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Cuando dices en la oficina que mañana llegarás tarde porque tienes que ir al dentista, siempre hay algún gracioso que empieza a contar que a él para sacarle una muela le tuvieron que agarrar entre cuatro, que le pusieron la pierna en el pecho y no sé cuántas cosas más. Nos va el humor negro, nos gusta meter miedo». Pero hay quien escucha eso y no lo toma a broma, precisamente. «Me ha ocurrido dos veces, dos pacientes se levantaron del sillón: 'No puedo, no estoy preparado, mejor vuelvo otro día'. Tenían tal pavor que no hubo manera. El miedo les privaba del raciocinio». Óscar Castro Reino, presidente del Consejo General de Dentistas, cifra «en un 15%» las personas que tienen miedo al dentista, odontofobia es su nombre. «Por cierto, aquellos dos pacientes volvieron, y acabaron reconociendo que no era para tanto». Confirma el dentista que no, que no lo es: «Todos los tratamientos son indoloros, empezando por la propia anestesia, que se pone con una aguja fina como de insulina y no se nota más que un pinchacito, o ni eso, ya que hay cremas y sprays que adormecen antes la zona. Y en dos minutos la boca está dormida, no como hace años, que pasaban quince minutos y aún no había hecho efecto, e incluso había veces en las que no se acababa de dormir del todo».
Si no duele, ¿dónde está entonces el temor? «Trabajamos cerca de los ojos, y ver ese trasiego de objetos punzantes y cortantes hace que a muchos la imaginación se les dispare». Con consecuencias que van más allá del mal rato puntual en la consulta. «Mucha gente aguanta y aguanta y cuando van al dentista ya es tarde. Lo que podía haber sido una simple limpieza o un empaste sencillo acaba requiriendo una endodoncia o, peor aún, pierden la muela. Un dicho que tenemos los profesionales es que el miedo al dentista se paga con la extracción».
De hecho, al 62% de los españoles de entre 35 y 44 años les falta al menos una pieza –tenemos 32, contando las muelas del juicio– y hay más de 800.000 mayores de 65 años que no conservan ningún diente propio, según los datos del Informe del Consejo General de Dentistas de España y la Fundación Dental Española, con cifras actualizadas el pasado mes de febrero.
– ¿Qué hacen ante un paciente con miedo?
– Intentamos convencerle de que no le va a doler, aunque con los niños es muy difícil. De hecho, muchos adultos han desarrollado fobia al dentista por culpa de malas experiencias infantiles. Si el miedo es exacerbado, necesitan tratamiento psicológico e incluso psiquiátrico, porque es algo que se sale de nuestro ámbito. Excepcionalmente, con pacientes muy temerosos y que tienen que someterse a tratamientos largos o muy invasivos como la colocación de implantes, está la opción de la sedación. En Estados Unidos se hace casi por sistema, pero aquí no; y no debe hacerse. Aunque no llegas a desmayarte, la sedación no es un estado natural y no se recurre a ella más que en caso de absoluta necesidad. Que, cuando te dan dos puntos en una rodilla por una caída, al médico no se le ocurre sedarte por muy mal que lo pases.
Con esas personas que sufren odontofobia la regla es «comenzar con los tratamientos menos agresivos, una limpieza o una caries superficial que no necesite ni anestesia, ya que en el esmalte no hay terminaciones nerviosas». Después se continúa con los empastes, más tarde la endodoncia –«lo que antes se llamaba 'matar el nervio', hay que tener cuidado con el lenguaje porque suena agresivo»–, para terminar con las extracciones, que suelen ser las más peliagudas. En todo caso, todo es más sencillo que hace veinte o treinta años. «Antes, para limpiar una caries necesitabas un torno y una especie de poleas. Hoy se hace con una turbina y unas fresas de diamante que cortan el diente y apenas provocan vibración. Y ese sonido desagradable de la turbina que tanto disgustaba a la gente ha quedado muy amortiguado con el moderno instrumental». Aunque sacar una muela sigue siendo «un tratamiento agresivo, igual que cuando te quitan el apéndice», compara el experto. Y no duele, no, «pero notas la fuerza que ejerce el dentista sobre la boca».
Lo del vasito de flúor que daban a los niños de la EGB era por algo: «En los programas de atención dental infantil se pone flúor a los niños mayores de 6 años. Se les aplica con un pincel y tiene sabores: menta, fresa... por lo que la visita al dentista a esa edad es agradable», explican en el Consejo de Dentistas de España. Es la versión moderna del vasito de flúor que se daba a los niños de la EGB: «El flúor ayuda a fijar los minerales y endurece los dientes, protegiéndolos contra la caries. Se aplica en colutorios, pastas dentales o directamente con un pincel».
