ANTONIO CORBILLÓN
Domingo, 9 de diciembre 2018, 00:45
La misma mina que le dio vida está a punto de tragarse la coqueta ciudad sueca de Kiruna, situada casi en el límite norte del país. Una gran cicatriz avanza varios metros cada año directa al corazón de esta urbe de 23.000 habitantes y ... amenaza con engullirla. Es el precio que se cobra la naturaleza por la explotación durante más de un siglo de la mina pública LKAB, la mayor veta de hierro del mundo. Sus chimeneas y su montaña de material lo dominan todo y le quitan gran parte de su encanto a la ciudad más septentrional de la Laponia sueca.
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La situación no es nueva y los previsores suecos la vieron venir de lejos. De hecho, la vida en la superficie se asienta sobre un gran lecho de hierro. Tantas décadas haciendo túneles, algunos de dos kilómetros, para llegar al brillo del metal, han convertido el subsuelo de Kiruna en un queso gruyere de inestable comportamiento. Desde 2004 ya se había trazado un drástico plan. Como el estratégico mineral seguiría allí, quien tenía que desplazarse sería la ciudad. Se diseñó un proyecto global para trasladarlo todo tres kilómetros fuera de la 'mancha' de la gran mina. Aunque su puesta en marcha se ha ido relantizando, ya no admite más demora. Y el primer edificio que ha cambiado de ubicación ha sido el ayuntamiento, inaugurado hace unos días con la presencia del propio rey de los suecos, Carlos Gustavo.
El edificio ha pasado de presidir el ágora comercial de Kiruna a asentarse en mitad de la nada. De hecho, se sitúa en el antiguo vertedero de la localidad, una prolongación de fábricas y depósitos de escoria que los lugareños conocen con el despectivo nombre de Death Valley (Valle de la Muerte). Si se ejecutan los planes y los planos que ha diseñado el jefe de arquitectos, Göran Cars, el 1 de septiembre de 2020 alrededor de este edificio recién inaugurado habrá una ciudad entera.
En realidad, la villa no tenía una plaza central como tal, por lo que han decidido hacer de la necesidad virtud para crear un nuevo entorno más acogedor. «La idea básica aquí era tener una plaza porque la ciudad actual carece de ella», explica Cars a la prensa sueca. Aunque todavía solitario, el nuevo consistorio es un edificio moderno, de planta circular y piel dorada, que se muestra acogedor en el inhóspito invierno escandinavo. A ello contribuirá una galería de arte incluida en el proyecto para realzar la vida cultural.
Un símbolo intocable
En Suecia, la mina LKAB es casi un emblema nacional de su progreso. En un país tan sensibilizado con el respeto ambiental y el control de las emisiones, esta preocupación excluye todo lo que guarde relación con este yacimiento de hierro. Cuando el diagnóstico de peligro de hundimiento se hizo inminente, no hubo protestas a las alternativas que planteó el dueño de la planta, que no es otro que el Estado sueco. A cada vecino le ofrecieron tres opciones: sería trasladado a una nueva casa; se le compraría la suya a precio de mercado más un 25%; o, en los casos factibles, se cargaría la vivienda en un camión y se trasladaría a la nueva ciudad.
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Pero la escala del proyecto no tiene precedentes en Suecia. Inmuebles comerciales y residenciales de uso mixto, cines, bibliotecas y hoteles se extenderán muy pronto por las grandes arterias que partirán del nuevo Ayuntamiento. Se derribarán al menos 3.500 viviendas, a pesar de que se ha creado un equipo de expertos que trasladará todas las casas que sea posible. Resulta más barato.
La iglesia será uno de los 21 edificios públicos indultados. Había sido votada por los suecos como el inmueble público más hermoso del país. Pero tendrá que ser deconstruida viga a viga de madera. La nueva Kiruna tendrá ribetes de capital, porque también será el centro neurálgico de la actividad relacionada con el Polo Norte, situado a apenas 150 kilómetros de distancia. Al aeródromo local llegan vuelos desde Tokio, Nueva York o Shangái para disfrutar de la particular luz, auroras boreales incluidas, de esta parte del mundo.
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Lo que no podrá ser trasladado es el lado emocional de sus habitantes. Birgitta Dahlberg pone voz a las reflexiones colectivas. «¿Dónde viviré? ¿Podré pagarlo? ¿Habré existido? El pasado será borrado. La ciudad de nuestra infancia se habrá ido». Es el mismo desarraigo que sienten las comunidades sami, pastores nómadas de renos que se movían por un territorio ahora engullido por un paisaje industrial.
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