Llegar a un estado de bienestar total se convirtió en una obligación, en una obsesión. Y en esa búsqueda de la felicidad ¡empezó mi infelicidad!». Lo cuenta Josep Darnés en la página 97 de su libro, pero bien podría ser el comienzo. El suyo, el de un ingeniero «con posgrados y másteres para aburrir», que tenía un buen trabajo y un buen sueldo. La primera crisis de ansiedad le sobrevino a los 25, cuando se dio cuenta de que «la vida iba en serio» y de que hasta entonces lo había tenido todo «muy fácil». Insomnio, intranquilidad, dudas, «comidas de coco»... que trató de parchear con «un buen chute» de antidepresivos.
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«No sé qué coño me pasa», le dijo a la psicóloga el primer día de terapia. Y no lo descubrió en los 15 años siguientes, durante los que encadenó decenas de pseudoterapias en las que probó todo tipo de 'remedios' contra la infelicidad: desde golpear con los puños un colchón, hasta subir una montaña con una mochila de piedras a la espalda «que simbolizaban el peso de la vida», desnudarse delante de un supuesto 'médico' que le palpó los testículos, caminar durante una hora con los ojos vendados, apalear unos sacos durante dos horas con un trozo de manguera gruesa, un viaje de dos meses a Guinea Ecuatorial o retozar con un grupo de desconocidos en unos colchones cubiertos por unos plásticos sobre los que el gurú de turno vertió «cantidades increíbles de lubricante» que les empaparon de pies a cabeza.
Josep, natural de Figueras, pasó esos años «hiperterapiado» y en una suerte de «montaña rusa hipnótica entre la lucidez y la idiotización». Relató su experiencia en 'La burbuja terapéutica' (Arpa), probablemente el ejercicio más catártico tras su infructuoso periplo siguiendo a «charlatanes de andar por casa».
Han pasado dos años desde su publicación, pero todavía le escribe gente contándole cosas parecidas a las que él vivió –«a una chica directamente le advertí: '¡Sal por patas!'»–. Víctimas de «vendehúmos» que le hicieron «falsas promesas». Y caras, porque se gastó «más de 20.000 euros» en cursos, retiros y experimentos en busca «del Santo Grial», esa ansiada felicidad que nunca llegó a palpar. «Si la ansiedad era fuego, el remedio era intentar apagarla con gasolina», describe gráficamente.
Comparte el símil Vicente Prieto, psicólogo del gabinete Álava Reyes de Madrid. En su consulta ha escuchado decenas de relatos parecidos y otras «historias de terror». «Llegó una chica que decía que tenía agorafobia. Eso le había dicho la persona con la que contactó, que ni era psicólogo ni estaba colegiado, ni nada. El tratamiento consistió en enrollarla dentro de una alfombra y estirarla luego para que saliera rodando. Le explicaron que esa acción simbolizaba el renacer. Pero resulta que esa chica no tenía agorafobia, había sufrido una pérdida muy dolorosa y su madre se había hecho cargo de ella y de su hijo, de manera que esta mujer ni llevaba al niño al colegio, ni cocinaba, ni trabajaba, casi no salía de la cama... Eso no es agorafobia, sino una dependencia física y emocional brutal de su madre. Aquel tipo le dijo que sufría agorafobia porque así la podía retener, era su único contacto con el exterior, dependía de él. Lo que trabajamos con esa mujer fue que poco a poco fuese responsabilizándose de su hijo y de ella misma, porque estaba abandonada. Al cabo de dos meses ya estaba trabajando de nuevo y tomando las riendas de su vida».
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Entiende el especialista a esa mujer que se fio de alguien que no merecía su confianza, y también a ese chico «enganchadísimo al tabaco y a los porros» que probó lo que aquel gurú le vendió como un remedio infalible contra su adicción por «un pastón»: «Le ataba unas pesas a las muñecas y le daba pequeñas descargas eléctricas, pero pasó un mes y el chaval seguía igual».
Comprende Prieto que se prestaran a esos extravagantes 'tratamientos' porque «la gente, cuando está en un estado de vulnerabilidad y desesperada, prueba de todo». Y cae a veces «en manos de esa publicidad engañosa que te promete que en quince días te cura la ludopatía o la depresión, que asegura que con una charla del maestro espiritual solucionarás tu anorexia o que promete curar el cáncer con aromaterapia, o que te dice que si te pones no sé qué crema en la mano eso hace que cambie tu temperatura corporal y vas a flotar. Y no es así. Nunca es así. Si quieres aprender a relajarte, vete a yoga, que un profesional te enseñará a respirar. Pero no hagas caso y te eches esa crema que, en el mejor de los casos, simplemente no te hará nada».
