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IRRIMARRA
Esto son dos españoles que viven en Suecia...

Esto son dos españoles que viven en Suecia...

¿Cómo acostumbrarse a la manera de relacionarse de suecos y japoneses? Porque por ahí viene el ejemplo

Miércoles, 6 de mayo 2020

Respetando la distancia de seguridad, en la marquesina más próxima a mi casa caben tres personas, así que el resto debería aguardar al autobús en la propia carretera. Pero no es tanto un problema de espacio, que en este caso concreto también, como de hábito. Dos metros de una persona a otra en la cola del autobús y en la del supermercado. En Suecia lo hacen por norma mucho antes de que la pandemia impusiera al mundo entero la distancia física en las relaciones. En el caso de nuestros vecinos del norte es cultural. Fernando Simón, coordinador del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio, deslizó hace unas semanas que teníamos que «aprender a relacionarnos a la japonesa», pero incorporar el 'aisatsu', tradicional reverencia nipona, en la calle o la oficina se antoja complicado. Lo de los dos metros de separación que dejan los suecos parece un comienzo más accesible.

Preguntamos a dos españoles afincados en Estocolmo y Örebro cómo se han adaptado a las formas suecas. ¡Y cuántos besos han repartido desde que llegaron! Pocos, muy pocos. «Besos les dan los abuelos a los niños y los críos no suelen devolverlos. Y si la familia se junta, se dan abrazos pero besos no. Besar en la mejilla a las mujeres al presentarte es visto como un gesto sexista», relata Daniel Palomo, ingeniero vasco de 39 años y emigrado hace tres a Estocolmo por amor: «Las parejas se cortan en público y si se besan, nada de morreos. Mi novia me ha hecho alguna vez 'la cobra', ja ja». Tamara Mañaña, gallega de 29 años y profesora de español en Suecia desde hace cinco, confiesa que al llegar se «confundía» con los saludos. «Si es un amigo cercano le das una palmadita en la espalda con aire entre medio. Me siguen pasando situaciones extrañas, como que hay gente con la que tengo mucha confianza pero no nos tocamos al hablar. En España les habría tocado en el brazo o hombro mil veces, pero aquí notas que no procede y te acostumbras».

También a mantener esa distancia de dos metros que Daniel, sinceramente, agradece: «Se respeta en todos los lugares públicos y aunque es un poco exagerado está bien para no agobiarte. Yo soy bastante alto, y cuando estaba en España y veía gente bajita rodeada de un montón de personas altas en fiestas, en el metro... pensaba: 'Uff, yo me sentiría ahogado'».

A buen seguro que eso en Estocolmo no sucede: «En el autobús es muy normal poner la mochila o el bolso en el asiento de al lado. Y como la gente no es de hablar ni molestar a otro, se quedan de pie al lado del asiento con bolsa. Yo eso sí que no. Digo: 'ursäkta' (perdona), y pido que la quiten». A propósito de esto, una anécdota muy ilustrativa. «Una vez se sentó un tío a mi lado en el tranvía. Yo iba con el móvil, así que mi brazo ocupaba un poco 'su' espacio. Empezó a gritarme: 'Ya está bien. Deja de mover el brazo y de tocarme'».

«No chillan para hacerse oír»

Con la gente conocida el trato es otro –«aún guardando las distancias, son muy simpáticos y amables», asegura Tamara– pero la distancia, la misma: «Si tienes una reunión de trabajo te saludas asintiendo con la cabeza. Y cuando llega un compañero nuevo a la empresa les das la bienvenida desde la mesa, un par de preguntas acerca de qué va a trabajar o la experiencia que tiene... y ya está».

Pero ni eso con los vecinos. «No tienen contacto entre ellos. Si acaso intercambian cuatro palabras en la lavandería. Al llegar aquí ví una comedia sobre un americano que se mudaba a Suecia, todo ficticio, pero con los tópicos que él vivió. En un capítulo el tipo vio a la novia sueca mirando por la mirilla de la puerta para asegurarse que no iba a coincidir con un vecino en las escaleras. Y no es del todo ficción».

– Y en los bares, ¿cómo se relaciona la gente?

