![Del aislamiento a la 'semilibertad'](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202004/16/media/cortadas/984x608_DESCONFINADO-final-kAnC-U100933037147soH-1968x1216@RC.png)
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«En casa no pensarás estar con la mascarilla puesta, ¿no? Que parece que vas a atracar un banco». Se echó Carlos a reír con la ocurrencia de su chica. Una risa aliviada. Por fin. «Después de 28 día s he podido volver a casa con mi novia. Ver una película juntos en el sofá. ¡Ordenar el armario! Me hace una ilusión... Después de lo que he pasado, esto me parece la vida normal. Entre comillas, claro. Pero yo así ya me siento libre».
Carlos Camacho, teleoperador madrileño en la treintena, no sale a la calle más que a tirar la basura, «que está a veinte metros del portal». Pero le sabe eso a un paseo por el campo. Sufre desde bebé transposición de grandes vasos, un defecto cardíaco que le mandó al hospital asustado dos días después de decretarse el estado de alarma. «Me notaba cansado, tenía dolor muscular y unas décimas de fiebre. Me pareció raro». Y acertó con la precaución: 'positivo'. Dos días de ingreso hospitalario – «vi de todo allí, gente muy malita»– y a casa con la orden de aislarse totalmente. «Me fui al piso de mi madre, a Carabanchel, a la habitación que tuve de niño».
Allí pasó quince días eternos en los que apenas vio a su madre, que le dejaba una bandeja con comida en la puerta. Solo salía para ir al váter, con mascarilla y guantes y el encargo ineludible de «desinfectar» el baño antes y después de usarlo. «Pasé horas y horas sin nada que hacer. Esos días tan largos quemas la tele, el móvil... Todo».
A los quince días ya adquirió el 'estatus' de recuperado y el médico le dio permiso para salir de la habitación. «Aquello me pareció recobrar la libertad. Poder hacerme un café, sentarme con mi madre a charlar un rato en la cocina... Parece una tontería, pero es tan importante... Son esas pequeñas cosas que no apreciamos normalmente». Le mandaron quedarse otros siete días en casa de su madre, «con mascarilla». Y él, precavido, lo alargó hasta diez. «El día 23 de encierro –lleva el calendario grabado en la memoria– pisé la calle por primera vez, necesitaba tomar el aire. Compré algo en el supermercado y bajé a desinfectar el coche». Hace cinco días, «el día 28 de la cuarentena», volvió a casa. A la suya, la de Leganés, que comparte desde hace un tiempo con su pareja.
El caso de Carlos es, con todas sus similitudes y sus diferencias, el de cualquiera de las casi 75.000 personas recuperadas que ya suman las estadísticas. Todas ellas han pasado del completo aislamiento, ya sea en el hospital o en una habitación de su casa cerrada a cal y canto, a la 'semilibertad' de compartir espacio doméstico con los suyos. Y cuentan que es como si les hubieran salido alas de repente y pudieran volar. «La posibilidad del reencuentro debe ser lo más parecido a la felicidad plena que uno puede tener, una alegría intensa de 'recuperar' a tus seres queridos. Que no te los habían 'quitado', pero no podías relacionarte con ellos por precaución o supervivencia», explica Juan Castilla, psicólogo clínico experto en inteligencia emocional.
Bien lo sabe Ignacio Juanes, madrileño de 41 años que ha estado semanas sin abrazar a su hija. «Del 10 al 23 de marzo estuve ingresado en el hospital por una neumonía bilateral y positivo en COVID-19. Estuve solo y aislado y el único contacto directo era con los doctores y enfermeros. La primera noche la pasé en un box de aislamiento porque no había habitaciones libres y, entre la incomodidad y la incertidumbre, no pegué ojo. Pero el peor día fue el segundo, cuando me llamó mi mujer para decirme que ella también había dado positivo en coronavirus y sus primos se habían tenido que llevar a nuestra hija de casi 4 años a su casa para evitar que la pudiéramos contagiar». Hubo también un tercer momento especialmente complicado: «Llevaba casi una semana y, a pesar de encontrarme bien, la placa de tórax no salió todo lo bien que se podía haber esperado y me comunicaron que tendría que seguir otros quince días con un tratamiento de retrovirales que podía tener efectos muy adversos». No solo eso: otras dos semanas en aislamiento.
