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ISABEL IBÁÑEZ
Miércoles, 7 de marzo 2018, 00:41
El pintor Vasili Kandinski intentaba explicar así lo que le ocurría: «Los violines, los profundos tonos de los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Vi todos mis colores en mi mente, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi enloquecidas, se dibujaron frente a mí». Peor lo pasaba el compositor Olivier Messiaen, que llegó a anotar en algunas de sus partituras los 'colores de la música' para ayudar al director en la interpretación: «Uno de los grandes dramas de mi vida consiste en decirle a la gente que veo colores cuando escucho música, y ellos no ven nada, nada en absoluto. Eso es terrible. Y no me creen. Cuando escucho música yo veo colores...». Franz Liszt se quejaba de que su orquesta no le entendía cuando, refiriéndose al sonido que estaban sacando, les comentaba «un poco más azul, no tan rosa»...
La autora de los cuadros que ilustran estas páginas también se sorprendió al darse cuenta de que los demás no eran como ella. Se llama Melissa S. McCracken, tiene 26 años, es de Kansas y, como los anteriores, sufre -o disfruta- de sinestesia, algo así como un cruce de cables (una comunicación anómala entre diferentes partes del cerebro) que supone percibir a la vez sensaciones diferentes a partir de un solo sentido; por ejemplo, viendo olores, notando sabores al acariciar una textura... o bien oyendo los colores, variación que se conoce como cromestesia.
McCracken tenía 16 años cuando le comentó a un amigo que estaba buscando una canción naranja para el tono de llamada de su móvil azul porque quería que tuvieran colores complementarios: «Pareció bastante confundido y pensé que algo iba mal en él...», se dijo la joven. Luego entendió que la rara era ella, poseedora de una facultad que, según algunos estudios, solo tiene el 1% de la población. Aunque María José de Córdoba Serrano, profesora de Dibujo en la Universidad de Granada, investigadora de la sinestesia y sinesteta ella misma, eleva el porcentaje de personas con esta capacidad (en sus más de cincuenta categorías) hasta el 10%, afectando al parecer más a mujeres y artistas. «En realidad, todos lo somos al nacer pero luego lo vamos perdiendo». Para la experta, «la semana es una línea horizontal. Cada día es un color. El lunes es blanco y el domingo, amarillo».
La joven pintora estadounidense ve los colores de forma espontánea al oír música. «La sinestesia no interfiere con mi vista y no es alucinógena. Simplemente flota allí de forma similar a como imaginarías algo o visualizarías un recuerdo. No necesito cerrar los ojos, pero me ayuda si lo hago». Empezó a pintar recuerdos de su vida en relación con las canciones ligadas a ellos: «La gente parecía interesada en mi sinestesia, por lo que se convirtió en mi tema central».
Se volcó entonces en plasmar en lienzos lo que veía cuando escuchaba temas de John Lennon, David Bowie, Radiohead (su vocalista, Thom Yorke, también tiene sinestesia), Smashing Pumpkins, Prince... Incluso Bach. Si escuchando una misma canción descubre «una línea de bajo que nunca había notado, la apariencia del cuadro cambiará, pero en general se verá más o menos igual». Sin embargo, una misma canción no tiene por qué sugerir el mismo cuadro a dos sinestetas distintos: «Conocí a otro pintor con sinestesia y ambos pintamos 'Little Wings' de Jimi Hendrix. Nuestras piezas fueron totalmente diferentes, porque esto es muy subjetivo».
Country aburrido, marrón
Para ella, «la música expresiva como el funk es mucho más colorida, con todos los diferentes instrumentos, melodías y ritmos creando un efecto saturado. Las guitarras son generalmente doradas y en ángulo, y el piano es más veteado y desigual debido a los acordes». Confiesa que nunca pinta canciones country «porque son aburridas, marrones».
La profesora de música Amelia Alonso Ruiz estudió el libro de Kandinski 'De lo espiritual en el arte' y de ahí surgió su ensayo 'El color de los sonidos', donde detalla la correspondencia entre ambas sensaciones. El rojo suena a «fuerza, a trompetas acompañadas de tubas»; el amarillo es «agresión, agudo y penetrante como una trompeta tocada con fuerza». El azul sonaría «introvertido. El tono más claro corresponde a la flauta; el medio, al cello; y el oscuro, al contrabajo». El verde «es tranquilo, se relaciona con el violín». Mientras, el naranja parece una «campana llamando al ángelus, como un barítono potente o una viola interpretando un largo». El violeta suena a «corno inglés y a gaita. Y si es profundo, a fagot». El blanco es «frío, un no-sonido, una pausa» que se convierte en «silencio eterno» si hablamos del negro, «musicalmente, la pausa definitiva».
McCracken no solo pinta canciones; una vez quiso reflejar el sonido de los pasos de su madre el día de su cumpleaños: «Recuerdo haberla oído taconeando cuando llegó a casa y fue un sonido tan reconfortante... ¡Púrpura!».
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