Qué es la meritocracia
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Qué es la meritocracia
El mito de la meritocracia: ¿trabajar más o descansar más?Amanda Sierra
Lunes, 1 de enero 2024, 19:01
Es Sandra Bullock su actriz preferida? ¿Quizá Penélope Cruz? Ambas son estupendas, pero quizá su corazoncito esté, como el mío, inclinado a lugares menos comunes, a intérpretes que quizá no lleguen a Hollywood, pero cuyas actuaciones nos emocionan especialmente. El éxito de estas actrices se ... debe, sin duda, a una combinación de talento y esfuerzo, pero también a un cierto toque de suerte. Esta y los golpes que nos da la vida tienen mucho peso en nuestro devenir, por mucho que se empeñen las películas americanas en idealizar al héroe o heroína hechos a sí mismos que surgen del barro y terminan comiéndose el mundo.
Desde pequeños, educamos a nuestros hijos en esta meritocracia. «Estudia más, trabaja más, y así triunfarás en la vida». Ja. La realidad es que hay muchos factores que contribuyen al éxito personal y profesional, empezando por el lugar de nacimiento y el nivel educativo de los progenitores. Por no mencionar el género, la raza o la orientación sexual. Incluso en profesiones como la mía, la investigación científica, donde podría parecer que la inteligencia y el tesón son los factores determinantes del éxito, hay un gran efecto de la suerte. Empezando por los propios experimentos, que no siempre funcionan por mucho esfuerzo que uno haya invertido. Y por el 'networking', las redes de mentores y colaboradores que facilitan que esos experimentos terminen publicados en las revistas científicas de más prestigio. No nos dejemos engañar: la meritocracia es un bulo del sistema para exprimirnos al máximo hasta rompernos.
En la última década, ha habido un incremento sustancial de los problemas de salud mental, aunque esto en parte puede ser debido a que ahora no están tan estigmatizados y se reportan con más frecuencia. Lo más preocupante es que estos problemas afectan sobre todo a los más jóvenes, hasta el punto de que el suicidio es la causa más prevalente de muerte en jóvenes de 15 a 29 años. En mi entorno profesional, afectan sobremanera a los investigadores más jóvenes, que tienen hasta el doble de riesgo de tener problemas de salud mental que otros chavales con el mismo nivel educativo. Son el futuro y miren cómo les tratamos.
No es fácil definir qué es la salud mental, pero todos tenemos claro lo que es no tenerla: estrés, ansiedad, depresión. Ahora las hemos normalizado, pero durante mucho tiempo fueron enfermedades estigmatizadas, 'culpa' del que las sufría, que no tenía la fortaleza para afrontarlas. Ahora sabemos que no son culpa de nadie, igual que no lo es tener cáncer. Son producidas por desequilibrios de nuestro cuerpo, y para entender qué las causa y diseñar fármacos que las curen los animales de experimentación nos han ayudado mucho.
En ratones de laboratorio, por ejemplo, se determina el efecto de nuevos antidepresivos utilizando el test de Porsolt o de indefensión aprendida, en el que se coloca a los ratones en una pequeña piscina de la que no pueden salir. El tiempo que pasan nadando antes de rendirse y quedarse flotando esperando a que les rescaten es una medida de la eficacia de ese antidepresivo. Llegados a este punto, probablemente se estén preguntando si los animales se deprimen y la respuesta es que sí. Todos conocemos mascotas que cuando fallece el dueño quedan apáticas. Y en el laboratorio podemos inducir una mezcla de estrés, ansiedad y depresión si inmovilizamos a los roedores un tiempo.
Cuando hacemos estos último, se activa en el animal el sistema de alerta controlado por los glucocorticoides (cortisol en humanos), que circulan por el torrente sanguíneo para avisar a todos sus órganos de que está en peligro. Son los mismos que se nos disparan a nosotros cuando tenemos un examen o una entrevista de trabajo. Liberados de forma aguda, incrementan nuestras posibilidades de éxito y supervivencia, enfocando nuestra concentración y movilizando reservas energéticas.
Pero hay un precio a pagar: si el sistema de alerta se activa de manera crónica o se desregula hay consecuencias perjudiciales porque los glucocorticoides resultan ser inhibidores del sistema inmune que se encarga de defendernos de agresiones externas. Este proceso, que se llama inmunosupresión, es el responsable de que las personas con peor salud mental tengan mayor riesgo o peor pronóstico de otro tipo de enfermedades, incluyendo el cáncer. El mejor consejo para tener un envejecimiento saludable es, sin duda, evitar el estrés.
En nuestra sociedad enferma de meritocracia, tener tiempo libre parece un lujo que no nos podemos permitir. Pero es justamente al contrario: no podemos permitirnos no tener tiempo libre porque es cuando la creatividad aflora. El otro día estaba paseando y me detuve un rato a observar las murmuraciones de una gran bandada de estorninos.
Justo en ese momento se me ocurrió que el movimiento en tres dimensiones de esas aves se parece mucho a un fenómeno que estudio yo en mi laboratorio y que llevo tiempo sin saber cómo atacar. Nosotros trabajamos con las células del sistema inmune que residen en el cerebro (la microglía), y no terminamos de entender cómo durante el desarrollo embrionario estas células invaden el tejido cerebral y lo colonizan. Igual lo controlan las mismas leyes que el vuelo de los estorninos. Lo estudiaremos.
No es la primera vez que me pasa algo así: el momento donde se me ocurren más y mejores experimentos es durante una ducha calentita. La creatividad, necesaria para buscar nuevas soluciones a los viejos problemas, necesita de espacio y tiempo para desarrollarse. Quizá entre los propósitos de año nuevo haya que incluir dedicar tiempo a no hacer nada.
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