Con 9 o 10 años, en cuanto tuvo edad, se puso José Luis a cargar maletas. «Mis padres regentaban un hotel de pueblo en Los Monegros, en el pueblo de Sariñena (Huesca), y cuando era época de caza se llenaba de catalanes que venían a pasar el fin de semana. Mis hermanos y yo –somos siete– subíamos los equipajes a las habitaciones y los cazadores nos daban 25 o 50 pesetas». Una «generosa» propina, su primer jornal.
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Cincuenta años después José Luis Yzuel sigue en el negocio hostelero. Ya no acarrea bultos, ahora regenta varios establecimientos de comida italiana y es presidente de la Confederación Empresarial de Hostelería de España, que integran 300.000 empresas. Como en su local es el jefe, no entra en el reparto de las propinas –en algunos sitios cada camarero se queda con lo que saca, pero lo habitual es meter todo en un bote y dividir luego–. Claro que tampoco hay ya mucho que repartir... «Cada vez se dejan menos propinas, sobre todo porque se paga con tarjeta y no hay costumbre de 'redondear', como cuando abonas en metálico».
Él sí tiene el hábito cogido: «Hace unos días invité a unos amigos a comer. Éramos diez y el menú salió por 297 euros. Pagué con tarjeta, pero dejé 7 euros en metálico en el platillo».
Una rareza. Por la tarjeta y por la cuantía. «Los franceses o los ingleses, por ejemplo, premian el servicio, pero el español lo da por supuesto y es raro que deje más de 2 euros», cuenta Nacho Lorente, director de un restaurante en el centro de Zaragoza y con más de veinte años de experiencia en el sector – ha sido camarero, maitre, gerente de restaurante...–. Cuenta que ahora casi nadie usa dinero físico y echa un cálculo rápido desde lo que ve cada día en el local que regenta junto a la Plaza del Pilar: «Si antes de la pandemia el 70% de nuestra clientela ya usaba la tarjeta de crédito, ahora serán el 90% o el 95%. Claro que recibimos mucho turista».
Los visitantes, especialmente los extranjeros, tiran más de 'plástico' que los locales... pero también dejan más propina. «Para los estadounidenses, por ejemplo, es casi una obligación. Si no les dejas algo casi te miran mal y allí es fácil que un camarero saque el equivalente al 20% de su sueldo solo con propinas», calcula José Luis Yzuel.
En España en algún tiempo también se movieron en esas cifras. «En las zonas de veraneo en los años buenos un camarero podía sacarse por cada mil euros de sueldo otros 250 en propinas. Hoy no llega a 50». Esos años buenos de los que habla Lorente fueron los anteriores a la crisis y, especialmente, los del estreno del milenio. «Cuando se pasó de pesetas a euros las propinas experimentaron un incremento importante. A la gente le costaba hacer el cálculo y te dejaban un euro pensando que eran más o menos cien pesetas».
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Hoy a nadie se le escapa el valor del euro, así que lo de las propinas abultadas se acabó. Y cuando sucede es para contar: «Hace poco más de una semana vino a comer un matrimonio con sus hijos. Se les habían olvidado las mascarillas, así que les dimos una a cada uno, porque en el restaurante siempre tenemos por si algún cliente viene sin ella. Nos dejaron 20 euros de más por el favor que les hicimos».
Y casi sin propina, prosigue el relato Lorente, se quedaron otro día por la picaresca de un chaval. «Vino una familia a celebrar el cumpleaños de la abuela. La mujer dejó 5 euros al camarero pero uno de los nietos, al ver el billete, lo cogió. La señora volvió luego al restaurante con los 5 euros y nos explicó la trastada del niño».
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Esos dos ejemplos entran ya en la categoría de anécdota por lo inusual. «Nos espera una temporada dura sin propinas», advierten los hosteleros. Y no se atreven a poner fecha a la 'recuperación'. Si es que eso sucede.
Lo están acusando ya en los restaurantes y en los hoteles –«antes le dabas algo al conserje y tenías trato con él, te decía de un buen sitio para ir a comer o a tomar algo...», se acuerda Yzuel–, y mucho más en el taxi. «Las malditas tarjetas...», masculla Fidel Blanco, gallego afincado en Bilbao y contando ya los días que le quedan para retirarse tras 35 años al volante. Con ese curriculum tan largo este taxista ha conocido todas las épocas: las buenas y las malas.
