![Lego se cobra más piezas](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201907/02/media/cortadas/139533478--1248x828.jpg)
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ANTONIO PANIAGUA
Miércoles, 3 de julio 2019, 10:50
Saber el dinero que mueve el negocio del entretenimiento pone a cualquiera pálido como la cera. Quién se iba a imaginar que el arte de moldear el clon de un famoso con la sustancia que segregan las abejas reportara tantos beneficios. Pero es así. La compañía danesa de juguetes Lego adquirirá Merlin Entertainment, cuyo mascarón de proa es el consorcio de museos de cera Madame Tussauds. La otra joya del grupo es la gran noria de Londres. La factura asciende a 6.575 millones de euros.
Para hacerse con una de las piezas más codiciadas de la industria de ocio, Lego ha tenido que buscar socios solventes. La fundación familiar Kirkbi, accionista mayoritario de Lego, culmina la operación al lado de la compañía de inversiones estadounidense Blackstone y el fondo de pensiones canadiense CPPIB. Ni que decir tiene que la oferta de adquisición esta vez sí ha sido aceptada sin demasiado debate por el consejo de administración de Merlin, después de otros intentos infructuosos.
Con la compra, Lego, uno de los líderes del entretenimiento familiar, arma un rompecabezas gigante. La firma cuenta con cien parques de atracciones distribuidos en 25 países, que suman 67 millones de visitantes. El museo Tussauds de Londres es el más exitoso de la cadena, que ha abierto sucursales en Nueva York, Las Vegas, Ámsterdam, Berlín, Pekín, Sídney y otras grandes urbes donde los admiradores de celebridades se derriten por salir fotografiados con sus ídolos de cera.
La madre del invento no es otra que Marie Grosholtz (Estrasburgo, 1761), nombre de soltera de Madame Tussaud, que aprendió el oficio de esculpir efigies en cera gracias a su tutor Philippe Curtius, doctor y anatomista con gran pericia como modelador. A Curtius no le sobraban precisamente los cadáveres para disecar y enseñar a sus alumnos las intimidades del cuerpo humano, así que se vio obligado a 'hacerlos' él mismo.
De convicciones monárquicas, Marie Tussaud perfeccionó sin embargo sus destrezas con el modelado en cera a raíz de la Revolución Francesa, cuando le empezaron a llegar envíos de cabezas guillotinadas con el fin de que hiciera una copia fiel de las testas nobiliarias. Para ella fue un calvario. ¿Espantó eso a los visitantes de su exposición? Todo lo contrario. El macabro espectáculo atrajo a un montón de curiosos, deseosos de ver las piezas, muchas de ellas legadas por Curtius.
Ya casada con el ingeniero François Tussaud, que solo buscaba el dinero de Marie, la escultora hizo las maletas, abandonó a su esposo y cruzó el Canal de la Mancha para afincarse en territorio británico en 1802. Atrás había dejado a un marido que la hacía infeliz y un hijo pequeño que dejó al cuidado de la abuela. Por seis peniques, los londinenses podían contemplar con delectación la 'Cámara de los Horrores', así llamada porque allí se prodigaban los bustos de muchos guillotinados de la Revolución.
Sed de sangre
Madame Tussaud recorrió los caminos de Inglaterra durante tres décadas, tiempo durante el que hizo una buena caja, más que suficiente para encontrar una sede fija, en Baker Street, donde abrió un salón de exposiciones. La sección en la que maridaba los muertos de la época del terror de la Revolución Francesa con reproducciones de los asesinos más famosos era la preferida por los asistentes. Desde que las ejecuciones habían dejado de ser públicas, el pueblo andaba ayuno de escenas truculentas, y el centro Madame Tussauds era el único que satisfacía su sed de sangre.
En la larga historia de los museos Tussauds se registran aciertos y errores. Los visitantes no vieron en la réplica que se expuso de Beyoncé en la filial de Nueva York el menor parecido entre la cantante y su copia. Para empezar, al autor de la talla se le fue la mano en la epidermis de la estatua, que por su blancura parecía prima hermana de Michael Jackson. Todo lo contrario ocurrió con la versión modelada de la cantante Nicki Minaj, inmortalizada a gatas y con una pose tan sugerente que el público se hartó de hacerse fotos junto a la vocalista adoptando posturas lascivas. El museo pidió disculpas, aunque la propia afectada se lo tomó a rechifla.
Con todo, sería injusto presentar los museos Madame Tussauds como una fábrica de chapuzas, equiparables a la restauración del Eccehomo de Borja. En la exposición de Londres, los miembros de la familia real británica que se asoman al balcón del Palacio de Buckingham guardan un asombroso parecido con los originales. Hasta el vestido de la reina Isabel II, amarillo limón, lo han clavado los artífices de su figura.
En la franquicia de Pekín no se permiten esos alardes de idolatría. Como si hubieran salido escaldados del culto a la personalidad, los chinos se atreven sin problema a replicar a Marilyn Monroe, Lionel Messi, Michael Jackson, Audrey Hepburn o Bruce Lee, pero son extremadamente cautos para reproducir a sus máximos dirigentes. Eso sí, la fidelidad a los modelos es prodigiosa. Tanto es así que los escultores insertan el cabello en la cabeza de la talla pelo a pelo.
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