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La Guerra Fría del siglo XXI es, sobre todo, tecnológica. China ocupa el vacío de la Unión Soviética para disputarle a Estados Unidos el liderazgo en la tercera revolución industrial, esa que llega de la mano del 5G, la computación cuántica, la inteligencia artificial, o ... la robótica. Es todo un logro si se tiene en cuenta que el gigante asiático era un estado feudal durante la primera y estaba en ruinas durante la segunda. Ahora, el Partido Comunista no quiere perderse la que marcará el rumbo de los próximos cien años y su irrupción como elefante en cacharrería provoca temor en Occidente.
Tanto que Washington, con Donald Trump al timón, declaró una guerra comercial y tecnológica que Joe Biden no tiene intención de acabar. Aunque no ofrece pruebas al respecto, la Agencia americana de Seguridad Cibernética y de Infraestructuras (CISA) afirma que «el gobierno chino está involucrado en actividades maliciosas en el ciberespacio para avanzar en sus intereses nacionales». Su último informe recoge que entre los objetivos de China en Estados Unidos se encuentran «el robo de propiedad intelectual y de datos críticos» en una larga lista de sectores, que van desde la industria de defensa hasta la energía.
Los gigantes de telecomunicaciones chinos ZTE y Huawei fueron sus primeras víctimas por la importancia crítica de sus sistemas, y la artillería americana -y por mimetismo también la europea- tiene ahora en su punto de mira a muchas más empresas de todo tipo de sectores. El Reino Unido ha prohibido el uso de cámaras de videovigilancia chinas en edificios gubernamentales -el fabricante Hik Vision ya estaba en varias listas negras-, y Estados Unidos ha hecho lo propio con la importación y venta de todos los equipos de una nutrida lista de marcas.
La última empresa en la diana es TikTok, que ya está prohibida en países como India, y que está acusada de enviar los datos que recopila a China. Preguntada en un comité del Senado, la responsable de operaciones de la red social que más crece, Vanessa Pappas, se negó a prometer que no compartiría información con el gobierno chino y afirmó que «nunca se han probado esas acusaciones». Eso sí, reconoció que sus empleados en el gigante asiático sí tienen acceso a los datos de los usuarios americanos.
En cualquier caso, el golpe más duro son las restricciones a la tecnología que permite la fabricación de los chips más avanzados, que están en el centro de esta batalla porque son el componente esencial sobre el que descansan los principales avances. Y la justificación es siempre la misma: son un peligro para la seguridad nacional porque en todos estos elementos y aparatos se pueden introducir vulnerabilidades que sirvan para construir puertas traseras por las que el gobierno chino podría sacar datos e incluso controlar los dispositivos.
Este diario ha preguntado a diferentes expertos en la materia sobre esta posibilidad y todos concuerdan: técnicamente, es posible. «Claro que se pueden instalar puertas traseras. Pero también hay expertos que pueden encontrarlas, y aún no ha sucedido», defiende Hai Yang, director de Desarrollo Internacional para China en Tecnalia. «Cualquier equipo que esté conectado a internet es susceptible de ser 'hackeado' y de tener una puerta trasera», coincide Claudio Feijóo, delegado del rector de la Universidad Politécnica de Madrid, Director del Centro de Apoyo a la Innovación Tecnológica y autor de 'El Sueño Chino' (Ed. Tecnos, 2021). «Pero da lo mismo que sea una cámara de Hik Vision o una de Siemens», recalca.
Eso sí, Feijóo reconoce que a Siemens se le pueden exigir explicaciones de forma mucho más sencilla que a HikVision o Dahua. «En China no hay separación de poderes; aquí tenemos el judicial y la prensa como mecanismos de control al poder político», explica. Y añade que otra diferencia relevante está en que «para China lo primordial es mantener al Partido Comunista en el poder y los derechos humanos no son relevantes». Por eso, el catedrático avanza que el gigante asiático pondrá en marcha políticas de espionaje y de control social «más agresivas y espectaculares que las de Estados Unidos».
Pero hay unanimidad a la hora de señalar que, de momento, no hay pruebas concretas de que ninguna empresa china haya espiado, algo que no pueden decir las estadounidenses. «La tentación para acceder a la información de empresas y de ciudadanos es muy grande para cualquier gobierno. Lo que pasa es que algunos, como el español, no tienen ninguna capacidad para influir sobre las grandes tecnológicas. Los de Estados Unidos y China, sí», añade Feijóo. «El tema de la seguridad debería ser planteado a todas las empresas, no solo a las tecnológicas chinas», señala Hai, uno de los participantes de la segunda edición de Diálogos con Líderes Chinos del Futuro, que organiza la Fundación Consejo España China. «Las sanciones no solo responden a suspicacias tecnológicas, sino también a rencillas geopolíticas», apostilla.
