiones, simplemente las ha destruido empujado por el fanatismo de acabar con los vestigios de viejas civilizaciones 'impías'. Destruyendo con bulldozers las murallas de Nínive, la capital asiria, o las ruinas de Nimrud, de Hatra o de Dhur Sharrukin, entre tantas otras, pretendieron borrar la historia. Ellos también pasarán.
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