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ALEJANDRO MOLINA
Miércoles, 22 de mayo 2019, 01:57
La antigua embajada de Estados Unidos en Teherán es una parada obligada para los pocos turistas que se dejan caer estos días por la capital iraní. En los muros que rodean el edificio se mantienen intactas las pintadas que los estudiantes hicieron aquel 1979, que ... vio marcharse para siempre al último sha de Persia y con él, la modernidad y el cambio que estaba viviendo el país. El lugar no es especialmente bonito, pero esos muros impresionan y no es raro ver a algún extranjero haciéndose un selfi junto a una Estatua de la Libertad con cabeza de calavera ante la mirada guasona de los lugareños. Mucho más desapercibidos pasan los clientes de la elegante tienda de alpinismo y esquí que se levanta a pocos metros de la mítica embajada. El negocio es una franquicia de una conocida marca de alta montaña. Es amplio y cuenta con un surtido de tablas, ropa y accesorios que más de uno querría encontrar en los Alpes. Detrás del mostrador, Samir demuestra un conocimiento excelente de lo que buscan quienes traspasan el umbral de su establecimiento. Le gusta hablar y cuenta que su padre fue miembro del Equipo Nacional de Esquí Alpino Iraní y representante para todo el país de una conocida compañía de material deportivo.
Samir ha seguido su estela y clientes no le faltan. Teherán no es Innsbruck, pero podría serlo porque las cumbres nevadas también dibujan su telón de fondo. Hay montañas para dar y regalar. Basta con buscar una calle ancha para mirar al horizonte y observar las bellas elevaciones rematadas en blanco. Es mayo, y queda todavía mucha nieve allí arriba. Así es Irán, un país con montañas y esquiadores.
Para la inmensa mayoría de los europeos cualquier conversación en la que aparezca la palabra Irán va a estar posiblemente asociada a ayatolás y velo islámico, y al miedo y la amenaza nuclear que estos días Trump se está encargando de agitar por el mundo. Pero detrás de todo eso hay un país que se parece bastante poco al que nos llega a través de la tele. Relacionar este lugar de grandes desiertos donde se han registrado 71 grados de temperatura (la más alta jamás documentada sobre la Tierra) con los deportes de invierno casi parece una broma. Pero no lo es. Las condiciones para el esquí son buenas y variadas, y cuentan con una larga tradición y una demanda interna nada desdeñable entre sus 82 millones de habitantes.
Poco a poco, esta cara del país se está abriendo paso más allá de sus fronteras, y cada vez más extranjeros viajan a la república islámica para deslizarse por sus pistas. Hay más de una decena de estaciones invernales bien equipadas a las que habría que sumar otros enclaves en los que se practica el esquí de travesía. De entre todas destacan Dizin y Tochal, ambas muy cerca de Teherán. Dizin es la más elitista. Cuenta con quince remontes (Sierra Nevada, por ejemplo, tiene 21) repartidos en cinco kilómetros cuadrados de pistas con una media de espesor de dos metros. Tochal, más pequeña, es muy popular entre los iraníes. Abrió al público en 1978 y su cercanía a Teherán (9 millones) multiplica su afluencia.
La mayoría de las estaciones comenzaron a funcionar en la segunda mitad de los 70 con un Irán inmerso en un proceso modernizador. Era la época de las fotos de chicas iraníes en minifalda o esquiando en Dizin. Muchos de aquellos telesillas siguen hoy en servicio y conviven con otros más modernos dentro del proceso de renovación que están acometiendo las estaciones. Como ocurre en Europa, la mayoría han cerrado ya la temporada, pero sigue habiendo abundante nieve en las montañas.
El símbolo del país
Mayo es una época excelente para disfrutar del esquí en las inmensas laderas de los colosos persas. Con 5.610 metros de altitud, el monte Damavand es el 'non plus ultra' del esquí de travesía en Irán. Se trata del volcán más alto de Asia y es visible desde Teherán. Su figura cónica siempre nevada es uno de los símbolos del país.
