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SUSANA ZAMORA
Jueves, 5 de octubre 2017, 00:14
Eran las 00.41 horas cuando el vuelo MH370 despegaba con aparente normalidad del aeropuerto de Kuala Lumpur (Malasia) con destino a Pekín (China). Por delante, seis horas de trayecto que se interrumpieron misteriosamente cuarenta minutos después con la última comunicación del piloto a la ... torre de control: «Buenas noches, Malaysia 370», pronunció el comandante Zaharie Ahmad Shah. En ese momento, este Boeing 777-200ER, uno de los modelos con menos siniestros de la historia, se aproximaba a Vietnam, donde el golfo de Tailandia confluye con el Mar del Sur de China. Allí, con 227 pasajeros (dos de ellos menores de edad) y 12 tripulantes a bordo, se le pierde la pista para siempre. Hoy, tres años y medio después, sus familiares siguen preguntándose qué ocurrió aquel 8 de marzo de 2014. Buscan un bálsamo al sufrimiento de no saber dónde están sus hijos, hermanos o padres, y una explicación convincente que llene el vacío desgarrador que sienten.
Sin embargo, con lo único que se han topado ha sido con el informe final que ayer dio carpetazo a la investigación en 440 páginas. Una búsqueda, en la que pese a haber invertido 1.046 días, los recursos técnicos más punteros, el asesoramiento más cualificado del mundo y más de 150 millones de euros, termina sin aclarar prácticamente nada. Se trata de un enigma «casi inconcebible», subraya el documento elaborado por la Oficina Australiana para la Seguridad del Transporte (ATSB), encargada de coordinar todas las labores de localización de la aeronave junto a Malasia y China.
El Boeing 777 se volatilizó y su desaparición se ha convertido en uno de lo mayores misterios de la aviación civil. Los investigadores se sienten frustrados. Consideran «socialmente inaceptable» que en la era de la aviación moderna, con diez millones de pasajeros embarcando diariamente en aviones comerciales, una aeronave de las dimensiones del MH370 desaparezca y nadie sepa qué fue de él y de las personas que iban a bordo.
Según la versión oficial, alguien apagó los sistemas de comunicación y se le perdió la pista definitivamente. Sin embargo, cuando en un principio todo apuntaba a que se había estrellado en el mar, los satélites espaciales Inmarsat descubrieron a las dos semanas que el aparato había emitido señales durante las siete horas siguientes a su desaparición. Desvelaron que tras realizar varios giros en el aire (el primero, de 180 grados) cambió radicalmente su ruta, atravesó de nuevo Malasia y estuvo volando varias horas hasta que al quedarse sin combustible cayó en algún punto del océano Índico, al oeste de Australia.
Desde ese momento, los trabajos de localización se convirtieron en la búsqueda submarina más grande y costosa de la historia, en la que se vieron implicados navíos y aeronaves de India, China, Estados Unidos y Australia. Lo buscaron en un área de 120.000 kilómetros cuadrados frente a las costas occidentales de Australia, haciendo frente a un constante mar embravecido, y a un repostaje alejado que apenas dejaba tiempo para rastrear. Los resultados siempre fueron infructuosos pese a que se usaron los datos de satélite de la posible trayectoria que tomó el aparato. Para Greg Hood, jefe de la comisión de la ATSB, supuso «un esfuerzo sin precedentes», pero considera que las razones del extravío del MH370 no pueden ser establecidas con certeza hasta que se encuentre el aparato.
Sin pruebas concluyentes
El pasado mes de enero se suspendieron las labores de búsqueda tras no obtener más pruebas que tres trozos confirmados del avión en la isla Mauricio, en la isla Reunión y en una isla de Tanzania. Unas evidencias que podrían hacer pensar que el vuelo MH370 tuvo un final trágico, pero que para los investigadores no son suficientes para determinar dónde cayó exactamente y menos aún para saber qué pasó dentro de la cabina.
Tanta incertidumbre alimentó durante años teorías dispares, a las que los familiares se agarraron desesperadamente. La sombra de un secuestro planeó desde las primeras horas y explicaría que los sistemas de comunicación fueran desactivados y la aeronave cambiase de rumbo. Sin embargo, existen sistemas para que el piloto o el copiloto den la voz de alarma sin alertar a los captores, algo que no ocurrió.
También se barajó el suicidio de alguno de los dos pilotos, de forma que el comandante Zaharie Ahmad Shah, de 53 años y con 18.365 horas de vuelo, o su copiloto, Fariq Ab Hamid, de 27 años, habrían despresurizado manualmente la cabina dejando inconsciente a la tripulación y al pasaje en apenas 15 minutos. A ellas se sumaron teorías conspirativas, como el robo del avión por Rusia, o tan peregrinas, como la abducción del aparato por extraterrestres.
A mediados de agosto, las autoridades australianas sugirieron que el avión podría hallarse en un área de 25.000 kilómetros cuadrados del océano Índico, situada al norte de donde se buscó inicialmente. Pero las dudas son grandes y habrá que esperar a que haya nuevas evidencias «creíbles» para que Australia reinicie la búsqueda. Mientras, las familias depositan todas sus esperanzas en el Gobierno malayo, que va a continuar investigando por su cuenta la «casi inconcebible» desaparición de un gigante de más de 200 toneladas.
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