«Somo es una Torre de Babel y el surfing, su único idioma»
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Óscar Arroyabe y Robin John 28 años, de Colombia e India. Un arenal abierto al mar en la bahía de Santander sin más religión que cabalgar las olasSecciones
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Óscar Arroyabe y Robin John 28 años, de Colombia e India. Un arenal abierto al mar en la bahía de Santander sin más religión que cabalgar las olassERGIO gARCÍA
Jueves, 4 de agosto 2022, 00:03
Somo es uno de los referentes del surf en España, una apuesta fiable, con buenas olas de izquierda y derecha, orientada a mar abierto y con el viento y las corrientes como principales aliados. Vamos, que si no hay olas aquí olvídese usted de encontrarlas ... en todo el Cantábrico. Y eso que la competencia es férrea, con arenales haciéndose un hueco en el ranking de los 'spots' más envidiados, desde Merón en San Vicente de la Barquera, hasta Berría, en Santoña. 24 playas de campanillas de las que sólo en la bahía de Santander se concentran media docena larga, un reclamo demasiado goloso para que lo deje escapar esa tribu de nómadas que han hecho de cabalgar las olas su única religión. Llegan en autocaravana, en avión, en bus, y toman al asalto este rincón privilegiado del que todos dicen que es tranquilo, pero que en verano hierve de esa horda embutida en neopreno, de pelo alborotado y rodeada por un aura de intrepidez.
Son las diez y media de la mañana y los surfers empiezan a aglomerarse en la Escuela Cántabra de Surf, que dirige David 'Capi' García. A nadie parece importarle que haya amanecido nublado y que la previsión meteorológica anuncie tormentas eléctricas. Óscar Arroyabe, 28 años y una sonrisa castigadora, orgulloso hijo de Armenia (ojo, la de Colombia), acaricia su tabla sin poder reprimir la excitación. Es mecánico industrial en Castellón y, acostumbrado al Mediterráneo, no da crédito a lo que ven sus ojos. «La ola más grande allí es una de las pequeñas aquí», exclama, al tiempo que se confiesa «enamorado» de Somo. Viene a perfeccionar su estilo, dice, mientras se adentra entre los picos con poderosas brazadas. A su alrededor, los más experimentados ejecutan maniobras atrevidas, pero siempre atentos al 'código': respetar la preferencia, nunca saltar las olas ni robarlas, entrar a las crestas desde atrás, lanzarse sin titubeos y, lo más importante, asegurarte de que tu tabla no salga despedida y se convierta en un peligro para los demás.
Catálogo de lujo Desde San Vicente a Santoña y Laredo, pasando por Liencres o Suances, una veintena larga de 'spots' espera a la tribu.
El código Respetar la preferencia, no robar olas, entrar al 'pico', lanzarse sin titubeos y que tu tabla no sea un peligro para los demás.
Golpe de timón «Este deporte me ha cambiado la vida. Es la energía que transmite, el buen rollo de la gente y la tranquilidad que te invade sobre la tabla».
Perseverancia «Me caigo al agua cada dos por tres, pero basta con aguantar dos segundos ahí arriba para tocar el cielo».
Rivalidad «Los españoles son muy amables, pero en el agua les gusta dejar claro que estas son 'sus olas'».
Óscar se toma cada asalto como una lección que aprovechar mientras la resaca tira de la orilla. Es su primer día y le está sacando chispas. «Hoy he aprendido la técnica de frenar cuando la ola no es buena para que no me arrolle, a mejorar el posicionamiento en la tabla (pie delante, pie atrás, rodillas flexionadas, espalda recta, brazos abiertos), a diferenciar cuándo entrar y cuándo no». El colombiano se crece cada vez que mira alrededor. «Este deporte me ha cambiado la vida: la energía que transmite, el buen rollo entre la gente y la tranquilidad que te invade mientras estás en la tabla». Su hora preferida, dice, es el ocaso, «una auténtica terapia de choque. El momento es tan brutal que hasta te olvidas de coger olas». Acaba de llegar y ya tiene controlados los garitos de la zona, «esto es como una Torre de Babel y el surf, su único idioma». Pero hay un detalle que se le ha escapado. «¿Que Shakira ha estado en Oyambre? ¿Haciendo surf? ¿Y dónde cae eso? Ahora que está soltera...». Me temo que llegas tarde, compañero.
Más modoso se muestra Robin John, directamente llegado de Rewa (India) a Madrid, donde ha abierto una compañía de software. «He comprado un bono de diez sesiones en la Escuela –dice exultante–, y ya me he gastado dos el primer día. Este sitio tiene que ser importante, porque veo gente de todo el mundo y que controla. A ver si se me pega algo». Robin lleva una semana de vacaciones –ha estado en el balneario de Puente Viesgo– y lo que más le gusta de Cantabria es «que lo tiene todo: mar, monte, campo, ciudades... ¡y hay tanto verde!». Y eso que viene del estado indio de Madhya Pradesh, donde la población de tigres se ha multiplicado por diez de unos años a esta parte y organizan safaris fotográficos. Allí también hay surf, «en las playas de Goa, sí, pero las olas no son como estas».
El surf tiene para él «el atractivo de las cosas que pruebas por primera vez, como el paracaidismo (¡glub!), la excitación de enfrentar lo desconocido. Me caigo al agua cada dos por tres, pero basta con aguantar unos segundos ahí arriba para tocar el cielo». El día del reportaje no acaba bien para él: el esfuerzo de la víspera le cuesta una distensión del brazo izquierdo y tiene que dejar la clasea medias. «No importa –exclama aún dolorido–, estaba desentrenado y hoy no puedo más. Volveré al cámping Latas donde he conocido a tres españoles y dos holandeses con los que aprovecho para charlar por las noches. Llevan años viniendo y ya son unos expertos», dice con el empeño de quien prepara una tesina.
Tomas Zemcik ha venido desde Praga con su mujer Krystina y sus dos hijos, la más pequeña un bebé de diez meses. Forman parte de un convoy de tres autocaravanas en el que viajan catorce personas y un perro, al que se va a sumar ahora una cuarta, que recorrerá el Cantábrico hasta Ribeira (A Coruña). Ambos son contables en una empresa audiovisual, pero su vida en el surf. Le han dedicado 15 años, menos de la mitad que al windsurf, que les llevó desde Tarifa hasta Fuerteventura, donde vivieron dos años. «La gente, el clima, la naturaleza... las condiciones para esta práctica son óptimas». Llevan dos semanas y han surfeado en Liencres y Langre, «pero todavía no conocemos Santander. Habrá que ponerle remedio», dicen entre risas.
«Los españoles son muy amables, pero cuando están en el agua les gusta dejar claro que estas son 'sus' olas», aunque aclara a renglón seguido que «eso pasa en todas partes». Y tienen con qué comparar: han surfeado en Panamá, en l'Almanarre (Marsella), en Boucau (Landas). «Toda la costa atlántica es manos o menos parecida, aunque cada sitio tiene sus singularidades. En Francia, por ejemplo, hay más sitios destinados a autocaravanistas, con abastecimiento de agua y servicio de limpieza de los inodoros. Aquí eso no funciona tan bien, pero en cambio hay aparcamientos donde puedes pasar el día entero por 15 euros y tienes cubiertas las necesidades básicas. Y eso no tiene precio».
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