El cepillo nos dura un año, pero habría que cambiarlo cada tres meses: La recomendación es utilizar «cuatro cepillos de dientes al año», es decir, conviene cambiarlo cada tres meses. Pero solo usamos uno. También deberíamos gastar «seis botes de pasta dentífrica, pero el gasto anual por persona es de tres.» Los dentistas recomiendan el cepillo eléctrico, que solo lo utilizan tres de cada diez personas –un 34% usa seda dental–. Y una advertencia: «Hay que esperar 30 minutos para cepillarse tras haber ingerido alimentos y bebidas ácidas o muy dulces».
Toca a un dentista por cada 1.200 españoles, y eso es muchísimo: En España hay 39.000 dentistas, una proporción de uno por cada 1.200 habitantes, un ratio por encima de la recomendación de la OMS: uno por cada 3.500 personas. En nuestro país hay 23 facultades de Odontología y cada año se incorporan 1.750 nuevos profesionales –se ha duplicado la cifra entre el 2000 y el 2020–. Es un gremio joven: seis de cada diez dentistas tienen menos de 40 años y el 56% de los profesionales son mujeres.
¿Es caro el dentista?: Los precios de los tratamientos dentales son libres, de manera que las diferencias son tantas como consultas hay. Según el Informe del Consejo General de Dentistas de España y de la Fundación Dental Española, ocho de cada diez españoles eligen dentista privado, aunque la Seguridad Social cubre las extracciones de piezas. «La repercusión en las arcas públicas de sacarte una muela ronda los 150 euros», calcula Óscar Castro.
Las terribles cifras de nuestra mala salud dental: Los números del Informe del Consejo General de Dentistas de España y de la Fundación Dental Española son rotundos: el 33% de los adultos españoles tiene caries, a 803.000 mayores de 65 años no les queda ya ningún diente propio y dos millones de personas sufren enfermedad periodontal severa. Además, se diagnostican cada año 7.000 casos de cáncer oral.
La ciencia y la tecnología, asegura Óscar Castro, han conseguido que todo eso «se note menos» y se han desarrollado en favor del «confort» del paciente. Lo que redunda también en comodidad para el dentista, aunque sigue habiendo tareas complejas. «Intervenir en las piezas de arriba es más complicado que en las de abajo. Y tampoco es lo mismo un paciente con una boca grande que alguien con la boca pequeña, que salive mucho y que se mueva todo el rato».
Aunque la visita al dentista es «obligada», hay factores que van a determinar cuántas veces tengas que ir. «Uno es el código genético, pero otro es el código postal. Hace cuarenta años empezaron los programas de atención dental infantil para mayores de 6 años, que es un momento crucial porque se hace la transición entre los dientes de leche y los definitivos. En el País Vasco fueron pioneros y allí la prevalencia de caries en los niños es mucho menor que en Madrid, por ejemplo, que implantó el programa infantil hace solo dos años».
Al margen de la responsabilidad de la Administración, los dentistas hacen hincapié en la responsabilidad individual: «Hay que lavarse después de cada comida, cepillarse durante dos minutos y, preferiblemente, utilizar cepillo eléctrico. Y no olvidarse de limpiar la lengua, porque ahí se acumula mucha placa bacteriana». Un gesto que tiene más importancia de la que le damos. Si no mantenemos una buena higiene dental y no vamos al dentista –un 52% de los españoles no ha ido en el último año–, advierte Óscar Castro, «pueden aparecer infecciones que llegan a afectar a todo el organismo».
«La atención que se presta a la visita al dentista es lo que dispara la ansiedad. Se catastrofiza mucho, se exagera el dolor... Por eso funciona bien la distracción, porque reduce el sesgo atencional hacia el dolor. Se puede probar a ir acompañado a la cita, escuchar música, cerrar los ojos durante la intervención, incluso juguetear con el móvil», propone Cristina Wood, doctora europea en Psicología y especialista en ansiedad, estrés y depresión. Explica la especialista que esta fobia se trata como otras y que tiene también ese componente de incomprensión social: ¿Cómo te pueden dar miedo las cucarachas, los perros, el dentista, hacerte una resonancia, montarte en un avión...? «Muchas personas que no lo sufren no lo entienden, y eso provoca todavía más frustación en quien sí lo padece».
Para estas últimas también es recomendable «hacer ejercicio antes de ir al dentista» y darse mensajes «de empoderamiento» como 'lo vas a conseguir', «que es precisamente el mensaje contrario que se dicen estas personas, que con frecuencia piensan 'no lo voy a conseguir', 'soy una inútil'...». Es decir, que esa «amenaza» con que identificamos el hecho de tener que sacarnos una muela tome forma de «reto». Y anticipar las consecuencias positivas que tendrá la temida visita al médico: «'¿Y si consigue quitarme ese dolor que tanto molesta?'. Visualizar eso genera emociones positivas que ayudan a afrontarlo», explica Wood, psicóloga del Centro Área Humana de Madrid.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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