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Y esta, asegura, es la peor. «Hace unos años poca gente pagaba con tarjeta. Hacías el tique, estabas más tiempo con el cliente, charlabas y la gente solía 'redondear'. Si te pedían una factura de empresa y la carrera eran 32,40 euros te decían que pusieras 35. Hoy no, te dan la tarjeta y se olvidan de la propina. Que no tendría por qué, porque es tan sencillo como si te sale 23,70 decirle al taxista que cobre 25. Pero la gente no lo hace».
Explica Fidel que en el taxi las propinas nunca han sido tan abultadas como en los restaurantes. «¿Un sobresueldo? Ni hablar, igual eran 90 o 100 euros al mes. Pero es más el detalle». Esos 'picos' los sacan ahora «de la señora que llevas al ambulatorio y si sale el viaje 4,90 te dice que cobres 5 euros»; y para de contar porque en cuanto salen de la ciudad y hacen servicio interurbano «la gente ya no usa efectivo». Sobre todo si son jóvenes. «Yo alguna vez he preguntado en confianza a algún cliente por qué no se estila lo de dejar la propina con la tarjeta y te dicen: 'Ah, pues es verdad'. Caen en la cuenta en ese momento». La costumbre...
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Porque eso es la propina. Y de la misma manera que hay hábito (o había al menos) de dejar unas moneditas en el restaurante que te ha dado bien de comer, no hay manera de afianzar ese gesto en otros sitios: «Yo a veces voy a la frutería y si la cuenta son 17,95 euros le digo a la frutera que cobre 18, por eso de no andar con 'peseticas'. Pero casi todos los tenderos insistirán en que no, en que los cinco céntimos son tuyos y no los cogerán. Es curioso». Ocurre, dice José Luis Yzuel, incluso en algunos bares. «A algún camarero ya le he oído rechazar la propina y decirle al cliente que a él ya le pagan por hacer su trabajo. Es algo ideológico». Así que entre la tarjeta y la ideología, la cosa está «rematada».
Creen los hosteleros que cuando pase el miedo de la pandemia quizá se recupere un poco el pago en metálico –«ahora no, casi te miran mal si sacas dinero del bolsillo, y ya no te cuento si te tienen que dar las vueltas...»– pero no dudan de que el efectivo irá siendo cada vez más testimonial. «El siguiente paso será el Bizum en los restaurantes, cómodo y más barato que las tarjetas», vaticina Yzuel. Al tiempo...
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«Era la época de las pesetas. Había una señora que vivía en el centro de Bilbao. Tenía poca movilidad y cada día iba en taxi a El Corte Inglés a comer. La carrera no llegaba a 200 pesetas pero esa señora dejaba siempre 1.000. Todos los días. Yo la llevaba muchas veces y me daba dolor de conciencia, porque esa propina era una bestialidad. Un día le pregunté cómo nos dejaba tantísimo dinero y me contestó: 'A mí me sobra lo que tengo. A la gente que me da servicio me gusta recompensarla. Si no fuera por vosotros me tendría que quedar en casa todos los días'. En otra ocasión me pidió que la llevase a un pueblo cercano donde tenía dos amigas; querían tomar un café. La llevé y me dijo que la esperara, una hora o dos, ya no me acuerdo. Bajé a la playa a hacer tiempo y luego la recogí. El servicio le salió alrededor de 2.000 pesetas pero la señora insistió en dejarme 10.000, que sería como si hoy te dan 200 euros por una carrera de 40», relata el taxista Félix Blanco.
«En el restaurante tuvimos un tiempo a un cocinero que había estado en las misiones en Cabo Verde. Un día llegaron unos clientes de Latinoamérica y se enteraron de la historia de este chico, un joven que en ese momento estaba estudiando para cura en Zaragoza. Los clientes eran cuatro personas y en total pagaron una factura de 89 euros por comer. Antes de marcharse hicieron llamar al camarero y le entregaron un cheque nominal por valor de 400 euros. Se ve que eran unas personas creyentes y con ese dinero quisieron ayudar a aquel chico en su formación y en los gastos que tuviera en su vida en la ciudad. Esa es la propina más alta que yo recuerdo. Aunque las más abultadas se solían recibir siempre en las bodas. Si los novios se habían quedado contentos con la atención no era raro que, en la época de las pesetas, te dejaran 10.000 o 12.000 al final del día, que era entonces una propina más que generosa», cuenta el hostelero Nacho Lorente.
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