– No se agolpan en la barra, ni ves grupos de más de cinco o seis personas. No se lleva eso de hablar con el barman, ni de juntarte en el bar del barrio. Antes que en Suecia viví en Londres y allí después del curro iban todos al pub y era un jolgorio, 'happy hour'... Aquí no; terminas y cada uno se va a su casa.

– ¿Qué podríamos importar de los suecos para la España pospandemia?

Tamara: No toser ni estornudar 'al aire' ni en las manos. A mi marido, que es sueco, le choca que en España no estornudemos en el codo o en el antebrazo, como hace aquí la gente. Ese gesto es súper importante.

Daniel: Sí, aquí son más limpios. Al entrar en casa todos se quitan los zapatos, se lavan mucho más las manos, usan desinfectantes desde antes de esta pandemia. O lo de no compartir comida. Mi familia es andaluza y hace 8 años fui con mi novia a Granada. Nos habíamos juntado a comer con la familia en un bar y pedimos una ensalada grande de la que picábamos todos. Pero ella no pinchaba porque no sabía que era para compartir. También habría que copiar lo de quedarse en casa si estás malo para no contagiar a los compañeros de trabajo, que en España parece que hay que tener 40 de fiebre. Y respetar el turno de palabra. Da gusto oír a los suecos en debates de políticos, reuniones de amigos... La gente escucha, reflexiona y responde sin gritar para hacerse oír. Ahora veo los gallineros de la tele de España y no entiendo ni papa de lo que dicen. Me da dolor de cabeza. Da igual que sea 'Sálvame' o un debate político.

A estas cosas Dani y Tamara se han acostumbrado en un pis pas pero otras aún les cuestan... «No me acostumbraré jamás a su frialdad y a su corrección política al hablar. Casi no gesticulan y a veces parezco tonto moviendo las manos y los brazos a su lado», cuenta Dani.

Y Tamara, que tiene un bebé de 10 meses y un niño de 2 años, lamenta que esa 'frialdad' se contagie en cierto modo a los pequeños. «En los parques no se estimula a los niños a buscar e interactuar con otros. Y me ha pasado mucho eso de hacer una pregunta a otra madre y obtener una respuesta fría y cortante».

«Nunca he tocado a los compañeros de la oficina»

Albert Serra, informático catalán de 33 años y residente desde hace cinco en Japón, sabe bien a que se refería Fernando Simón cuando dijo lo de «relacionarse a la japonesa». Lo 'practica' a diario, muy a su pesar algunas veces.

– Un amigo te presenta a alguien, ¿cómo le saludas?

- Normalmente no hay contacto físico entre la gente y raramente se sacude siquiera la mano. Se suele saludar verbalmente, con un gesto con la cabeza, nunca se dan dos besos. El saludo es el mismo ya seas un chico o una chica.

- Llegas nuevo al trabajo. ¿Cómo te reciben tus compañeros?

- Solo verbalmente. Ahora que lo pienso, hay gente con la que llevo trabajando años y no recuerdo haberles tocado nunca...

- Ahora mismo, ¿cómo se relaciona la gente en los espacios públicos de Japón?

- El gobierno solo ha pedido a la población que minimice las salidas de casa, pero sin prohibiciones. En los bares y en los restaurantes se ven muy pocas personas dentro comiendo. La gente sigue saliendo a pasear pero tampoco se ven grupos hablando. Todo el mundo lleva mascarilla y la gran mayoría respeta las recomendaciones. La única excepción la he visto en los parques infantiles, están muy llenos.

- ¿A qué formas de la manera japonesa no se va a acostumbrar un español jamás?

- Para mí lo más difícil de asimilar es la manera en la que se comportan con gente desconocida. Por norma general se ignoran los unos a los otros, cada uno en su burbuja sin molestar a los demás y deseando no ser interrumpidos. Una conversación espontánea con alguien por la calle o con un grupo que se sienta en la mesa de al lado en un restaurante... Esas cosas nunca suceden en Japón. Otra cosa a la que todavía no estoy acostumbrado es al humor. Normalmente se toman los cosas al pie de la letra y si haces un comentario de broma la gran mayoría de las veces termina con caras de confusión.

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