¿Existe la envidia sana?

Sí, y a diferencia de los celos enfermizos, esta es saludable y motivadora

Martes, 7 de julio 2020

La envidia va tan flaca porque muerde y no come». Esta frase de Francisco de Quevedo ilustra a la perfección esa «tristeza o pesar del bien ajeno» que es la envidia según la primera acepción que recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. La segunda describe un «deseo de algo que no se posee». De la envidia sana no dice nada, aunque se acerca a esta última descripción. Le falta, sin embargo, el matiz de la emoción. Porque la envidia sana es eso, saludable, ya que está próxima «a la admiración», explica Elisa Sánchez, coordinadora del grupo de salud laboral del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y directora de la consultoría Idein. «Pensemos en esa amiga que habla tan bien inglés. Que cada vez que la ves hablando con un extrenjero piensas: '¡Qué envidia! Qué bien lo hace, creo que me voy a apuntar a clases en serio». Eso es lo sano, esa «motivación para hacer algo que otro ya tiene y que yo, si le dedico esfuerzo, también podría tener. Cuando uno siente envidia sana no se queda reconcomiéndose en su inseguridad», explica la especialista. Que distingue este concepto de la propia admiración, que estaría a otro nivel: «Yo canto fatal pero tengo una amiga que tiene una voz maravillosa. Sé que aunque me esforzara no llegaría a eso, así que no es ni siquiera envidia sana. Es, simplemente, admiración».

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En este asunto de la admiración ahonda el psicólogo argentino Bernardo Stamateas en su libro 'Gente tóxica' (Vergara), una suerte de manual que recoge los 'perfiles' de personas que nos hacen sentir mal: el manipulador, el agresivo verbal, el quejica... y el envidioso claro. «La envidia trae aparejado enojo, mientas que la admiración implica motivación», coincide en el análisis con Elisa Sánchez. Y anima a trabajar lo segundo: «Si un compañero de trabajo tiene un logro profesional su éxito no debe humillarte, sino ejercer de puente para inspirarte y analizar cómo llegó a su meta. La gente envidiosa solo mira el cochazo que tiene el otro, el sueldo que gana... pero no se detiene a pensar qué hizo para conseguir eso. Solo ve el final, no es capaz de mirar el proceso», señala.

«La neblina que no deja ver»

Y es que la envidia es «cegadora». Stamateas la describe asemejándola a «la neblina que no permite ver», un sentimiento que se traduce en «una profunda rabia por el logro de otros» y que coloca a quien la sufre en «un plano de insatisfacción y queja permanente». De manera que el envidioso puede mutar en el que va de víctima o en el quejica (o en ambos), otros de los perfiles que el especialista recoge en su obra sobre relaciones tóxicas. «El mundo está plagado de vidas obsesionadas en vidas ajenas y muchas personas se enfrentan a diario a una envidia enfermiza». Un mal para uno pero también para los de alrededor: «El envidioso no quiere que triunfes y hablará con otros para envenenarlos, buscará aliados y tratará de boicotear tus proyectos. Su lema es: 'Si yo no puedo, él tampoco'».

Un sentimiento que normalmente, advierte Elisa Sánchez, tiene origen en unas 'heridas' previas: «Hay niños que solo oyen: 'cuidado', que están sobre protegidos y que acaban desarrollando muchas inseguridades de adultos. Otros tienen 'heridas' provocadas por situaciones de rechazo, de abandono, de baja autoestima, de no sentirse queridos... Situaciones en las que el profesor se rió de él en la pizarra y le hizo sentir inferior, o en las que escuchaba a sus padres decirle lo bien que su amiguito jugaba al fútbol, las notas que sacaba, lo estupendamente que se portaba... Y eso fue generando un sentimiento de inferioridad».

– ¿El envidioso se 'cura'?

– Sí, se puede curar. Cuando la envidia deja de ser sana porque es muy intensa, generalizada o porque deriva en resentimiento, bloqueos, agresividad, desprestigio o ironía hacía el otro hay que trabajarlo. Y ocurre esto porque nuestra autoestima es baja y dependemos del reconocimiento del exterior. Ponemos nuestro valor o nuestra valía fuera de nosotros, y de esa manera es imposible ser feliz o estar tranquilo. Es como un complejo de inferioridad que nos lleva a compararnos siempre; y se suele adoptar un perfil de víctima: 'el otro no se lo merece', 'es suerte'...». Así que atento si alguien te comenta: 'Parece que les tienes ojeriza, ¿no?'.

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«Es agotador estar siempre con el rádar puesto»

«La envidia es la suma de dos emociones primarias: tristeza y enfado. Y, como otras emociones o sentimientos, es algo natural e inevitable», explica la psicóloga Elisa Sánchez. El problema, dice, «no es que aparezcan, sino lo que hacemos con ella». Descartado que nos empuje a ser mejores o a intentarlo al menos (envidia sana), la envidia 'mala' «te corroe, te destruye por dentro. Cuando tienes la autoestima baja y estás en modo comparativo con los demás es agotador porque estás con el radar siempre encendido buscando lo que otros hacen y comparándolo contigo». Malo para el que la sufre, y malo para quien le pilla 'al lado'. «Creo que es la base de muchos conflictos interpersonales. Una persona así es una bomba de relojería. Y es agotador y desagradable estar al lado de alguien que tiene esa envidia insana».

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