![El primer español en pisar los tres polos de la tierra](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201808/19/media/cortadas/128143624--624x467.jpg)
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ANTONIO CORBILLÓN
Domingo, 26 de agosto 2018, 00:20
Si las previsiones de Albert Bosch se cumplen (y él es un auténtico profesional de la gestión de los 'business plan' aventureros), en 2020 entrará a formar parte de uno de los clubes más selectos de la exploración mundial. Ese año cerrará la cuarta fase de Last Ice (Último Hielo) con una expedición a pie al Polo Norte. De lograrlo, será el primer español que haya hollado los tres polos geográficos del planeta: el Norte, el Sur... y el Everest. Pero incluso con ese reto aún pendiente, el curriculum de Bosch parece la suma de varias vidas dedicadas a buscar límites, una expresión que, por otra parte, no le gusta mucho. «Es que no creo en eso de que no hay límites. Sí los hay. Están los físicos. Y luego los que te pones tú: los valores o las prioridades».
Tantos viajes, aventuras y proyectos plasmados en libros (cuatro), documentales, blogs, conferencias, clases maestras, han destapado el filósofo que lleva dentro, curtido y formado no tanto en las aulas de alguna universidad como en las aristas de la resistencia humana frente a retos sublimes. El Máster en Meditación «lo hice de golpe tras 48 días en solitario en el Ártico».
Resulta extraño escuchar a este fajador de los retos helados que proviene del calor y las revoluciones de los motores de explosión. Mientras los demás chavales de su pueblo gerundense de San Joan de les Abadesses corrían tras un balón, él se empeñó en cabalgar motos de trial. La montaña era la única que le hacía dudar de su pasión por el motor.
Después de muchas carreras y nueve Rallys Dakar (en una de ellas fue el primer piloto mundial con vehículo eléctrico) decidió dejar de enfrentarse al cronómetro y centrarse en una brújula. Para entender mejor un mapa y también los porqués de su vida. Las carreras estaban bien pero dependías de la hoja de ruta que organizan otros. Albert dio una vuelta a sus coordenadas vitales y se dio cuenta de que «si quería que la aventura fuera mi vida, no me quedaba más remedio que liderarla y organizarla yo mismo».
En los despachos aprendió a superar tantas cumbres como en la naturaleza. Poco a poco entendió que «para poder ir dos meses a un polo hay que trabajar dos años en la gestión de muchas cosas que a lo mejor no te gustan». Patrocinadores, publicidad, redes sociales, divulgación... este profesional catalán recela de la aventura por la aventura y defiende «darle valor, 'vestir' lo que haces para venderlo, comunicarlo y darle el máximo contenido para la sociedad».
Hay que echar muchas horas de oficina para apreciar después el privilegio de su plasmación en un paisaje vedado a casi cualquier mortal. Una fase en la que nuestro hombre encuentra otras formas de sentir el triunfo de vencer obstáculos. «La parte más bonita es cuando te das cuenta de que el proyecto cuaja y abre paso a buscar rutas, cartografías, equipos especiales por todo el mundo...». Una fase, a veces muy burocrática, para la que también desvela su secreto. «La clave es cre-ér-te-lo -remarca la palabra-. Sentir que forma parte de ti y ser muy sincero. Si esta parte falla, fracasarás seguro en su concreción».
La lista interminable de logros parciales le encumbró a principios de 2012 con la travesía integral de la Antártida sin asistencia. Se cumplía el centenario de la llegada de Roald Amundsen y más de 20 expediciones decidieron rendirle homenaje. Albert eligió la más natural. Y salvaje. Avanzar por el hielo sin ayuda de nadie, tirando de un trineo que pesaba 134 kilos. Fueron 67 días de camino, 48 de ellos en solitario después de que su compañero en el proyecto, Carles Gel, tuviera que abandonar casi al principio tras sufrir una lesión.
30/10/2011. Diario de Albert Bosch. Días 1 al 19. 'Fase inicial con todos los problemas posibles'. «Los primeros 19 días han sido nefastos: solo hemos podido avanzar durante cuatro jornadas, habiendo completado 31 kilómetros del total de 1.152 que hay hasta el polo Sur».
Un comienzo descorazonador que ahondó en los más profundos resortes de su resistencia. Física y sobre todo mental. Tras el abandono de Gel «todo me da vértigo», escribió. El día 27 de marcha resume: «Ha sido terrible. He volcado el trineo cuatro veces. He tenido que hacer bastantes cambios de dirección para alejarme de una zona de grietas peligrosas».
