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GERARDO ELORRIAGA
Lunes, 7 de enero 2019, 00:20
Mogadiscio no se asemeja a ninguna otra ciudad africana. Es cierto que hoy comparte un similar trazado urbano y las mismas calles abigarradas que muchas de ellas, pero nadie parece recordar que, durante décadas, no fue más que un esqueleto, la sucesión de fachadas vacías, ... el gigantesco atrezzo urbano que había sobrevivido a pavorosas guerras internas. El mundo ha olvidado que, hace un cuarto de siglo, dos helicópteros norteamericanos resultaron abatidos durante una operación militar encaminada a capturar a varios lugartenientes de Mohammed Farah Aidid, el hombre que desató el infierno en Somalia. Los medios de comunicación difundieron las imágenes del cadáver de un militar norteamericano arrastrado por una turba, catástrofe que desalentó la implicación de Estados Unidos en aquel Estado fallido y le llevó a cerrar su embajada.
Ahora, 25 años después, la Casa Blanca ha decidido reabrirla. La capital es otra, muy distinta a la que sirvió de escenario a 'Black Hawk derribado', la película que inmortalizó aquel episodio, pero Washington se ha resistido a regresar, a mantener una presencia permanente en el escenario de uno de los peores desastres de su reciente política exterior.
La metrópoli somalí sigue siendo una isla dentro de un territorio fracturado en taifas. Las guerrillas regionales en manos de clanes o ligadas a los yihadistas de Al Shabaab y el Estado Islamico se reparten el país, con algunas regiones como Somalilandia que ya han declarado su independencia. El mundo ha olvidado que en 1991 el país se fracturó en milicias empeñadas en una lucha fratricida y que, dos años después, Estados Unidos desató una ambiciosa iniciativa militar, la Operación Devolver la Esperanza, que pretendía auxiliar a una población devastada por la sequía y el caos bélico, y acabar con este líder que se oponía a la intervención de las fuerzas de la ONU. La estrategia costó la vida a 19 soldados estadounidenses y, desde entonces, el Pentágono mata a los extremistas mediante drones, tal y como mostró otra película, 'Espías desde el cielo'.
Hace tan sólo un mes que la embajada de Estados Unidos se ha reabierto en Mogadiscio. La paz parece haberse instalado en la ciudad. Como sucede en otras muchas capitales africanas, numerosos minibuses, repletos de pasajeros, recorren las avenidas bajo un cielo azul y abrasador. Pero el peligro se agazapa para golpear en cualquier momento del día, ya sea estallando en un vehículo aparcado cerca de un edificio público o irrumpiendo a mano armada en el vestíbulo de un establecimiento hotelero.
Atentados cotidianos
Las bombas diseminan muerte y desolación con extraordinaria frecuencia en el corazón de la ciudad. Como Argel al final de los años cincuenta o Saigón durante la década de los setenta, la alegría de vivir en Mogadiscio salta por los aires, literalmente, en cualquier momento. El Gobierno, apoyado por Occidente y países de Medio Oriente, no puede garantizar la seguridad en su área de control, rodeada por enemigos y fronteras demasiado porosas. En octubre de 2017, un vehículo detonó cerca del Kilómetro 5, uno de los cruces capitalinos con mayor circulación. Tan sólo el atentado de las Torres Gemelas acumuló más víctimas que esta catástrofe que se llevó por delante el hotel Safari, decenas de automóviles y 587 vidas.
Pero Estados Unidos había de vencer su miedo. Quizás han regresado alentados por los propios somalíes, que han demostrado una capacidad asombrosa para desescombrar y recuperar el pulso cotidiano. La ciudad vivió un primer periodo de paz en 2006 cuando el Tribunal de las Cortes Islámicas tomó el control de la urbe e instaló una visión sumamente severa de la 'sharia'. Los señores de la guerra y el fútbol fueron eliminados.
La población prefirió entonces el yugo frente al caos propiciado por las anteriores milicias. Lejos quedaba ya la ciudad cosmopolita, una de las más bellas de África, la denominada 'Perla del Índico', donde se superponían las diferentes influencias árabes, persas e italianas, una ciudad antiquísima que los locales denominan Xamar o Hamar y que un día estuvo flanqueada por cuatro torres que resguardaban numerosos palacios en su interior.
Los duelos de artillería y la lucha callejera habían dañado la vieja medina de Hamar Weine, que remite al siglo X, y reducido a ruinas el legado transalpino. Ya nada quedaba de su catedral, el arco de Umberto, el Santuario de Consolata, y las mezquitas de Arba'a Rukun o Fakr al Ad-Din aparecían horadadas por obuses. Los bulevares arbolados, los night clubs y restaurantes de Lido Beach se habían convertido en parte de una historia que repudiaban los nuevos amos de la capital.
Despegue desde las ruinas
El renacimiento llegó hace once años, cuando las fuerzas conjuntas de la Unión Africana y el Ejército etíope se hicieron con el control de la ciudad. A partir de la toma, se sucedieron varios gobiernos interinos que pretendían crear una Administración nativa, amagos de elecciones y crisis sucesivas. Pero algo había cambiado. La descomposición del Estado había dado lugar a una emigración masiva y muchos hijos de la diáspora volvieron a Somalia con nuevas ideas y deseos de prosperar y de crear otro escenario social, económico y político, favorecido por la llegada de ingentes ayudas de todo el mundo.
Las inversiones en educación, salud, infraestructura pública y empresa pública, llevadas cabo por estos grupos formados en el extranjero, han sido decisivos para el despegue económico de Mogadiscio, hoy una importante urbe comercial dotada de varias universidades, centros comerciales y uno de los puertos más dinámicos del Océano Índico. Su protagonismo ha tenido también graves consecuencias. A menudo, estos han sido los objetivos de los atentados radicales.
El regreso de Washington era inevitable e, incluso, llega tarde. Su ascendiente en la reciente historia somalí ha quedado relegado por la aparición de Turquía o Qatar, convertidos en nuevos protectores de esta suerte de ciudad-Estado. Ankara se ha implicado en la renovación de infraestructuras esenciales, caso del aeropuerto y los muelles comerciales, e, incluso, ha creado una base de entrenamiento militar en la que se forma el incipiente Ejército local. Los críticos aducen que la aparente ayuda otomana al desarrollo fomenta la corrupción de la Administración más venal del mundo.
Mogadiscio sigue regenerándose, cicatrizando las viejas heridas que aún muestran sus muros y las nuevas que horadan los hoteles, habituales blancos de ataques. Incluso llegan turistas amantes de aventuras extremas que recorren con guardaespaldas el mercado de Bakara, epicentro de todo tipo de negocios ilícitos. La bandera de barras y estrellas se suma a las numerosas que ya ondean en Villa Somalia, el complejo gubernamental, y el barrio diplomático. Para extranjeros y nativos, residir en esta compleja ciudad es resistir, sobrevivir, soñar con que otro mundo es posible, sin sobresaltos ni hongos de fuego y humo alzándose sobre amasijos de hierro.
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