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ANTONIO CORBILLÓN
Madrid
Viernes, 22 de noviembre 2019, 00:27
Argyle ciudad mojada ahora. Vote'. Mojada, por el alcohol. Los habitantes de esta pequeña ciudad del Estado de Nueva York ya pueden consumir todas las bebidas con graduación que deseen. Han necesitado diez referéndums para que el 'sí' se imponga al 'no', por un ... margen del 65% entre sus casi 4.000 vecinos (aunque apenas votaron la mitad de los 2.310 que se registraron en las listas). Esa última negativa se produjo en 2000.
En esta próspera comunidad cercana a la Costa Este prolifera la moda de abrir pequeñas destilerías de cerveza artesanal. Se podía consumir en casa, pero nadie tenía permiso para venderla en los comercios. Para obtenerla, había que hacer muchos kilómetros. Era el caso de empresarios como Jason Lloyd, propietario de Dry Town Hops, el primer negocio de recolección, secado, prueba y granulación de lúpulo orgánico en todo el noreste del país. Fundador del Comité por la Derogación de la Prohibición, hoy se muestra exultante. «¿Por qué no cerrar el círculo y permitir la venta al por menor?», se cuestionó. Algo similar le ocurría a Rick Dennis, inspirador de la Highlander Brewing, que se quejaba de que la gente «viajara cientos de kilómetros para probar mi cerveza porque lo habían leído en Facebook».
En menos de dos meses se cumplirán cien años del inicio de la Ley Seca en Estados Unidos. El 16 de enero de 1920, el presidente Woodrow Wilson echaba el cerrojo a las destilerías gracias a la XVIII Enmienda de la Constitución americana. El reseco se abolió en 1933. Fueron 13 años que llenaron el país, de costa a costa, de mafiosos como Al Capone y guerras sangrientas entre los contrabandistas.
La derogación estatal dejó las normas de fabricación, venta, transporte y consumo en manos de los estados y sus condados. Quien quería podía mantener la prohibición. Han pasado 86 años y la Ley Seca todavía no deja de ser historia. En especial en el sur, donde el extremismo religioso de corrientes protestantes mantiene férreas influencias en pequeñas comunidades de Texas, Arkansas, Kentucky y Misisipi.
Hay casos especialmente llamativos. Jack Daniel's, el whisky más famoso de EE UU, se fabrica en Lynchburg (Tennessee) desde 1866. Siglo y medio de éxito, siglo y medio de abstemios. En su fábrica se pueden comprar las botellas que se quiera, pero ningún local del pueblo vende bebidas. Hay que viajar veinte minutos en coche para hacerlo en Fayetteville. Que el remedio era peor que la enfermedad lo demuestran experiencias como Ocean City, un coqueto pueblo de la costa de Nueva Jersey. Fundada por pastores metodistas que han mantenido a raya el consumo, la villa pasa por ser hoy «la ciudad más borracha del Estado», con un 18,3% de beodos entre los adultos.
En Mememsha, en la elitista isla atlántica Martha's Vineyard, uno puede llevar su botella, pero tendrá que pagar una comisión por descorcharla... aunque use su propio sacacorchos. Otros como Chilmark, Edgartown o Tisbury tampoco permiten beber. En Alaska, el Estado más indígena y con mayor tasa de alcoholismo, 108 condados (municipios) lo regulan total o parcialmente. Para los que quieran 'evadirse' con algo, el consumo recreativo de marihuana es legal desde 2015.
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