Daño, el que tú me haces
relato de humor ·
¡Pero en qué mundo vives! ¿En los mundos de Yupi? Si ya lo decía yo a tu madre. Que me la estás malcriandoSecciones
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¡Pero en qué mundo vives! ¿En los mundos de Yupi? Si ya lo decía yo a tu madre. Que me la estás malcriandojesús lens
Sábado, 6 de agosto 2022, 00:03
Aunque Lucía trató de quedar en un espacio neutral, una cafetería o un bar del centro, él se empeñó en ir a verla a su propia casa. Y ahí estaba, llamando al portero automático.
—¡Bajo, bajo!
—Mejor subo yo…
—¡No, no, que ... lo tengo todo manga por hombro!
Al abrirse la puerta del ascensor, se lo encontró de frente. Había conseguido entrar al portal y estaba curioseando los nombres de los buzones.
—¿Cómo estás?— dijo él.
—Bien, bien. ¿Vamos a tomar algo?
—¿Qué prisa tienes? Espera un poco, que aquí dentro se está muy fresco.
En ese momento se abrió la puerta del otro ascensor. Una enorme sonrisa apareció en la cara del vecino en cuanto la reconoció en la penumbra del rellano.
—¡Lucía! ¿Cómo estás?
—Bien, bien…
Se hizo un silencio incómodo.
—¿De verdad estás bien?— preguntó el recién llegado—. Muy seria te veo. ¿No me vas a preguntar por…?
—Después te llamo y me cuentas, ¿de acuerdo?
—Vale, vale. Perdona. No quería molestar.
Lucía notó una mirada taladrándola y se giró para enfrentarla. Se conservaba bien para su edad. Alto y fuerte, el pelo entreverado de canas, barba cuidada, pantalón ligero de color beis y sobria camisa remangada.
—¿Lo ves, Lucía? ¿Ves lo que te decía? ¡Ahí lo tienes! ¿Qué te tengo dicho?
—¡No significa nada! ¡Vámonos de una maldita vez!
Estaban ya en el portal cuando vieron venir a un joven con una muleta que caminaba con dificultad. Llevaba un par de bolsas en la mano.
—¡No me regañes, Lucía! –fue lo primero que dijo, poniendo una cara divertida–. Solo traigo lo necesario para la comida de hoy. El resto lo tienen apartado en el súper por si puedes traerlo luego. Si no, ya lo subirán ellos.
En ese momento, la mirada del hombre no es que taladrara a Lucía, es que la estaba abrasando. No pronunció palabra hasta que el muchacho desapareció en el ascensor.
—¿Sigue siendo tan agradable el bar de ahí al lado? ¿Vamos a tomar una caña?
—La verdad que preferiría pasear…
—¿Con este calor? Mejor la cerveza.
No había mucha gente, que aún era temprano, pero los parroquianos la saludaron al entrar. El más efusivo, Andrés, al otro lado de la barra.
—¡Lucía! ¡Qué bien que hayas venido! Así no tengo que subir luego, que hoy se pondrá esto a tope y no acabaremos hasta las mil! Ahí van las llaves y la clave de la alarma. Te quedó claro lo de las plantas y la comida del gato, ¿verdad?
Dando media vuelta, el hombre agarró a la muchacha con fuerza por el brazo y la instó a salir a la calle. Andrés quedó desconcertado por un momento y pensó intervenir, pero avisaron de una comanda de cocina y no dijo nada. La vería antes de salir de vacaciones.
—¡Suelta, que me haces daño!
—¿Daño? ¡Daño el que me haces tú a mí! ¿Se puede saber de qué vas? ¡Pero qué pantomima es esta, maldita sea! ¿Tú quieres acabar conmigo o qué? La ruina me vas a buscar.
—¡Papá! ¡Haz el favor de no dramatizar! ¿Quieres no sacar las cosas de quicio?
—¡¿Yo?! ¡¿Yo estoy sacando las cosas de quicio?!
—¡Haz el favor de bajar la voz, que nos están mirando!
—¡Cómo si eso te importara! ¿Será posible, a estas alturas? ¡Que nos están mirando, dice! Si no han dejado de mirarnos, saludarnos y hasta hacernos cucamonas desde que he llegado. ¿Tú estás bien de la cabeza? ¡Mira que te lo tengo dicho, maldita sea!
—¡Ya lo sé! Pasar inadvertidos. Confundirnos con el paisaje. ¡No despertar sospechas! Y eso es lo que he intentado, papá. ¡Te lo juro! Ser amable para eso. ¡Para no levantar suspicacias!
—¡Pero en qué mundo vives! ¿En los mundos de Yupi? Si ya se lo decía yo a tu madre. Que me la estás malcriando. Que la niña es demasiado educada. Que no hace falta pararse a hablar con todo el mundo ni saludar de esa manera…
Lucía se mordía el labio inferior con una mezcla de rabia, irritación e impotencia. Iba a decir algo, pero su padre se adelantó, ya más calmado.
—Lucía, hoy en día todo el mundo va a su avío. Nadie se interesa por la vida de los demás. Nadie hace favores porque sí ni pega la hebra con los vecinos. Hoy, ser amable y atenta te convierte en sospechosa. Y en nuestro trabajo, Lucía, lo último que necesitamos es levantar sospechas. Mira que te lo dije, que tú no vales para esto…
—¡Dame otra oportunidad, por favor! Me mudaré. A otra ciudad, si hace falta. No hablaré con nadie. Seré hosca y malencarada. ¡Un ajopollo! ¡Y agriado, además! Te lo prometo, papá. Pero déjame demostrarte que puedo ser tan buena sicaria como tú.
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