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ANTONIO CORBILLÓN
Domingo, 2 de diciembre 2018, 01:27
El frijol tiene tantas cualidades que es casi imposible encontrarle un pero. Aunque lo tiene: cuando se usa como arma despectiva en lugar de como alimento nutritivo. Esta legumbre, domesticada por las tribus del centro de México hace 7.000 años, es para sus herederos actuales como el aceite de oliva para los españoles. «En toda nevera de un mexicano hay siempre un cuenco de frijoles», recuerda el historiador y agrónomo mexicano Javier Arizmendi Malucy.
El comentario negativo de Miriam Celaya, integrante de la caravana de inmigrantes centroamericanos que ha llegado a Tijuana, desató una riada de protestas que sorprendió a los propios mexicanos, acostumbrados a sus propios 'espaldas mojadas' en tránsito hacia el otro lado de la frontera. Inmigrantes irregulares locales que están cansados de que los 'gringos' les griten 'beaners' ('frijoleros'), un término que les molesta tanto como cuando en España llaman 'sudaca' a cualquier originario de un país de habla castellana.
«Mira lo que están dando: puros frijoles molidos, como si le estuvieran dando de comer a los chanchos (cerdos)», protestó Celaya al periodista de una cadena europea que le preguntó por su experiencia en la larga marcha hacia una oportunidad. Cuando Aitor Saez, redactor de la cadena de televisión alemana Deutsche Welle, le puso el micro delante, Miriam no estaba para bromas. Se sentía ofuscada por un pequeño incidente previo que se sumaba a los muchos días tirando adelante de ella misma y de sus hijas, entre ellas Brittany, 11 años y sordomuda.
Del reportaje de cuatro minutos solo quedaron en el imaginario colectivo local los 21 segundos de la frase despectiva sobre los frijoles. Para agrandar su impacto, se distribuyeron por las redes sociales vídeos que nada tenían que ver pero manipulados con el añadido de la inoportuna frase.
La Policía de Tijuana, que trabaja en la manera de controlar la marea de inmigrantes, se encontró con un nuevo problema: manifestaciones en contra de su presencia. «Aquí somos pobres, comemos frijoles», «fuera hondureños, aquí no los queremos», gritaban los vecinos de la ciudad fronteriza. Las disculpas de la madre hondureña no aplacaron la ira local, a pesar de que reconoció que «he criado a mis hijos con muchos esfuerzos y dándoles frijoles y tortillas».
Tocarle esta legumbre a los mexicanos supone manosear el nexo de unión entre su estómago y su historia. Hace seis años un equipo múltiple de investigadores italianos, daneses y estadounidenses analizó la genética de esta planta para determinar que los frijoles (Phaselolus vulgaris) no procedían de las laderas de los Andes (Perú y Ecuador) sino de un ancestro común del centro de México.
Trinidad agrícola
«Efectivamente nació en el valle de Tehuacán (centro de México). Allí pasaron de la recolección salvaje al cultivo agrícola», confirma Azurmendi Malucy, que realizó sus prácticas agrónomas junto a las comunidades indígenas, que todavía conservan los métodos tradicionales de explotación.
En el país mesoamericano hablan de la milpa, la 'santísima trinidad' de su alimentación: maíz, calabaza y frijol, plantados en la misma finca. «Las tres son compatibles y se aprovecha mejor la tierra. Además, juntas ofrecen una dieta muy equilibrada», resume Cyntia Rosado, responsable de Gastronomía de MexCat (Asociación Cultural Mexicano Catalana).
Cristóbal Colón lo llamó faxones o favas por su parecido con las habas del viejo mundo. Cuando el conquistador llegó al otro lado, los frijoles ya habían colonizado toda América del centro y sur, lo que hizo dudar de su origen.
Los mexicanos siempre lo han tenido claro. Tanto, que el frijol pasa de la boca al estómago sin descanso. «Lo mentamos para todo. Cuando alguien habla bien se dice que tiene frijoles en la lengua», bromea Rosado. Su colega Azurmendi recuerda que «cuando llega un invitado de improviso a comer decimos ¡no importa, se pone un poco más de agua a los frijoles y listo!». Acompaña a todo. También como guarnición del chancho. No como su alimento.
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