Confieso que no estaba preparado para semejante revelación, la de ver un rinoceronte en Burgos, rodeado de campos de cereal y cielos de un azul prístino; a un tiro de piedra del Camino de Santiago, la catedral y las alubias de Ibeas de Juarros (que ... aquí todo suma, oiga). Pero está ahí. O mejor dicho, lo que queda de él, sepultado entre toneladas de sedimentos y asomado a una vieja trinchera de tren fruto del empecinamiento de un empresario que decidió abrir paso a las vías a través de una montaña de caliza, dejando al descubierto cuevas llenas de fósiles y huesos entre los que se encontraban los del 'Homo antecessor', el homínido más antiguo de Europa. El proyecto empresarial fue un fracaso, pero la comunidad científica todavía se felicita por tan singular ocurrencia. Un registro que se remonta hasta 1,3 millones de años atrás, de un valor incalculable. La suerte es un factor crucial en la paleontología.
Hasta aquí han viajado este verano 320 catedráticos y alumnos, y lo han hecho por turnos para escarbar en el subsuelo y desentrañar los misterios de la evolución humana. Es el caso de Sabrina, Eliana y Julia, tres arqueólogas de la Universidad de Buenos Aires, con quienes la Universidad de Alcalá y la Fundación Atapuerca han suscrito un convenio para desarrollar la paleontología en Argentina, huérfana de estas enseñanzas al no haberse detectado aún yacimientos. «Algo así como la semilla que plantas para que crezca un árbol, la punta de lanza», coinciden en resumir ellas. Su vocación, dicen, tiene un común denominador. «Siempre nos ha intrigado desenterrar el pasado y hacerlo a partir de registros materiales, porque en aquel entonces no había escritura. Y es así, reconstruyendo la historia, como descubres que aquella gente no era tan distinta de nosotros».
Las tres argentinas se afanan por exprimir cada minuto mientras Juan Luis Arsuaga, uno de los tres codirectores de la excavación, reparte perlas de sabiduría. Están trabajando en la cuadrícula F24 de Estatuas Exterior, uno de los cuatro yacimientos del complejo Cueva Mayor, oculto parcialmente por el desmoronamiento de lo que se supone era el techo de una cueva. Una veintena de personas dobla el riñón en esta especie de vendimia, sin más herramientas que paletines, destornilladores, brochas, recogedores o palillos de naranjo. Todo a la vista es terreno sensible. Julia encuentra una lasca, un utensilio de industria lítica que demuestra que esta zona ya estaba habitada hace 100.000 años por neandertales. Una hora después es otra compañera la que encuentra un bifaz, un hacha de mano. Coordenan el punto exacto del hallazgo, la fecha, la talla (profundidad a la que se ha encontrado). Julia está exultante, es su segundo día.
Canibalismo en tierras del Cid
A un kilómetro escaso de allí, en Gran Dolina, una de las cuatro excavaciones del complejo Trinchera, el alemán Florian Harking y la sudafricana Palesa Madupe observan extasiados el maxilar de un rinoceronte apoyado sobre los restos de unas falanges, «lo que significa que la muerte sorprendió al animal con la cabeza apoyada en una pata después de haberse precipitado por una trampa natural, una sima posteriormente rellenada con sedimentos cuya antigüedad ronda los 900.000 años». Los dos estudiantes pertenecen al proyecto PUSHH de training network, dependiente del Fondo Marie Curie. Adquieren destrezas sobre paleoproteómica, especialidad que analiza las diferencias entre secuencias aminoacídicas de proteínas, un procedimiento que se ha demostrado fundamental para identificar al 'Homo antecessor', cuyo primer ejemplar fue hallado en esta misma cueva.
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Registro
En Atapuerca hay tres grandes nichos de excavación. El más antiguo se remonta hasta 1,3 millones de años atrás.
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Sabrina Soto (Argentina)
«Es así, reconstruyendo la historia, como descubres que los neandertales que habitaban la zona no eran tan distintos de nosotros».
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Florian Harking (Alemania)
«El ADN se deteriora con facilidad, pero ahora podemos extraer secuencias de proteínas del esmalte de los dientes».
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Opeyemi Adewumi (Nigeria)
«El resto de mi vida lo voy a pasar en un laboratorio, rodeado de aminoácidos, pero aquí tengo la fuente misma debajo de mis pies».
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Rolf Quam (EE UU)
«Cada vez que vengo aquí es como si me asomara al pasado. Siento una conexión que no percibo en ningún otro lugar».
«El ADN se deteriora con facilidad, pero esta técnica permite extraer la secuencia de la proteína a partir del esmalte de los dientes», explica Florian. Los niveles se suceden marcados en la pared, modelados por el clima. «Revelan restos humanos, de hienas, de herbívoros, industria lítica...». La Dolina esconde infinidad de secretos, algunos sórdidos. «La acumulación de restos un poco más arriba –dicen mientras señala el nivel TD6– nos habla de un evento de canibalismo. Han hallado restos óseos fracturados y con marcas de corte para descarnarlos y descuartizarlos».
Atapuerca también tiene su 'Fantasma'. Así se conoce a la última excavación puesta en marcha, a medio camino entre Trinchera y Cueva Mayor, una antigua cantera donde los trabajos arqueológicos comenzaron hace unos 4 años. Allí trabaja Opeyemi Adewumi, un nigeriano llegado de la Universidad de Coímbra y embarcado desde hace tres años en una tesis doctoral sobre micromorfología. «Atapuerca es una oportunidad única para nosotros. El resto de mi vida lo voy a pasar en un laboratorio, estudiando ADN de proteínas, rodeado de aminoácidos y nucleótidos. Pero todo eso lo tengo aquí mismo, bajo mis pies. Estoy en la misma fuente. Lo que es a mí, colma mis expectativas y me siento ya como en casa».
Atapuerca es como una cámara del tiempo, de las más espectaculares del planeta. «¿Dónde si no encuentras nueve yacimientos en el mismo sitio? Esto es arqueología a una escala industrial», ilustra Rolf Quam, paleontólogo de Nueva York para quien sólo hay dos cosas irrenunciables: su Jaguar XJ6 de 1985, que pasea ufano por las calles de Binghamton, en cuya universidad da clases; y hundir sus manos en el suelo de este pequeño rincón de Burgos, una cita a la que lleva siendo fiel desde hace 27 años y a la que sólo faltó en 2020 por culpa del coronavirus. «Cada vez que vengo aquí es como si me asomara al pasado, percibo una conexión que no tengo en ningún otro lugar». Rolf, no puede ocultarlo, es un enamorado de España, donde ha pasado largas temporadas. «Cuando estoy en Estados Unidos soy un americano, pero cuando vengo a este país me siento un ciudadano del mundo. Quizá es que allí estamos demasiado centrados en nosotros mismos».
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