Pero 2.304.000 pasos después, redondeados después de contarlos casi uno a uno, culminó su gesta. Había salido de Bahía Hércules y colocado su bandera en el polo Sur. Sólo la gallega Chus Lago (reflejada también en este serial) había hecho algo parecido en 2009. Pero necesitó ayuda externa casi al final tras quedarse sin víveres. Existe el 'mal de África' que atrapa a muchos viajeros al continente negro. Y también la «magia de lo polar», que Bosch define como «la total autonomía. No descubres nada, pero tampoco hay conexión posible con nadie. ¡Eso es magia hoy día!».
El último proyecto de Albert Bosch es un cuatro en uno. Last Ice es un reto deportivo, medioambiental y de concienciación. Tiene claro que ya no hay nada que descubrir en este mundo. Lo importante es qué nueva visión damos de esos territorios. Vencer a un territorio inhóspito. Pero también, al ego. «El deporte, como la aventura, están dominados por el ego de lograrlo. Por eso es bueno vincularlo todo a una causa superior».
Tras muchos debates sobre qué horizontes buscar junto a Pepe Ivars y Pako Crestas, ambos expertos montañeros, surgió la pregunta: ¿Por qué no vamos a los continentes que limitan con el Ártico y recorremos superficies de agua congelada? ¿Por qué no terminamos en el propio polo Ártico? A estas alturas, todo el mundo sabe que las principales respuestas al cambio climático están precisamente en esas superficies. Los lugares elegidos son el Gran Lago del Esclavo (Territorios del Noroeste, Canadá); lago Onega (Noroeste de la Rusia europea); Baikal (Rusia asiática), y la guinda la pondrá en 2020 el polo Norte.
Albert, Pepe y Pako ya sabían lo que era enfrentarse al frío extremo juntos porque se habían puesto a prueba en una expedición anterior por el Báltico. Una experiencia útil en esta primera fase a la que se enfrentaron el pasado mes de marzo. Partieron desde el sur de Yellownife (capital de la zona canadiense) con la idea de acabar en Lutsle K'e, un remoto enclave totalmente aislado por tierra, en el que viven las últimas familias dene, primeras tribus indias de Norteamérica.
Se habían dado un plazo máximo de 10 días. Les sobraron tres. Culminaron 170 kilómetros en siete etapas. Cada jornada la misma rutina: 9 horas de marcha y tres o cuatro descansos para completar de 20 a 30 kilómetros.
Albert recuerda esas noches de cielos estrellados, auroras boreales sin contaminación lumínica. También escuchar «el crujir del hielo bajo tu cabeza cuando duermes con la oreja pegada al suelo» sobre un lecho helado pero con 600 metros de profundidad. Y también una climatología benigna para sus propósitos, pero impropia del lugar y la estación. Los contactos con los últimos indios dene hicieron palpable que el cambio climático es más severo entre quienes tienen menos responsabilidad de su avance.
La carretera más cercana a Lutsle K'e está a 200 kilómetros. Los últimos 1.400 indios de la zona solo pueden viajar a través del lago en barca, en verano, o con motos de nieve cuando está helado. «Antes, sus aguas tardaban dos semanas en helarse, pero ahora hay que esperar dos meses en los que no pueden usar ningún transporte. No pueden moverse, ni cazar ni pescar. Se hacen más dependientes de las ayudas oficiales. Los caribús, su principal trofeo de caza, se alejan... Están perdiendo su cultura. Los jóvenes se alcoholizan, las minas les invaden. Asistimos a las últimas generaciones de denes debido al cambio climático», resume el aventurero. Todas estas advertencias aparecerán también en los documentales que se filmarán en cada una de las cuatro partes de Last Ice.
La expedición al lago Onega está a la vuelta de la esquina. Para los que imaginan un permanente estado de adrenalina controlada, Bosch rebaja expectativas. «Son etapas monótonas y repetitivas. Te llegas a aburrir. No es mi caso porque yo hago meditación». A pesar de tanta supervivencia extrema, el mayor trabajo no está en el horizonte. «La gran expedición no es al lago Onega sino al fondo de Albert Bosch. Si no tienes una buena relación con tu mejor amigo, tú mismo, tienes un serio problema».
En la inmensidad del hielo, la falta de horizontes visuales claros impone otras límites. Interiores. «La tecnología nos ha hecho perder la perspectiva y la humildad. Nos está alejando de la Tierra».
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