Solange Vázquez
Jueves, 30 de marzo 2023
Vamos a movernos en dos escenarios de guerra: el trabajo y el amor. Ámbitos donde para salir bien parado de las 'batallas' es del todo necesario tener un buen dominio del lenguaje, ya que cualquier desliz comunicativo demasiado tosco puede ser aprovechado en nuestra contra. ... Por eso, quienes dominan su impulsividad de verdad suelen 'ganar' en las discusiones, sobre todo aquellos que son maestros en el arte de sacar de quicio al otro con expresiones supuestamente amables pero cargadas de mala leche.
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«La intencionalidad del hablante en estos casos está bastante clara, aunque queramos resultar ambiguos...», indica Sheila Queralt, experta en lingüística forense. Por su experiencia en la interpretación de mensajes, sabe muy bien que incluso en casos donde hay una agresividad verbal se puede 'disfrazar'. «En casos de violencia de género se ve mucho discurso pasivo-agresivo», apunta Queralt. Y muchas ganas de provocar. Algo que en nuestro día a día -al margen de estos casos dramáticos - también hacemos a pequeña escala. Aunque la experta lanza una advertencia a todo aquel que tire de este recurso: «Es muy difícil de medir y controlar».
Inés Lozano, profesora de lingüística aplicada e investigadora en la Universitat Politècnica de Valencia, afirma que «querer decir algo diferente a lo que se expresa no es nada fuera de lo común. De hecho, lo hacemos a todas horas. Usamos estos 'giros de significado' para transmitir una actitud hacia algo». Este es el caso de estas expresiones, que decir, decir, literalmente, no dicen mucho... pero transmiten una carga de conflictividad que no se le escapa ni al más despistado.
Es uno de los 'hits'. En apariencia, estamos intentando calmar los ánimos pero, realmente, cuando soltamos esto estamos echando leña al fuego y haciendo todo lo contrario a tranquilizar. De hecho, suele ser el detonante de discusiones cuando los ánimos ya están caldeados. Algunas tácticas de negociación usadas por los cuerpos policiales aconsejan no decir 'tranquilo' a personas que si pierden los nervios pueden desencadenar una desgracia (delincuentes con rehenes, suicidas...). Así que, ¿quieres alterar a alguien? Dile lo de la tranquilidad.
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Aparentemente, sólo estamos 'informando' de que ya hemos comunicado algo. Pero, en realidad, lo que pretendemos es decir que el otro (la pareja, un compañero) no ha hecho caso de esa información para trasladar la responsabilidad sobre algo. No decimos la culpa es tuya, pero es lo que se entiende.
«Son frecuentes expresiones como esta en contextos de desacuerdo...», indica Lozano. Estamos afirmando o aceptando, aparentemente, pero la impresión del que recibe el mensaje es, primero, de cierto vacile y, segundo, de que no estás de acuerdo (aunque te vayas a plegar a sus deseos). Una 'hermanita' de esta expresión es el célebre 'es lo que hay': aceptación... pero de mala gana. Lo mismo que 'sin problema' cuando las relaciones están tensas (queremos decir en realidad 'sólo tú tienes problemas, pedazo de...').
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Si decimos esto en una reunión de trabajo, casi seguro que sabemos que la otra persona sí lo está y queremos que lo note. Es más, en nuestro fuero interno -y no tan interno- vemos con regocijo que así sea, no queremos perdernos la victoria de sacar de quicio a alguien con quien tenemos una cuita. Y en pareja... si alguno pronuncia estas palabras quiere decir que se avecina tormenta. Vamos, que la intención pacificadora no existe.
«Expresiones como esta producen una inferencia de significado en la que aceptamos la opinión de la otra persona pero no la compartimos», aclara Lozano. Y a nadie le pasa desapercibido, claro. ¡Es que no queremos que pase desapercibido!
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Es un comienzo de frase que, en un contexto poco cordial, es un preludio de un varapalo. En realidad, no nos llama la atención nada, sólo queremos resaltar algo que vamos a cuestionar o a echar por tierra. Con los ánimos caldeados es raro decir 'me llama la atención... lo bien que está este trabajo'. La segunda parte suele ser una puya, seamos sinceros.
A veces, en un contexto de enfado -explícito o no-, hacemos comentarios como 'a mí no me pasa nada', donde pese a que negamos nuestro enfado, queremos que la otra persona se dé cuenta de que sí que nos pasa algo, vaya que sí...
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No, no te estás preguntando nada y lo sabes. Si estás en un ambiente algo tenso y dices, por ejemplo, 'me pregunto cuántas veces has puesto el lavavajillas esta semana, cariño' (eso en casa) o 'me pregunto si has revisado este informe' (en el trabajo), no sueles tener dudas de nada. Estas echando en cara algo y quieres que quede patente.
¡¡Pero lo vas a hacer!! Así que es un aviso, un poco por cortesía, para que la otra persona no se lo tome demasiado mal, pero lo que estás anticipando es todo lo contrario a no meterse. Te vas sumergir. «Denota un deseo de no violar el principio de cortesía al entrometerse en determinados asuntos, pero derivan de igual manera en un acto de intromisión», indica Lozano.
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