Si usted tiene miedo a viajar por el temor de alejarse excesivamente de la consulta de su médico, o come mal porque cree que la ingesta de ciertos alimentos le conducirá a una contaminación segura, usted padece un trastorno de hipocondría. En tiempos del COVID-19 se está usando con cierta ligereza la palabra «hipocondriaco» para referirse a una persona aprensiva. En este caso, tranquilícese: todos somos un poco miedosos en un momento dado, más aún si circula un virus que anda descontrolado y del que existen tantas incertidumbres.
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Miedo. «Una cosa es la hipocondría y otra el temor a enfermar».
Atención. «Un hipocondriaco investiga constantemente en su cuerpo por si aparecen señales de enfermedad, de modo que la atención queda secuestrada».
Medicación. «Es necesaria la medicación si los niveles de ansiedad son altos e interfieren mucho en la vida del afectado».
Común. «A medida que uno va viendo la enorme cantidad de posibilidades que hay de enfermar afloran estas actitudes».
Es hipocondriaco tanto el que acude al médico con excesiva asiduidad, para hacerse exploraciones y pruebas por síntomas menores, como el que no va nunca por miedo a que le encuentren algo. «Los que estudiamos Medicina es frecuente que nos volvamos hipocondriacos. A medida que uno va viendo la enorme cantidad de posibilidades que hay de enfermar y lo difícil que es diagnosticar ciertas dolencias -no digamos ya tratarlas-, afloran estas actitudes. Sé de algunos compañeros que desarrollan rechazo a las pruebas por el temor a que puedan encontrar algo intratable», dice Jerónimo Saiz, catedrático emérito de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá (Madrid). Este psiquiatra ha visto casos verdaderamente patológicos de preocupaciones exageradas e infundadas de contraer un mal por un contagio, una supuesta radiación o cualquier otra circunstancia.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, ya no incluye la hipocondría como una enfermedad con identidad propia. En su lugar, las personas que antes se tenían por hipocondriacas son ahora diagnosticadas de ansiedad. En concreto, para despojarla de connotaciones negativas, se llama trastorno por ansiedad a la enfermedad. Al hipocondriaco, el miedo y la preocupación le harán identificar erróneamente sensaciones físicas incómodas o inusuales como indicadores de una enfermedad grave.
Las tribulaciones del «enfermo imaginario», tal y como lo pintó Moliere, inducen a la carcajada, pero al protagonista que las sufre le hacen poca gracia. «Se caracteriza por una atención obsesiva a señales de enfermedad y la dificultad de convivir con esa incertidumbre», dice el psicólogo Jaime González. «Una cosa es la hipocondría y otra el temor a enfermar. Un hipocondriaco investiga constantemente en su cuerpo por si aparecen señales de enfermedad, de modo que la atención queda secuestrada. La preocupación legítima por unos síntomas verdaderos no tiene nada que ver con la hipocondría», acota el psicólogo.
Hay formas muy extremas de terror a perder la salud. Se llama delirio de negación y es una modalidad de depresión psicótica en la que el paciente pierde el sentido de la realidad. Quienes la padecen se creen no ya que han perdido la salud, sino incluso la vida, hasta el punto de que notan cómo los gusanos les van comiendo por dentro. Para Margarita García Berrocal, psicóloga sanitaria del centro Psyteco-Proeduca, el trastorno suele revestir carácter crónico. «La terapia cognitivo-conductual es la que mejores resultados ofrece, aunque en ocasiones es necesaria la medicación si los niveles de ansiedad son altos e interfieren mucho en la vida del afectado», apunta. Se da igual en hombres que en mujeres. Las cifras sobre incidencia del trastorno difieren mucho entre sí y no parecen concluyentes. Hay estimaciones que hablan de entre un 10% y un 30% de afectados, mientras que el manual de diagnóstico DSM-4 calcula que los afectados oscilan entre el 4% y el 9%.
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