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ISABEL IBÁÑEZ
Viernes, 5 de octubre 2018, 02:26
La profesora ya le avisó antes de entrar en una de las aulas del instituto de Monóvar (Alicante): «No sé si con estos podrás». Como siempre, Marina Marroquí traspasó el umbral con una sonrisa y enseguida vio que allí había dos bandos, a un lado ... se sentaban ellos y al otro, ellas. Al empezar el taller, desde esta parte sonaron gritos de «machistas», mientras que los chavales adoptaban poses de gallito y se inventaban nombres falsos para provocar las risas. «'Todo un reto', me dije a mí misma -cuenta la educadora-. La primera actividad en la que se dividen en grupos y dibujan su pareja ideal fue como siempre, entre bromas al escuchar las características que buscan en su pareja: un 'chulo', una 'ninfómana' o 'cachonda'... Pero fueron captando enseguida los valores del taller; un alumno de los que promovían las risas, ahora razonaba: 'A nosotros el machismo también nos afecta, aunque me encuentre mal no puedo llorar porque me llaman marica'. Los celos como siempre centraban el debate: 'Si veo a mi novia en una cafetería sentada con otro a él le parto la cara y a ella, como hable, también'. Desmontando estos falsos mitos avanzábamos mientras su actitud de chulitos iba quedando atrás... Y cuando les cuento al final que yo sufrí violencia de género a su edad, uf, esas caras son indescriptibles, el silencio llena un aula que durante dos horas ha estado repleta de risas...». Alguno llora.
Marina Marroquí -que ayer presentó su libro 'Eso no es amor. 30 retos para trabajar la igualdad' (Editorial Destino) acompañada de la vicepresidenta y ministra Carmen Calvo- tenía 15 años, estudiaba en el instituto y defendía sus ideales con pasión -por algo la llamaban la Che Guevara- cuando conoció al tipo que casi acaba con ella. Dice que hizo todo lo que no debía, callar durante años los desprecios, palizas, insultos y violaciones que sufrió hasta los 19 y de los que ahora habla para intentar que la historia no vuelva a repetirse, que esos chavales que bromean en las clases aprendan con su ejemplo.
Como suele suceder, ella pensaba que el amor era eso, los cabreos, los lloros, pedir perdón y volver a lo mismo... «Cuando había quedado con las amigas, él me decía que se encontraba mal y que me necesitaba, así que yo no iba. También quería que engordara y que saliera a la calle sin arreglarme, me escondía los vestidos con escote y el maquillaje hasta el viernes, pero cuando llegaba el fin de semana no quería que saliéramos, nos quedábamos en casa de mis padres comiendo pizzas y helados». En un año engordó 10 kilos porque, decía él, si estaba delgada le abandonaría por otro. A esa edad ya quería que tuvieran hijos para tenerla controlada, pero su madre se encargó de que no sucediera dándole la píldora anticonceptiva. La psiquiatra que la atendió en el ambulatorio por la bulimia que sufría comentó a sus padres que estaban ante un caso de violencia de género. Con lo que ellos se plantaron y la joven intentó cortar con él. «Pero empezó a perseguirme y comenzaron las palizas, me quemaba con el mechero, me violaba... Después pedía perdón, lloraba y me traía regalos. Y vuelta a empezar».
En el aula, los adolescentes escuchan esta historia sin parpadear. Entonces el tono de las preguntas o las opiniones se hace más íntimo, en relación con la identificación que sienten: «Acabo de empezar con un chico de 20 años y me ha dicho lo mismo que a ti». O: «Es normal que aguantemos ciertas cosas, pero lo importante es que pida perdón»... Marina recuerda algo que le dijeron al acabar un taller: «Me preguntaron: '¿Crees que si hubieras podido asistir a este taller no te habría pasado todo eso?'. Yo contesté que quería creer que sí y que por eso lo hacía».
