daniela londoño
Jueves, 8 de diciembre 2022, 13:01
Aunque para muchos es un acto cotidiano e incluso se convierte en mecánico, conducir un coche es una actividad que implica muchísima responsabilidad. Y es que cuando vas al volante de un vehículo, sin importar cuál sea, está en juego tanto tu vida como ... la de los demás usuarios de la vía. Es por esto, que además de pasar pruebas teóricas y técnicas de conducción, los aspirantes al carnet, deben también superar pruebas físicas y psíquicas.
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Es decir, toda persona que conduzca un coche debe contar con las capacidades cognitivas, perceptivas, y motoras suficientes para hacerlo con total seguridad y sin mayores riesgos. En este sentido, los Centros de Reconocimiento de Conductores homologados aplican una serie de exámenes que determinan que los individuos no poseen ningún tipo de alteración física o mental. Por ejemplo, que pueden percibir correctamente estímulos, que sus reflejos reaccionan perfectamente o que el cerebro interpreta adecuadamente ciertas señales.
Para determinar qué alteraciones en este tipo de exámenes son compatibles o no con la conducción, la DGT ha elaborado una lista de nueve categorías. Dicho listado, está basado en estudios que demuestran que los usuarios que padecen alguna de estas afecciones tienen mayores riesgos de sufrir accidentes. Entre estas están, enfermedades vasculares, cardíacas, psiquiátricas, neurológicas, endocrinas, digestivas, respiratorias, oncológicas, crónicas y degenerativas.
Algunas de estas enfermedades son: aneurisma de grandes vasos, arritmias, infarto agudo al miocardio, portadores de prótesis valvulares, portadores de marcapasos o de desfibrilador automático. En el caso de enfermedades psiquiátricas, no podrán conducir quienes tengan niveles avanzados o crónicos de demencia y trastorno de ansiedad. O bien, depresión, trastorno de personalidad, o trastorno de sueño. Así como Trastorno obsesivo compulsivo, trastorno del desarrollo intelectual, TDH o dependencia al alcohol o drogas.
También son señaladas enfermedades neurológicas como pérdida de conciencia, epilepsia, accidente isquémico transitorio. Y enfermedades respiratorias como apnea del sueño, disnea permanente en reposo o de esfuerzo leve. Por último, enfermedades degenerativas como Alzheimer, esclerosis lateral, temblor esencial, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, Parkinson, artritis reumatoide y osteoporosis.
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