No obstante, Feijóo subraya lo que considera un error de base: «Lo vemos todo con una distorsión que nos impide ver la realidad. Las empresas chinas tienen más interés en Asia, África o Latinoamérica. Allí, la capacidad para controlar todo lo sucede gracias a la tecnología puede ser un aliciente de compra para los gobiernos».
Para muchos, las barreras que Estados Unidos y sus aliados erigen frente a China tienen como único objetivo detener su desarrollo. «A corto plazo, retrasarán el desarrollo tecnológico de China. Porque, en su mayoría, la tecnología punta del país ha crecido con la globalización. Pero, a largo plazo, estas sanciones alientan la investigación propia y un giro hacia la autosuficiencia de la industria tecnológica. Ahora tenemos que hacerlo todo nosotros», explica Zhao Baodan, investigadora principal en la Facultad de Ciencias Ópticas e Ingeniería de la Universidad de Zhejiang. «Si no puedes comprarlo, tienes que hacerlo. Es solo cuestión de tiempo», coincide Hai.
Y no de mucho tiempo. Porque la segunda potencia mundial se desarrolla como ninguna otra antes. Ya es el país que más patentes registra y el que más publicaciones científicas publica. También es el segundo que más presupuesto dedica a I+D. Y se nota en todos los ámbitos. «La razón para que China tenga un papel preeminente en la Tercera Revolución Industrial se encuentra en el tamaño de su mercado, y también en el esfuerzo del Gobierno para construir infraestructura de telecomunicaciones, de transporte y de energía. Un gran paso en cada momento. Además, el capital humano es muy relevante, porque cuenta con el mayor número de investigadores del mundo», enumera Zhao.
«En los últimos 20 años, China ha enviado al extranjero a muchos chinos como yo para formarse, y ahora volvemos porque aquí hay más oportunidades. Queremos ser pioneros y estar a la altura de cualquier otro país», apunta Lu Dawei, profesor asociado en el Instituto de Ciencia e Ingeniería Cuántica de la SUSTech de Shenzhen.
«China cuenta con una sociedad estable y cada vez mejor formada. Y una de sus principales peculiaridades es que su industria cubre todos los sectores y todos los eslabones de la cadena de suministros en una red organizada en torno a clústers regionales. Esto facilita una colaboración rápida porque es fácil encontrar suministradores de casi todo», añade Hai. «Pero lo más relevante es la inversión gubernamental en investigación básica, que crece muy rápido, en contraste con lo que sucede en Europa y en Estados Unidos», señala Yang Luhan, presidenta ejecutiva de Qihan Bio, una empresa de que desarrolla terapias celulares mediante edición genética.
«Me rompe el corazón el rumbo que está tomando el mundo con las sanciones. La situación actual es triste. Nuestro enemigo es el covid, el cáncer, las enfermedades autoinmunes, y espero que para eso tenemos que dejar la ideología a un lado, a pesar de que acarrea ciertos riesgos políticos, y unir fuerzas con Estados Unidos y Europa», concluye Yang apenada.
Z. Aldama
Los estándares son esos listados de normas técnicas que evitan estériles luchas de las que salen trasquilados los consumidores, como la que enfrentó al Betamax y el VHS, y que facilitan la compatibilidad e interoperabilidad de los sistemas. Existen en todos los ámbitos de la industria y son un campo de batalla para China, que comienza a tener un peso muy relevante en su establecimiento.
Buen ejemplo de ello es la propuesta de Huawei para el New IP para modernizar los protocolos por los que accedemos a Internet. «Es una guerra oculta que se da sobre todo en tecnologías como el 5G, el Internet de las Cosas, o la inteligencia artificial», afirma Claudio Feijóo, delegado del rector de la Politécnica de Madrid. «China intenta que los dispositivos tengan de esta manera elementos que para nosotros resultan invasivos. Y luego los vende asegurando que cumplen tal o cuál estándar».
En opinión de Feijóo, Occidente no se ha dado cuenta hasta ahora de la relevancia que tiene el tema. «Por eso cada vez se impulsa más que los estándares no solo incluyan elementos técnicos sino también éticos», señala el catedrático, subrayando que, en muchas organizaciones, China juega con ventaja porque cada país es un voto y tiene más facilidad para convencer a multitud de estados que no tienen los derechos y las libertades entre sus prioridades.
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