Querido Fran Fernández

Hablar es fácil y el mundo del fútbol complicado. Sé que te has lanzado a la piscina sin flotador, que has renunciado a un contrato, por muy ridículo que éste fuera, sin tener nada seguro y que, sin duda, como a todos, te van a venir momentos complejos en los que seguramente te acordarás de esta decisión. En el fútbol profesional sólo hay 42 banquillos y cientos, quizás miles de aspirantes. Pero tú ya has recibido credenciales de sobra para acreditarte como digno candidato.

Pero también te quiero dar la enhorabuena por cómo lo hiciste ayer, en el acto que sirvió para que anunciaras tu decisión de no aceptar la oferta de renovación de la UDA y continuar tu camino por otro lado. Tampoco voy a decir que te conozco mucho, ni mucho menos. Pero por lo que sé, eres un tío sencillo y sincero, de los que no se callan. Por eso, seguro, te fue más difícil no hablar mal absolutamente de nadie, no echar en cara al presidente sus continuos desprecios y su falta de generosidad para reconocer que le has salvado el trasero en varias ocasiones; o para denunciar las zancadillas y puñaladas de quien ocupaba sitio a tu izquierda.

Fue, como dije ayer en La Tribu, la más dolorosa y contundente bofetada: la que no se da, la que tanto el que se la guarda como el que la podía haber recibido saben de sus consecuencias. Allí, a tu lado, quien te ha hecho la vida imposible durante todo el año callaba, sabedor de que estabas siendo el caballero que otros no han sido contigo.

Pero te decía que el mensaje de estas líneas quería ser doble. Y, además de felicitarte por todo, por tu rendimiento, por tu profesionalidad, por tu trabajo, por tu saber estar y por tu espíritu irreductible todo el año y por la caballerosidad y la inteligencia de ayer, también quiero mandarte toda la fuerza del mundo.

Ayer lloraste como un niño, o más bien como un hombre, cuando anunciabas el adiós a tu sueño. Y es normal, porque las emociones, cuando se condensan, acaban explotando como pueden y por donde menos se las espera. Pero me preocupó una palabra de tu discurso. Ayer, Fran, hablaste de soledad. Y estoy seguro, bueno, ya sabía muy bien que, a lo largo del año, te has sentido muy solo, porque te han dejado absolutamente solo.

Sin embargo, me gustaría pensar que sabes que ésa ha sido sólo una sensación interna, de dentro del club; y que eres consciente de que ha habido muchos, en mi opinión la gran mayoría de aficionados que han estado contigo, como lo hemos estado otros muchos que no hemos querido tapar nuestros ojos ante el lamentable trato que te han brindado dentro de tu empresa.

Querido Fran, de solo nada; antes de tu despedida, ayer durante la misma y siempre, no ya es que no estés solo, sino que te has merecido, a pulso, estar dentro del corazón de miles de almerienses. Desde ayer, sin duda, todos somos Fran Fernández.