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ANTONIO CORBILLÓN
Sábado, 10 de agosto 2019, 10:38
En la pequeña pedanía de Fornillos de Fermoselle pagan el agua más cara que la media de su provincia, Zamora. Y la luz se va ... cada poco tiempo, dejándoles también sin conexión digital. A simple vista se ve al otro lado de la Raya portuguesa los pueblos vecinos (Sendín, Bemposta, Mogadouro). También las grandes presas de agua y producción de electricidad de las Arribes del Duero que les separan de ellos.
Son contradicciones sin explicación. Rodeados de agua y centrales pero sin sus ventajas. Certificados del abandono de una comarca, Sayago, incluida en los ratios más dramáticos de la España despoblada. Todo esto ocurre a pesar de que Villar del Buey, el Ayuntamiento al que pertenece Fornillos, «recibe mucho dinero por el pantano», insiste María José Corral, la vecina que hace de cicerone en la visita. En los servicios se nota poco.
En esta villorrio de frontera, de mil aventuras de contrabando de café portugués y tocino castellano, todavía quedaban en los años 60 más de 300 vecinos, escuelas y hasta un puesto importante de la Guardia Civil. «Teníamos ocho guardias y un cabo. También médico y hasta dos escuelas», refrenda Manuel, 96 años, junto a su mujer, Inés (89), toda la vida en Fornillos, últimos testigos de una diáspora que nunca les tentó. «Pueblo donde me crié, madre le llamé», declama Inés mientras su mirada brilla al recordar su tránsito por estas callejuelas, hoy asfaltadas a jirones.
«Mi vida fue cuidar las ovejas, dormir con ellas en el monte», resume. Lo más lejos que iban era a la feria de Muga de Sayago. Manuel no viajó hasta que en el servicio (militar) le enviaron a Pamplona. «La soledad de ahora no nos gusta», lamenta Inés en la despedida.
Es verano y hay algo más de gente. Pero la parroquia habitual de Fornillos no alcanza, fuera del estío, los 50 vecinos. Y sin embargo, es un lugar de pioneros. Aunque ya cerrada, todavía ostenta su anuncio la primera casa de turismo rural que se abrió en toda Zamora.
Apuesta de auténticos pioneros fue también la decisión vital de Pachi Martínez y su mujer de origen irlandés, Sara Groves-Raines. Patxi llegó desde León. Conocía la zona tras estudiarla en su tesis doctoral sobre la influencia de la agricultura en el medio ambiente. Cansado de estar en una oficina, «quise poner en práctica lo que predicaba».
La pareja llegó en 1993 con la idea de hacer queso de cabra artesano, una rareza entonces en España. Empezaron en un pajar, durmiendo en una tienda de campaña. Con la primera y única ayuda de la Junta de Castilla y León «lo pasamos tan mal que no hemos vuelto a pedir nada». Diez años después empezaron con la bodega, también sin ayudas. Atrás quedan los años en los que el único teléfono del pueblo estaba en el solitario bar (hoy cerrado) y allí les tomaban nota de los pedidos. Ahora elaboran 5.000 quesos y 12.500 botellas de vino de los Arribes del Duero con su sello La Setera. Los primeros se los reclaman en lugares con manteles Michelin. Los vinos llegan hasta Inglaterra.
Y ambos no cruzan más fronteras por la mala conexión digital. «Es para desesperar. El 3G se corta cada poco. Lo que puedes hacer en 20 minutos necesitas una hora», lamenta Pachi Martínez. En su quesería todavía conserva una vieja báscula manual de las de los ultramarinos de los 60 y 70. «Para pesar cuando falla la luz». Cuando nació el primero de sus dos hijos hacía 14 años que no venía al mundo un crío en Fornillos. Estos valientes empresarios solo piden a las administraciones que «si no nos ayudan, al menos que no nos entorpezcan ni pongan más trabas».
«Sin internet no hay futuro»
Teresa Cotorruelo, Piqui, y su marido, Ramón, también dieron un salto al abismo. Dejaron una vida hecha en la Costa Brava y se vinieron a Fornillos cuando sus críos tenían 3 y 5 años. Piqui soñaba con aquellas tardes con su abuelo recogiendo la fruta. Hoy su cocina de embotar mermeladas «está en la cuadra donde mi abuela tenía sus cazuelas. Le haría mucha ilusión verme».
Le costó año y medio ponerse al día con toda la «farragosa» burocracia para dar de alta su marca ¡Oh saúco!, con la que hoy comercializa 4.000 botes de mermeladas naturales («solo uso fruta de Zamora y de la región»), además de vinos, aceite, jabones y otros productos de derivados naturales.
Teresa tiene claro que volver al campo es una apuesta por «el crecimiento personal», pero no es ningún chollo. «Tienes que venir con un proyecto propio, creer en él y trabajar mucho». Eso y vencer desafíos que no son tuyos, como el del sempiterno problema digital. «El gran reto rural es que internet funcione. Si no, no habrá futuro en los pueblos». En las dos décadas de trabajo en el pueblo de sus mayores, Cotorruelo ha elaborado su particular teoría y praxis de la despoblación. Cree que «va a haber un punto de inflexión que provocará un regreso a lo rural». Pero no será el éxodo a la inversa sino de «iniciativas a escala humana». Y cree que todo esto lo propiciará «la necesaria conversión de la economía actual a lo ecológico. Ese es el gran futuro de la España Vaciada», se despide desde la puerta de su dulce negocio.
Carretera abajo, donde los ríos Tormes y Duero abren a cuchillo las paredes de granito, se encarama orgullosa sobre una loma Fermoselle, capital de la comarca de Sayago. El 1 de agosto, la campana de la iglesia de la Asunción tocó a mediodía para anunciar a todos, «en especial a la diáspora fermosellana», como recuerda su alcalde, José Manuel Pilo, que agosto es tiempo de volver a casa. Y los fermosellanos lo hacen.
Pilo acaba de coger las riendas municipales y muestra infinitas ganas de engancharse a todas las voces que reclaman futuro para la Raya. Hace un siglo eran 8.000 vecinos. Hoy apenas superan los 1.200. Su antecesor activó un plan para subvencionar el nacimiento de los primeros diez niños. Solo se benefició una pareja. «Van a tener que hacer un programa Life (de la Unión Europea) para los humanos igual que han hecho con el águila imperial o el alimoche», advierte el regidor.
La zona parece tenerlo casi todo. Patrimonio cultural, parque natural (Arribes del Duero), un microclima de olivos, vino, frutales y almendros. Dicen que Fermoselle es el pueblo de las mil bodegas excavadas en el granito... Ya no se dan la espalda con sus vecinos lusos y en la cabeza de José Manuel Pilo y de las fuerzas vivas del lugar bullen proyectos de todo tipo para sacar al pueblo de la muerte anunciada que ya sufren otros. Ideas que pasan por convertir a esta villa en «capital de una asociación de desarrollo transfronterizo para tener hilo directo con Europa», plantea Pilo.
En una charla improvisada con media docena de hosteleras, todas mujeres, las ideas vuelan. Mejores infraestructuras, más servicios médicos para que los pacientes no peregrinen por las carreteras, por supuesto internet fiable y rápido... Mari Mar Marcos, dueña del restaurante España, resume la lista de los Reyes Magos con una idea central: «hay que romper con el tópico de que solo se quedan en los pueblos los que fracasan o los que no tienen a dónde ir».
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