La semana pasada, un grupo de seis profesores de esquí de la estación granadina de Sierra Nevada viajó hasta Irán para subir con esquíes de travesía el Damavand. Uno de ellos, Fernando Rivera, de 45 años, logró, además, ser el primero en bajarlo desde la cota 5.400 en telemark, una de las técnicas más difíciles pues el talón no está fijado a la tabla y casi hay que arrodillarse para realizar los giros. Según la Federación Iraní de Esquí, únicamente Sina Shamiani había hecho telemark allí, pero desde los 4.800 metros, lo que convierte al granadino Rivera en el único que ha realizado la bajada completa con esta técnica, considerada la más auténtica por los puristas.
Del Damavand llama la atención la mezquita que hace las veces de campo base (está a 3.000 metros) y sirve para el rezo de las cinco oraciones de los musulmanes. Su cúpula dorada sobresale en el paisaje y, aunque no ofrece grandes comodidades, se agradece el calor que proporciona como refugio.
Pese a lo exigente de la escalada, el número de extranjeros que se aventuran al ascenso del volcán no deja de crecer. En los cuatro días que el equipo de Sierra Nevada pasó en Bargah (un campo base situado a 4.200 metros de altitud) transitaron por allí cuatro franceses, dos alemanas, cinco italianos... y hasta un bombero catalán que subía en solitario.
El refugio de Bargah sustituyó a un vivac situado unos metros más abajo ya en desuso. Se quedó pequeño ante el hervidero de montañeros que cada verano se acercan a estas cumbres. «Ahora tenéis habitaciones y literas para cada uno pero en verano hay que poner tiendas de campaña fuera y hasta duermen en sacos de dormir en el salón principal», explica Alí Fard, que lleva más de 20 años como guía local de montaña. Aunque vive en Teherán, Alí pasa largas temporadas en Polour, una aldea de apenas 300 vecinos situada a dos mil metros de altitud en las faldas del Damavand. Lejos de lo que pueda pensarse, Polour está bien equipada y conectada con Teherán a través de una excelente carretera cuyo trayecto puede hacerse en algo más de una hora. La calle principal está surtida de hoteles y restaurantes de calidad en los que no falta el cordero, pero no puede uno irse sin probar la trucha autóctona, una exquisitez. Aunque su urbanismo, tan anárquico, deja mucho que desear, se nota el alto nivel económico por los lujosos chalets a donde la alta sociedad iraní huye del sofocante calor en sus vacaciones estivales.
Otro de los conocedores de la zona es Ardashir Sultani. Lleva 30 años subiendo a excursionistas al Damavand y en este tiempo ha sido testigo de la evolución del montañismo en Irán. «Se ha disparado el número de extranjeros. Hay muchos franceses y alemanes pero también del este de Europa».
Uno de los guías con más experiencia llevando grupos de españoles a Irán es el bilbaíno Ander Fuentes Arrizabalaga, de 43 años, un licenciado en Historia enamorado de la montaña que se gana la vida organizando viajes enfocados al deporte y la cultura. «Lo primero que descubres cuando visitas Irán es que es uno de los lugares más seguros que existen y precisamente los europeos recelan de venir aquí porque creen que es un país inseguro. A la gente le cuesta mucho dar el paso, pero cuando lo hacen, se enamoran de este país», explica Fuentes, que recuerda que la del Damavand es la última gran cumbre que se puede subir sin las trabas gubernamentales habituales en otros destinos más conocidos.
Los misiles norteamericanos del portaaviones 'Abraham Lincoln' se dirigen estos días hacia Irán. Pero en Teherán, la gente parece vivir ajena a la ofensiva de Trump. No se les ve preocupados. Tal vez la procesión vaya por dentro. O tal vez confíen en que la fuerza telúrica de ese gigante rebosante de nieve que asoma en el horizonte les brinde su protección. Ya puede temblar el mundo, que mientras el Damavand siga ahí, ellos no se irán.
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