El barista vidente
Relato de humor ·
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Carmina, la copropietaria del Tampa, le ofreció un contrato fijo en cuanto vio el diploma de la Facultad de Técnicas ExtrasensorialesRafa Vega
Domingo, 21 de agosto 2022, 00:20
En el Tampa se sirve el café más demandado de la ciudad, aunque no siempre ha sido así. La popularidad llegó a este rancio establecimiento cuando comenzó a prestar sus extraordinarios servicios al otro lado de la barra Gustav Bobby Olafson, un jamaicano, risueño y ... arrebatador, que apareció de pronto en el local con un máster de 'barista vidente' expedido por la Facultad de Técnicas Extrasensoriales de la Universidad de Kingston.
Carmina, la copropietaria, le ofreció un contrato fijo en cuanto vio el diploma. Retiró entonces la fotografía de una fachada monumental que decoraba el paño honorable del local y colgó en su lugar el título de Olafson a la vista inevitable de toda la concurrencia.
A partir de aquel instante no solo se acabó en el Tampa aquello de ofrecer una marca mezcla de café y leche semi para todo el mundo, sino que Carmina solo tiene ojos para él. Ni siquiera le echa vistazos despectivos a su esposo, como ha señalado a menudo él mismo con abnegación; encantado, sin embargo, de que la clientela del Tampa haya crecido exponencialmente desde que Gustav Bobby remata cada uno de sus cafés con iconografías crípticas que provocan intuiciones y premoniciones a sus consumidores.
Un café con leche preparado por este joven y fibroso mulato de ojos turquesa y rastas de rubio pajizo previene a su adjudicatario entre pálpitos y estremecimientos de alguna incidencia que se le ha de venir encima. Los clientes escudriñan expectantes la superficie de su taza recién preparada por Olafson y al instante brota en sus rostros un gesto bobalicón fruto del presentimiento.
Yo no tomo café, soy más de caña y pincho salado, así que no sé de qué va la cosa, pero mis compañeros se ponen muy tontos cuando asoman el hocico sobre sus tazas y cambian la cara. Horas después, en las ventanillas de apremios y reclamaciones que atendemos en la Delegación Territorial, a veces escucho un «¡Gracias, Gustav!» o «¡Te debo una, Bobby!» que me invita a contemplar por un instante la posibilidad de dejar el lúpulo mañanero y pasarme a la cafeína. Menos mal que por la noche se me pasa.
En cualquier caso, tanto éxito han cosechado estas buenaventuras que los clientes con trienios, entre los que me encuentro, estuvimos a punto de amotinarnos cuando nuestro sagrado receso matinal, indispensable para quitarnos el marasmo del rostro y estirar un poco las piernas después de las dos primeras horas de atención al público, se vio privado de la atención inmediata que acostumbrábamos a disfrutar en el Tampa para arrumbar hasta una espera insufrible. «Si lo que quisiéramos a la hora del café fuera ver colas de gente desesperada, nos quedaríamos en la ventanilla de la Delegación Territorial», solíamos decirle a Carmina cuando tenía a bien pasearse por el local entre una multitud de clientes con la papada estirada y la mirada suplicante hacia un Gustav Bobby divino de la muerte, más rumboso e insolente que un Bosé de los ochenta; concentrado en la manufactura y administración de aquellas dosis concebidas con grano ligeramente molido de café keniata, malgache, tamil o brasileño, entre otra media docena de variedades que ahora mismo he olvidado, y un despliegue de jarritas humeantes con espuma de leche entera, semi o desnatada, la de almendras, la de soja, la de cabra y la de yak.
Pero ha llegado el verano y Carmina ya no se pasea por el Tampa. Tampoco su ex, después de malvender su parte del negocio precisamente al bueno de Gustav Bobby, que se ha hecho cargo de la gerencia y que ni siquiera trajina con la cafetera. Para ello cuenta con la asistencia de tres diestros operarios. A él le basta con encargarse personalmente de depositar cada taza sobre el plato correspondiente con quietud y concentración sacerdotal para que todo fluya como de costumbre antes de culminar la entrega a cada cliente con una solemnidad que invita al recogimiento. También ayuda la túnica verde, negra y amarilla que viste y una perilla rubia con dos trenzas largas a los lados que luce desde que el precio de la luz se disparó.
Ahora, durante las noches tropicales, la cola de clientes comienza a formarse de madrugada, horas antes de abrir. Algunos vienen de lejos, en grupo, con mochilas, sacos y guitarras. Se hacen selfies y cantan. También aparece de vez en cuando algún youtuber que se graba con Gustav Bobby junto a su diploma enmarcado. Y aunque nosotros, los empleados de la Delegación Territorial, seguimos amenazando con amotinarnos y largarnos a otra parte, dudo que finalmente lo hagamos si a nadie le ha asaltado ante su café el pálpito de que así será.
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