Casa José, en el corazón de un barrio con sabor a mar

Cuando a mediados del siglo XX el llamado Puertochico se quedó literalmente chico, las instalaciones portuarias, con todo su trasiego de rederas, estibadores y marineros, fueron trasladados al sur de la bahía. Para las familias de los pescadores se construyó entonces una barriada de casas baratas que tienen poco de pintoresco, pero que concentran en media docena de calles, algunos de los bares y tabernas más queridos de la ciudad.

Se trata de mesas populares, tirando a modestas, pero donde la frescura del género está asegurada. Teniendo en cuenta que el barrio no es muy grande, hay mucho donde elegir. Peña Candil, La Gaviota, Los Peñucas, Machinero, La Chulilla, Vivero, El Muelle... o el que nos ocupa, Casa José. Ubicado en el corazón del barrio, su terraza se desparrama por Cabildos y trata de sisarle algo de sombra a la arquería que rodea la plaza. A la hora del aperitivo entra en ebullición mientras la cocina dispara raciones de unas jugosísimas ramas.

En la carta, lo que se imaginan. Pescado fresco y mariscos según temporada. Zamburiñas, percebes, cigalitas, mejillones y demás, a precios realmente populares. El día de nuestra visita, han pescado en la bahía unas pocas raciones de lo que aquí llaman maganos, unos chipirones grandecitos que se sirven sin limpiar y atesoran en sus tripas negras el mismo sabor a mar que este humilde barrio de Santander.