«Por muy favorables que sean las condiciones de encierro, el confinamiento está siendo difícil para todos, así que para los que no pueden estar con sus seres queridos lo es mucho más, con sentimientos de impotencia, frustración y rabia contenida». Porque la soledad no deseada, prosigue el especialista, «aunque sea en beneficio de la salud, es muy dura. Y los sentimientos de tristeza, recurrentes».
Por eso Juan Castilla entiende perfectamente el 'subidón' de Carlos al llegar a casa con su novia, aunque sea para estar encerrado otro mes más; y el de Ignacio que, al entrar a su piso tras dos semanas en el hospital, le parecía «más grande».
«Al venir de una situación peor, los primeros días 'disfrutan' del reencuentro familiar y no se les hace tan duro el confinamiento. En general deberían pasar de forma más liviana lo que resta de estar en casa». Eso parece lo más lógico, aunque también puede darse el caso contrario: «Que lo vivan peor porque pueden pensar que ellos ya deberían salir a la calle al haber superado el virus y estar inmunoprotegidos».
No es este último el caso de Carlos ni de Ignacio, que se han acomodado perfectamente a la nueva situación de encierro, un encierro acompañado. «Estar cerca de los tuyos, aunque sea utilizando mascarilla y guantes y manteniendo cierta distancia hace que olvides los malos momentos», coinciden.
El mejor momento de los afectados
«Afortunadamente, mi caso no fue muy grave y, pese a estar ingresado en el hospital, pude estar en contacto con familia y amigos a través del móvil. Pero no es igual, y te sientes solo. Así que el día de volver a casa fue maravilloso. ¡Me parecía enorme!», rememora el madrileño Ignacio Juanes. Un reencuentro especialmente significativo, porque su pequeña tuvo que pasar parte de la cuarentena con unos primos para evitar el riesgo de contagio. «El momento en el que pudo volver nuestra hija fue el mejor. A los pocos días, pudimos celebrar su cuarto cumpleaños». Ya que ha tenido tantos momentos malos, Ignacio está compensándolos ahora con otros buenos. «Ayer también fue un gran día. Me confirmaron que soy negativo en COVID-19 y estoy, oficialmente, curado». Un logro 'de equipo', porque este madrileño que ya se cuenta entre los recuperados no quiere olvidar «la labor de los sanitarios del Hospital de la Zarzuela». «Nos atendieron maravillosamente».
«El día que cogí el coche para ir al piso con mi novia estaba nervioso». Asegura Carlos, teleoperador madrileño, que los «ocho minutos» al volante que separan Carabanchel –donde pasó su cuarentena como 'positivo' con su madre–, a Leganés, donde comparte hogar con su chica, se le hicieron «una hora». «Iba agobiando pensando que me podría parar la Policía. Así que, cuando aparqué, ¡menudo alivio! Llamé a mi madre: 'Ya estoy'. Y luego subí a casa. ¡Qué ilusión!». Porque el encierro con su pareja y habiendo superado el 'positivo' no tiene nada que ver con cómo se vio un mes atrás, «en ese hospital donde las escenas parecían más propias de una guerra». Su chica le ha convencido para que en casa se quite la mascarilla pero no baja a la calle sin ella. «Estoy superconcienciado. Cuando veo a gente que entra en el supermercado sin ella, me da una rabia... Lo he vivido tan de cerca... Pero tampoco me voy a poner a discutir».
«Para quien ha vivido la pandemia en un hospital, volver a casa es una victoria. Es como una nueva oportunidad, ya que posiblemente ha sido el momento que más cerca ha sentido la muerte y lo ha vivido en 'carne propia'. Esa vuelta le sirve para valorar los pequeños detalles, para sentir todo de forma más intensa y consciente, conectando corazón y cabeza», explica Juan Castilla, psicólogo clínico experto en inteligencia emocional, psicología positiva y coaching.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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