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Germán Martín lleva años instalado en una mala racha. Antes de la pandemia se endeudó para hacer una obra en casa, pese a que ya ... iba «justito» con la hipoteca, y perdió pie. Empezó a deber cuotas al banco y se vio abocado a la Ley de Segunda Oportunidad. Su hogar, un pequeño piso de dos habitaciones y 76 metros cuadrados en el Camino de Suárez, que compró en 2017 por 68.000 euros (más gastos), acabó subastado y en manos de un fondo buitre. Y Germán, que tiene una hija de 11 años en custodia compartida con su expareja, se veía a un paso muy pequeño de la calle.
En sus sueños, o más bien en sus pesadillas, veía llegar a los forzudos de «desokupas» o a las patrullas de policía para desahuciarlo, «y que mi hija tuviera que pasar por ese trago», se lamenta. Y entonces encontró la solución. Estaba a escasos metros de su puerta, en su mismo rellano. «El 75 siempre ha sido mi número de la suerte», se decía a sí mismo Germán cuando pasaba delante del piso, donde no entraba ni salía nadie desde hacía años.
No fue algo improvisado. Lo meditó durante largo tiempo. «Me fijaba siempre al pasar delante, me atraía la puerta. Sentía que todo iba a ir bien, algo me empujaba a meterme. Yo dudaba porque nunca he hecho eso, es la primera vez, pero empecé a pensarlo más en serio cuando me di cuenta de que no tenía salida ni con la Ley de Segunda Oportunidad. Estaba desesperado», relata el hombre, que tiene 50 años y trabaja en el polideportivo de Carranque.
Así que comenzó a estudiarlo. «Me tenía que pensar las cosas muy bien», cuenta Germán. «Primero debía comprobar si habitaba alguien la vivienda, si había algún familiar... Sabía cómo se llamaba la propietaria por el nombre del buzón, pero no la había visto nunca». Todo le sugería abandono, y oportunidad. «La dueña debía más de 5.000 euros de comunidad y las ventanas estaban siempre abiertas. Tú no te vas voluntariamente y las dejas así. Había cosas que eran ilógicas».
Por mucho que lo hubiese meditado, no lo planificó. Simplemente, ese día reunió el valor suficiente. «Pensé: ahora o nunca». El «ahora» fue la tarde del 17 de marzo. Acompañado de su hija, que la semana pasada estaba con él, se acercó a la puerta del piso 75, el del pálpito, el de la buena suerte. «La cerradura estaba manipulada. Yo abrí la puerta y vi que tenía la cadena echada por dentro». Empujó un poco y se rompió. Entonces, observó al fondo el cuadro del Cautivo. «Otra señal», pensó.
Le pidió a su hija que lo esperara en la puerta y él entró «muy despacio» en la vivienda. «No sabía qué me iba a encontrar», continúa Germán. «Me giré hacia el sofá y lo vi manchado, amarillento. Cuando lo observo de arriba a abajo, veo la calavera, que me estaba mirando». Confiesa que en esos momentos se le vino «de todo» a la cabeza: «Que la policía me iba a detener, cómo justificaba yo estar allí...».
German reconoce que salió «pitando» al ver el cadáver. «No podía correr como el Correcaminos porque había mucho polvo, así que respiré hondo e intenté ser lo más frío posible. Mi hija empezó a preguntarme qué pasaba y yo en ese momento no quise contárselo. Solo le dije: 'Nada, nada, nos vamos de aquí'. Más tarde se lo expliqué. Ella tiene los pies en la tierra, como yo». Asegura que están muy unidos. «He cambiado el horario para estar con ella...». Es el único momento en que se rompe, al hablar de la menor, que tiene 11 años, y de la situación que están pasando.
Minutos después, la policía llegó al inmueble y activó la comisión judicial para el levantamiento del cadáver. Todo apunta a que se trata de la propietaria de la vivienda, Elisa P. G., nacida en 1924. Al parecer, no tenía hijos. Los agentes han localizado a un sobrino de la mujer afincado en otra provincia española y que creía que ella se encontraba en Nueva York, donde tiene otra residencia. La investigación no ha podido determinar aún la data de la muerte, aunque todo apunta a que la mujer falleció en 2011 y nadie la había echado de menos desde entonces.
Al día siguiente, Germán fue a una iglesia del Centro de Málaga a encenderle una vela «para que tuviese a dónde ir, porque dicen que, si no, el alma se queda con uno», señala a 'Sur'. Mientras intenta digerir lo sucedido, continúa buscando una solución para él y para su hija. «Por eso estoy dando el paso de hablar. Necesito mandar un mensaje de ayuda, no quiero perder mi casa. Si alguien puede contactar con el fondo buitre, a ver si no me la quiten, o puede ofrecerme una vivienda a un precio razonable... yo puedo pagar». El número 75 ya no es una opción. «No he vuelto a pasar ni por la puerta. ¡Soy muy supersticioso!».
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