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Desconfíe, insiste el psicólogo, «de esas promesas que lo ponen todo tan fácil, porque esa es una de las características para captar a la gente, que garantizan que todo se logra con poco esfuerzo». Y eso es un engaño, asegura: «Ves sus webs, que por cierto desaparecen temporalmente cuando les denuncian, y te das cuenta de que esas personas no tienen la formación adecuada para hacer tratamientos de esa envergadura. Cualquier médico, enfermera, psicólogo... debe estar titulado y colegiado. Hay que fjarse en eso porque es fundamental y lo único que da garantías».
Para «enmascarar» lo que hacen, advierte Prieto, «hablan de trastornos emocionales en lugar de trastornos psicológicos. Lo camuflan así para no ser demasiado groseros, para que no se les pueda acusar de intrusismo». Y eso puede ser una pista que ayuda a detectarlos. Especialmente hoy que las incertidumbres que rodean a la pandemia han convertido en barro el asiento de nuestros pies. «Esta situación nos ha desbordado y se ha creado un caldo de cultivo perfecto». Aunque no es cosa solo de hoy. «Siempre hay gente que atraviesa momentos de desorientación vital. Que ve fracasar su relación de pareja, que pierde el trabajo... O nada de eso le ocurre pero siente que no está a gusto, que no duerme, que rumia pensamientos... Porque no todos reaccionamos igual. Hay quien pierde el empleo y rápidamente se pone a buscar otro trabajo. Pero quizá otro compañero en esa misma situación se hundiría. Y, cuando no sabes por dónde tirar, a veces buscas consuelo y ayuda en cualquier parte».
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– ¿Esos pseudoterapeutas generan desconfianza en los verdaderos profesionales?
– Totalmente. Piensa que esa mujer que vino contando que le habían enrollado en una alfombra para curarle la agorafobia se encuentra conmigo, que le digo que no hay literatura científica que avale ese tratamiento. Y le aseguro que ella no sufre agorafobia. Esta explicación es radicalmente distinta a la que le dieron y, al final, ya no sabe si creer al charlatán o al psicólogo colegiado.
Josep Darnés confió durante años en los primeros: «Yo era una persona reprimida y allí en contré una vida paralela que me enganchó. Era como la pastilla de Matrix. En el día a día uno puede encontrar cierto subidón cuando se va de vinos con los amigos un viernes, pero en uno de esos retiros me vi de repente en un estado alterado gritando: '¡Estoy vivo! ¡Joder! ¡Uhh!'. Lo recuerdo como si fuese hoy. Llegué a ese punto con unos ejercicios de respiración potente y profunda, mucha percusión, ritmos africanos... Era como si energéticamente se hubiese metido algo en mi cuerpo. Y experimentas ese subidón y quieres más, te enganchas y se convierte en una esclavitud».
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Te invade, dice, «el síndrome de querer ser especial, un narcisista en toda regla. Y todo lo que huela a normal ya no sirve. Cuando volvía de esos retiros, de vuelta a mi día a día de ingeniero, esa rutina se volvía demasiado monótona», reconoce en su libro».
– ¿Cómo salió de aquello?
– Llegó un momento en que me exprimí tanto física y psicológicamente que me sequé. Fue entre los años 2013 y 2014, aunque ya llevaba tiempo haciendo 'la última intentona', como cuando tratas de salvar una relación de pareja que sabes que está acabada pero te resistes a admitirlo. Luego escribí el libro, que sentó bastante mal porque, cuando sales de ese ambiente, eres repudiado. Hoy sigo leyendo alguna cosa de autoayuda, pero muy filtrada.
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Josep Darnés. Ex adicto a las terapias
«Cuando alguien me pregunta cómo me siento de feliz, ya me hace infeliz. Cometemos el error de obsesionarnos con la palabra felicidad. Yo me siento cómodo, tranquilo, despierto... Oye, pues igual eso es la felicidad. De hecho, cuando veo que alguien va mostrando por ahí que es muy feliz, no me cae bien. Esa búsqueda de la felicidad se convierte en esclavitud y ese rollo de los eslóganes de las tazas y las camisetas... ¿Eso es ser feliz? ¡Eso es ser idiota o narcisista!».
Vicente Prieto. Psicólogo
«La felicidad es algo subjetivo, es un instante, es tomarte una cerveza con una amiga y estar a gusto. Pero buscarla permanentemente... Eso no existe. El problema es que hemos montado un tinglado del buenismo: '¿Que tu empresa ha cerrado y te has quedado sin trabajo? ¡No pasa nada, ya vendrán tiempos mejores!', te dicen. Y oiga, no. Cuidado, que la gente está sufriendo, y mucho más ahora que esta situación desconocida de la pandemia nos ha sobrepasado. Quien busque un estado de felicidad no lo va a encontrar, porque es un sentimiento y, como tal, es subjetivo. Lo que a mí me hace feliz, quizá a ti no. Y al revés».
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