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La derrota de la UD Almería del pasado sábado en el Nuevo Los Cármenes no es una más. No es sólo un 3-1 ante un rival directo en la pelea por los puestos de ascenso directo o de playoff a Segunda División. Es el golpe que confirma una tendencia, la evidencia de que este equipo indálico no está respondiendo a las expectativas que se le presuponían desde el inicio de la temporada. Con esta caída, se escapan tres puntos con el calificativo de vitales, pero también se pierde tiempo, se pierden opciones… y, lo más preocupante, se pierde fe, con ocho partidos por disputar y una imagen de un equipo perdido.
El conjunto indálico vuelve a dejar la sensación de que no está preparado para este tipo de partidos en los que se juega la vida. En un escenario exigente como el Nuevo Los Cármenes, ante un Granada con dudas, el equipo rojiblanco no supo imponerse ni transmitir autoridad cuando más necesario era. Fue superado en momentos clave, desordenado en la reacción, y sin capacidad para sostener el empate cuando lo había logrado, después de un inicio de partido dormido en el que se mostró dormido, encajando a las primeras de cambio, en el minuto 9, con un penalti claro de Marc Pubill que permitió al Granada adelantarse en el marcador con el gol de Lucas Boyé. Y, ciertamente, un equipo que busca ascender a Primera División no puede permitirse desmoronarse tan fácilmente. Y cierto es que tuvo tiempo para reaccionar y lo hizo mejorando su imagen en la primera parte, al final de la misma, para salir enchufado en la segunda hasta lograr las tablas por medio de Gonzalo Melero, pero con errores 'groseros' que impidieron estar en el partido.
El peso de la plantilla
Es fácil cargar siempre contra el banquillo, pero hay partidos –y este es uno de ellos– donde las miradas deben ir más allá del técnico. Hay jugadores que no están rindiendo al nivel esperado. Futbolistas con jerarquía que no asumen responsabilidades, jóvenes que no terminan de explotar, perfiles que se repiten sin generar soluciones distintas. El conjunto unionista arrastra una plantilla que, por momentos, parece más pensada para sobrevivir que para competir al máximo nivel.
Las desconexiones defensivas –el gol de Gonzalo Villar es un despropósito porque el mediocampista nazarí avanzó con el balón sin que nadie le saliera al paso antes del disparo a la escuadra–, la escasa capacidad para generar ocasiones en tramos largos del partido y la falta de personalidad para imponerse cuando toca, todo eso no depende sólo y exclusivamente del banquillo. Hay una rémora emocional y competitiva en este equipo que lo arrastra jornada tras jornada. No es casualidad que la mayoría de los grandes partidos se escapen, salvedad hecha, de últimas, por el triunfo conseguido por los rojiblancos en la anterior jornada ante el Levante UD. No es cuestión de azar. Es estructural.
Oportunidad desaprovechada
Lo más frustrante es que este partido tenía también un cariz simbólico. Una victoria en Granada habría servido como mensaje al resto, pues ganar el partido ante el cuadro nazarí hubiese significado que el Almería se mostrara, que iba en serio. Pero lo que ocurrió en el Nuevo Los Cármenes fue justo lo contrario. El Granada, con sus propias dudas, se reactivó. El 3-1 es una victoria que además esconde una inyección de moral para los de un Fran Escribá que estaba en la lista de 'espera' para salir, pero habrá que esperar. Además, la derrota es un aviso para el resto, y es que el Almería no impone.
El equipo almeriense se marcha con una mochila más pesada, en un momento donde no hay tiempo para reflexionar con calma ante lo hecho y lo que se avecina. La tabla aprieta, los rivales aprietan y ya no hay margen para otro traspié. Si queda algo de ilusión por el playoff sólo se sostiene desde lo matemático, porque en lo emocional este equipo se tambalea.
Recuperar el alma
No se puede ignorar el papel del entrenador rojiblanco, pero tampoco es justo hacer de él el único responsable de este fiasco tras fiasco que ha dado pie a que el 'coco' de finales del último trimestre de 2024 parezca algo efímero e irreal. Rubi está intentando sostener un grupo que no ha respondido como se esperaba. Su discurso, a veces, no logra conectar con la exigencia del momento y es evidente que debe encontrar una vía para reactivar competitivamente al grupo. Pero el verdadero desafío no es táctico, es simple y llanamente emocional.
Este equipo necesita un punto de inflexión interno. Necesita volver a competir como si cada balón fuera el último. Recuperar la energía que tuvo en otros momentos de la temporada –volver al de esos citados meses en los que se enlazaron 14 jornadas sin perder y muchas victorias–. Es una obligación mostrar que hay orgullo, que hay hambre, que hay algo más que nombres en una plantilla. Porque si eso no aparece todo lo que queda son cuentas y espejismos.
Lo que viene
Aún quedan partidos por jugar. El calendario sigue abierto, con cinco partidos en casa, que tienen su 'aquel' pese a que sea ante rivales que ocupan los últimos puestos –los más peligrosos en esta fase de la competición– y el Racing de Santander, y tres fuera. Pero la sensación es que el Almería está corriendo tras un tren que ya va demasiado rápido. No sólo por puntos, sino por sensaciones. Cada jornada es una final, sí, pero este equipo no ha demostrado aún ser un equipo de finales. Y eso es lo que realmente duele.
Queda esperanza todavía. Pero cada vez menos. Y si no hay una reacción inmediata, lo que vendrá no será una decepción, sino la confirmación de una temporada fallida que, en su momento, parecía ofrecer algo mucho más ilusionante.
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