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Solange Vázquez
Jueves, 14 de septiembre 2023, 18:16
Cada día decimos una media de 16.000 palabras –según una investigación de la Universidad de Texas–. Hombres y mujeres por igual, para evitar comentarios machistas (es que algún estudio previo, posteriormente rebatido y desechado, atribuía a las mujeres un chorro palabreril diario tres veces ... superior al de los varones). El caso es que esa cantidad ingente de vocablos que salen por nuestra boca forman a veces ciertas frases que nos podíamos ahorrar.
Y no solo porque es sanísimo estar un poco sin parlotear –esta es la tesis que el editor y periodista Dan Lyons sostiene en su último libro 'Cállate. El poder de mantener la boca cerrada' (ed. Capitán Swing)–, sino porque, a menudo, la gente habla por no callar, como popularmente suele decirse, y termina diciendo cosas supuestamente inocuas que resultan odiosas y hasta ofensivas.
Parece que está muy bien visto lo de decir todo lo que se piensa ('es que yo lo digo todo a la cara', 'es que soy muy sincero')... pero igual es mejor aprender a cerrar el pico un poco, como aconseja Lyons, quien explica que este rasgo de no aplicar filtros a lo que se dice es propio de los 'locuaces', uno de los tipos de habladores compulsivos que existen y que se caracterizan por pensar muy rápido y soltarlo todo, y también de los 'nerviosos', que sufren ansiedad social y parlotean sólo para tranquilizarse...
«Todos salimos ganando si hablamos menos», resume el autor del libro, quien añade que «vivimos en un mundo que no solo fomenta la locuacidad, sino que prácticamente la exige, donde el éxito se mide por cuánta atención podemos atraer. No obstante, las personas con más poder y éxito hacen exactamente lo contrario. En lugar de llamar la atención, se contienen». Y en este punto, Dan Lyons anima a todos a seguir el consejo de Benjamin Franklin: «Habla solo cuando pueda beneficiar a otros o a ti mismo». O el del humorista de principios de siglo XX Will Rogers: «Nunca hay que perder una buena oportunidad para callarse». Quizá estas máximas sean demasiado drásticas, pero después de leer el siguiente decálogo de frases horribles que alguna vez hemos tenido que aguantar casi todos (diablos, incluso habremos dicho alguna), quizá opinemos que Franklin y Rogers se quedaron cortos.
1
Menudo horror, sobre todo si no estás esperando un bebé. Pero, ¿qué lleva a alguien a preguntar algo así? Ante la duda, boquita cerrada, por favor. Javier Aguado, consultor de la Escuela Internacional de Protocolo, nos apunta una salida airosa si tenemos esa duda y no podemos pasarla por alto. Sería preguntar: «¿qué tal? ¿todo bien?».Así, si quieren anunciarnos un embarazo, se lo ponemos fácil.
2
Cuando dices esto, más vale que sea con un tono, una dulzura y una gracia sin igual (algo de lo que casi todos carecemos) porque, de lo contrario, lo que estamos es ofendiendo al que nos iba a echar una mano. La opción educada propuesta por Aguado: «No te preocupes, voy a intentarlo solo. Si acaso, te doy un toque, pero te agradezco la ayuda, de verdad».
3
No somos una paella, por Dios. Es una frase muy casposa y carente de gracia alguna. Además, aplicada a lo que sea, normalmente a hitos vitales (casarse, tener hijos) que hace mucho tiempo dejaron de ser 'obligatorios' y sobre los que nadie debería opinar ni urgir. Imaginemos que nos dice esta frase un amiguete en un bar delante de gente y entre risas... «Lógicamente, el destinatario de esa 'graciosa' expresión puede sentirse agraviado. Quizás el emisor no buscaba ese efecto , pero ha sido completamente inapropiado», censura Aguado, quien añade que, al menos, 'perlitas' como esta «desde el punto de vista del 'saber estar' del protocolo y la comunicación social están cayendo paulatinamente en desuso».
4
Se dice en broma casi siempre, sí, pero resulta que a todos nos parece que la vida del prójimo es muy descansada. Mejor callarnos, que no conocemos los entresijos. «El castellano es tan rico que las frases pueden estar sujetas a multitud de interpretaciones en función de quién las diga, cómo las diga y en qué circunstancias se digan», recuerda Aguado. No es para enfadarse si nos la dicen con cariño, pero hay que tener cuidado con ella.
5
Esta es, directamente, para recogerla en el Código Penal como ofensa grave. Se supone que te están haciendo un cumplido, pero la coletilla 'para tu edad' lo convierte en barro.
6
Uff, esta frase es prima hermana de la anterior (y de la de 'eres guapo de cara'). Un halago envenenado en el último momento. Si te muerdes la lengua a la mitad de la frase antes del apoteósico e innecesario final, mejor. Así quedarás como una persona amable y el 'receptor' no creerá que le estás llamando adefesio. Todos ganan.
7
Esto da a entender que todo lo que nos pasa bueno en la vida es por una cuestión de suerte. Y no porque hayamos conseguido cosas con esfuerzo o gracias a nuestra capacidad. La alternativa diplomática de Aguado sería algo así como: «Me alegro por ti, soy de los que piensa que la suerte viene, va, pero creo que has sabido buscarla». Vamos, que reservemos esta frase sólo para ganadores del Euromillón y similar.
8
Qué odiosa expresión. Siempre te la dicen (¿en broma?) cuando creen que estas vagueando.
9
Ya... Es que los del pueblo son el eslabón perdido, un cruce entre el Yeti y un oso pardo. Encima nos lo espetan en plan cumplido.
10
El uso de la palabra 'bastante' suele ser complicado. Usarla en el cara a cara para ensalzar una virtud es casi cuestionarla. Y hace que el destinatario se quede dubitativo... Como pensando: «O sea, que soy bastante, pero no mucho, ¿no?». Este vocablo sobra.
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