Solo cortó con el monstruo cuando sus padres, a los que tenía amenazados, empezaron a buscarla «por los descampados». Comenzó entonces una nueva vida, regresó a sus amigos, sonreía. Pero las pesadillas, todo lo que guardaba dentro de ella, aquellos años de temor no la dejaban vivir. Un día en la universidad, durante la clase, alguien soltó que un maltratador no debía ir a la cárcel... Y todo explotó. La profesora habló con ella y le arrancó el secreto. «Me recomendó compartirlo con otras mujeres, que intentara ayudar con mi experiencia». Y en ello está. Más de 50.000 adolescentes de ambos sexos han recibido su experiencia y enseñanzas durante cuatro años en los que ha recorrido institutos de toda España.
En aquel aula de Monóvar, al finalizar el taller, quedaba por llegar lo más bonito para Marina: «Cuando el aula ya estaba vacía y yo recogía mis bártulos, los dos 'chulitos' que al principio tanto se resistían se me acercan y dicen: '¿Podemos hacerte una última pregunta? ¿Podemos darte un abrazo?'. Es difícil explicar lo que aquel abrazo aportó; entre otras cosas la convicción de que lo que estaba haciendo era importante, de que aunque fuera duro merecía la pena».
- Por desgracia, nunca me he ido de un aula sin que una mujer de 15 años me cuente que está viviendo lo mismo. Es desgarrador, pero a la vez me llena de esperanza porque si a los 15 lo identifica va a abandonar esa relación y a ganar herramientas para que no le vuelva a pasar y pueda ser feliz. El taller, como el libro, trabaja muchísimo la detección precoz para que salgas de ese infierno lo antes posible, antes de que destruya tu personalidad y tu autoestima.
- No, quizás al principio están más a la defensiva, pero por los falsos mitos sobre la violencia de género o por miedo a que no se sepa diferenciar bien entre hombre y maltratador. Algunos están esperando a que les ataque, cuando en realidad buscamos desmontar el machismo que nos afecta a mujeres y hombres. He dado talleres en centros de internamiento de menores en los que la mayoría están encerrados por maltrato o violencia sexual, y el resultado ha sido increíble, necesitan pensar. El silencio que se crea en teatros con mil chavales es mágico.
- Tienen más herramientas que ninguna otra generación, toda la información al alcance de la mano, pero no tienen formación para canalizarla, y la potencia sin control no sirve. Necesitan unos valores y unos principios para que esta sociedad de la información no les destruya. Por eso creo que una asignatura de igualdad es imprescindible. Yo solo supongo tres horas en sus vidas, y no es suficiente. Por eso creé el libro, soy educadora social, y eso es precisamente 'Eso no es amor', esa asignatura diseñada con ejercicios prácticos y fácil de trabajar individualmente y en el aula.
- Es un tema que tratamos por los peligros que entraña, porque esta sociedad está educando a las chicas con 'Tres metros sobre el cielo' o '50 sombras de Grey', les está enseñando a entregarlo todo por amor, y a ellos les está educando en la pornografía más salvaje y agresiva. Es una bomba de relojería que va a estallar y que ya estamos pagando con 'manadas'. Los adolescentes consumen porno a partir de los 10 años, empiezan sus relaciones sentimentales a los 13 y el sistema educativo le enseña a ponerse un preservativo a los 16. Estamos fallando. No podemos dejar que sea el porno el que les eduque en el sexo y el amor.
- Las dos cosas; niñas de 15 años con unas convicciones feministas y un discurso brutal que generaciones anteriores no teníamos, pero que también son parte de este mecanismo machista que les vende que la libertad es enseñar las tetas en Instagram. Que no es que cada mujer no sea libre de hacerlo, sino que es un chollo para el machismo que tu libertad sea esa. El feminismo está de moda y no es una moda, tienen que saber que supone algo más que llevar una camiseta de Zara. Pero a todas nos emocionó el 8M ver a miles de chicos y chicas salir a la calle con una alegría y una fuerza que paró el país. Eso es el principio del fin.
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