Solange Vázquez
Miércoles, 19 de abril 2023, 19:14
Cuántas veces habremos oído decir que es mejor ir por la vida con una sonrisa. No se trata de que estemos todo el día tronchándonos, como si estuviésemos hablando con Faemino y Cansado, sino de que nuestro gesto sea amable, con las comisuras de la boca ligeramente curvadas hacia arriba. ¿Vale en realidad de algo? ¿Nos beneficia de alguna manera? Es la pregunta del millón desde hace más de un siglo, cuando se intentó abordar, desde una perspectiva científica, si el proceso de poner una cara cuando sentimos una emoción podría ser 'reversible'. Es decir, si poniendo un determinado gesto sería posible influir en nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, forzar un poco una sonrisa, aunque no tengamos ganas, para estar más contentos.
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Según estableció Charles Darwin, las emociones básicas y universales del ser humano son alegría, tristeza, asco, rabia y sorpresa, esas que cualquier persona de cualquier parte del mundo puede reconocer por nuestro semblante. Y funcionamos así los humanos: sentimos una de estas emociones «y generamos una respuesta», según afirma Diego Redolar, investigador experto en neurociencia cognitiva y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Y es una respuesta por varias vías que se refleja, por ejemplo, «a nivel endocrino, ya que segregamos una serie de hormonas», apunta el neurocientífico. Serotonina (la llamada hormona de la felicidad), oxitocina (la del bienestar), cortisol (la del estrés)... Esto, evidentemente, ni es visible ni controlable. Pero también hay una manifestación conductual de las emociones que sí se ven. Tal y como explica Redolar, el sistema nervioso nos sirve para que nuestra cara adopte el gesto acorde a la emoción que sentimos (músculo cigomático en caso de la sonrisa) y también para que interpretemos correctamente la cara de los demás ( y le asignemos el estado de ánimo correcto).
¿Y si podemos revertir el proceso y 'poner' primero cara de miedo o de alegría «contrayendo los mismos músculos que cuando la emoción es espontánea para provocar ese sentimiento (que en realidad no tenemos)»? Esa retroalimentación al sistema nervioso central funciona, sí. «Y aumenta la percepción que tenemos de ese estado de ánimo», añade Redolar. Nosotros mismos nos podemos influir si colocamos nuestros parámetros faciales correctamente.
Como no somos robots (que atienden a muchas variables casi imperceptibles), sólo seremos capaces de modificar rasgos básicos, de modo que tampoco podemos esperar transformar nuestro estado de ánimo demasiado. «Depende de más factores, pero un poco sí que podemos lograr modular las emociones si partimos de una situación neutra», añade Redolar, que alude a varios experimentos realizados en las últimas décadas que avalan esta teoría, conocida como feedback facial.
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Las personas que trabajan de cara al público y se ven 'obligadas' a sonreír durante toda la jornada sufren un enorme malestar y presentan una mayor tendencia a buscar consuelo en la bebida, según estudios de la Universidad de Buffalo (Nueva York) y de la de Penn State (Pennsylvania). Así, impostar la sonrisa afecta negativamente a la salud de los empleados e incluso a la buena marcha de sus relaciones de pareja, según recogió una investigación de la Universidad Complutense.
Entonces, ¿si tenemos un mal día y forzamos una sonrisa daría un giro nuestro talante? No, porque no partimos de un estado 'plano'. Pero sí que podemos hacer perder intensidad a nuestra ira (que no es poco), ya que para elevar las comisuras de los labios activamos ciertos músculos y nuestro cerebro reconoce los patrones de estar contento, lo que provoca ya en sí sensación de bienestar. Por el contrario, fruncir el ceño, por ejemplo, puede amplificar la sensación de enojo (si ya estás enfadado) o atenuar la de estar contento.
Esta teoría se estudia desde el siglo XIX –se han realizado multitud de experimentos–, pero no fue hasta los años 60 cuando Silvan Tomkins, psicólogo estadounidense, estableció que cambiando el gesto con nuestros músculos faciales podíamos enviar al cerebro señales para generar un estado emocional. Y ya en los años 80 se realizó el famoso paradigma del bolígrafo sostenido: a un grupo de personas se les enseñaron unas caricaturas: unos tenían que aguantar un boli con los dientes (esto contrae el músculo cigomático mayor, el usado para sonreír) y otros con los labios (lo que pone en funcionamiento el músculo orbicular, que dificulta la sonrisa). ¿Resultado? Los que usaron los dientes para sujetar el bolígrafo y pudieron esbozar algo parecido a una sonrisa tuvieron la percepción de que las caricaturas –que eran iguales para todos– eran mucho más divertidas.
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«Es indudable que una persona que tenga una expresión más alegre evalúa todo lo que le pasa de una manera más positiva –indica Isabel Aranda, psicóloga de TherapyChat–. Pero debe ser algo natural o, al menos, no muy forzado para evitar que nos genere estrés.Tampoco se puede caer en la perniciosa 'felitocracia', que ha hecho tanto daño. Se puede entrenar un poco, eso sí, lo de mantener una expresión neutral o amable que nos ayude a intensificar los estímulos positivos que recibimos».
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